jueves, 16 de diciembre de 2010

XXXIII - Pídeselo a una estrella

Aún brillaban las estrellas de colores, aún había muérdago aquí y allá. Las fiestas de invierno estaban en todo su esplendor, y Dalaran resplandecía, a pesar de las guerras y de los problemas que asolaban constantemente el mundo de Azeroth. Kalervo Alher Fel'anath, con su toga y su bufanda, caminaba tranquilamente por la calle, de camino a la Academia de nuevo.

Luces, cascabeles y canciones. Aquellas fechas siempre le despertaban una explosión de júbilo en su corazón, que este año era corazón de colado y se encontraba algo pachucho. Pero el joven arcanista, aunque quisiera comportarse de manera apropiada a su situación, es decir, sentándose junto a una ventana mientras afuera llueve y deshojando flores, exhalando suspiros de amor no correspondido y, más adelante, llorando a moco tendido, era incapaz de hacerlo. ¡Qué extraño era todo! Había estado muy triste, sí, pero la llamita cálida que tenía dentro no había llegado a apagarse. Él, que siempre había sido un experto en rendirse y en tirar la toalla, en esconderse y en huir asustado de las cosas que no le gustaban siempre que no podía romperlas o borrarlas, ahora no era capaz de no ser capaz de sonreir, a pesar de todo.

Eran las fiestas de invierno. La ciudad estaba preciosa. Y aunque las cosas hubieran ido muy mal, Lazhar le había enviado una nota, en la que le pedía perdón y le decía que tenía sus cosas. Aunque su sueño romántico de Festival de Invierno no hubiera resultado como esperaba, seguían siendo las fechas mágicas. Había magia. En aquella época, Kalervo lo sabía bien, más que nunca.

Con su bolsa de la tienda de zapatos, se paró delante de un árbol adornado con luces. Una estrella dorada brillaba, luminosa, arriba del todo. Cerró los ojos fuertemente y pidió su deseo.

Cuando abrió los párpados, la calle seguía llena de gente. Un orco en un mamut le empujó y le hizo tambalearse hacia el árbol, recibiendo una mirada asesina del elfo en premio a su falta de modales.

- He gastado mi deseo en Lazhar, ahora espero que merezca la pena. Si no, habría pedido que desapareciera una poca gente molesta del mundo - murmuró para sí, arrugando los morritos y recuperando su paso ligero a lo largo de la calle ancha.

Pronto obtuvo su respuesta.

Se paró en seco, abriendo mucho los ojos y sintiendo que el corazón se le paraba en el pecho. Miró al cielo. "¡Gracias, gracias, estrella de invierno, por actuar tan deprisa!", pensó, empujando el aire hacia sus pulmones y sintiendo que le flaqueaban las piernas. Se le hizo un nudo en la garganta y le temblaron las manos, mientras sus sentimientos se debatían entre las ganas de llorar y las ganas de dar locos saltos de alegría.

Porque aquel perfil que se recortaba a pocos metros, en la puerta del Salón Juego de Manos, era inconfundible. Cabellos rojos como el fuego, mal cortados y revueltos, nariz recta y mandíbula poderosa, barba pelirroja que necesitaba un afeitado urgente y dos ojos grises que miraban alrededor, como si buscaran a alguien.

- Ay mami - murmuró el chico, agarrándose al arbolito - Ay mami.

No le dio tiempo a componer una expresión más digna que la de sorpresa absoluta, y así fue como le vio Lazhar cuando sorprendió su figura medio oculta por el árbol decorado. Y si Kalervo hubiera tenido otros planes al respecto, como salir huyendo o fingir con convicción ser otra persona, cuando los labios de Lazhar se curvaron y aquella sonrisa ancha y espléndida brilló con más fuerza que las luces de las fiestas, toda otra pretensión se convirtió en humo. Salió de su tonto escondite y avanzó, incapaz de resistirse a aquella luz, devorando la distancia que le separaba del paladín.

Otro transeúnte volvió a empujarle, y esta vez, Kalervo respondió con un furioso codazo. ¡Nadie iba a impedirle reunirse con su amor!

- ¡Lazhar! - exclamó, perplejo, al llegar frente a él.

El sonriente pelirrojo agitó la mano. Tenía la expresión más genuinamente alegre que le había visto en mucho tiempo.

- Kevo

- ¿Qué haces aquí? ¿Cómo has... qué... cómo, cuándo?

Sin esperar a que respondiera, soltó la bolsa de la zapatería y le echó los brazos a la cintura, abrazándole con fuerza y conteniendo la inmensa alegría y las ganas de llorar. La risa suave de Lazhar le acarició los oídos. El mundo daba vueltas. Y sus tripas parecían haberse vuelto del revés. ¡Había sucedido! La estrella le había escuchado, y aunque Lazhar no le quisiera, al menos no como él lo hacía, estaba allí. Y eso era lo más maravilloso del mundo.

- Ya, ya - la manaza de Lazhar le palmeó la espalda con suavidad - Mi pie. Kevo. Mi pie.
- Uy

Kalervo dio un salto hacia atrás y miró hacia abajo. No se había dado cuenta hasta entonces que Lazhar tenía una pierna vendada y se apoyaba en un bastón. La sorpresa y la emoción dieron paso a la preocupación.

- ¡Pero qué te ha pasado! - exclamó.

El paladín frunció el ceño, desvió la mirada con cara de circunstancias y le hizo un gesto hacia el Salón Juego de Manos, gesticulando con la derecha.

"Te cuento. Te estaba buscando. Dalaran muy grande"

- Sí, sí, claro, vamos a entrar. ¡Pero estás herido!

Kalervo siguió a Lazhar al interior de la posada, sin poder disipar la sorpresa y la gran felicidad de aquel reencuentro. Una vez dentro, cuando leyó en las manos de Lazhar la historia de cómo había recorrido Rasganorte a caballo para llegar a Dalaran mientras comían en una de las pequeñas mesas de cristal, a aquellas sensaciones se les unió la culpa.

- ¡Pero estás loco! ¿Cómo has hecho algo así? Podía haberte sucedido algo terrible, Lazhar. Rasganorte es muy peligroso. ¡Debiste pedir a un mago que te hiciera un portal, si querías venir!

Lazhar se encogió de hombros, no se le había borrado la sonrisa.

"El mago que conozco no estaba"

Kalervo suspiró y agachó las orejas, apoyando la cara entre las manos y sorbiendo su zumo azul por una pajita rosa y enroscada. Lazhar había viajado hasta Dalaran por él. A pie. Bueno, en un caballo. Para ir a buscarle. Meneó la cabeza, pensativo.

- ¿Por qué has venido? - se atrevió a preguntar. Alzó la mirada hacia él, con un brillo de esperanza en la mirada.

Lazhar sin embargo, apretó los labios, frunció el ceño y gesticuló, muy serio, sujetando un muslo de pollo con la otra mano.

"Hice una promesa. No voy a romper"

Kalervo negó con la cabeza.

- No quiero que te quedes conmigo vaya donde vaya porque hiciste una promesa.

El paladín arqueó la ceja, masticando. Le observaba como si quisiera entenderle y no lo consiguiera, pero para Kalervo era lógico y sencillo. ¡Estaba enamoradísimo de Lazhar! Le quería. Y no le gustaba la idea de que él permaneciese a su lado por no desdecirse de sus palabras, y aunque en su corazón sabía que no se trataba sólo de eso, de no romper la palabra dada, para él no era suficiente. Kalervo era empírico. No le bastaba con tener impresiones, necesitaba oírlo. Más bien, leerlo en sus manos.

- Yo ahora me voy a quedar en Dalaran, Lazhar. Estoy estudiando mucho para ser un buen mago - dijo, tratando de sonar decidido - Saldré por los portales para seguir buscando una manera de curarme las pesadillas y la enfermedad.

"Yo contigo", signó el pelirrojo con toda naturalidad.

- No quiero que te quedes sólo porque prometiste.

Lazhar dejó de masticar y le miró, meneando la cabeza. Luego se inclinó sobre la mesa, y moviendo los dedos de la mano izquierda, le dio a Kalervo la chispa que necesitaba. Lo único que necesitaba, en realidad, para sentirse seguro y capaz de cualquier cosa.

"No sólo promesa. Quiero estar contigo. Juntos siempre mejor todo"

Kalervo parpadeó y se quedó mirándole la mano. Su corazón volaba en un trineo con cascabeles, tirado por renos de nariz roja. Los dedos de Lazhar siguieron dando forma a sus palabras. El paladín había dejado de comer y le miraba con seria gravedad.

"Te hice llorar. No sé que pasó. Te hice daño y no quería. Espero me perdones. Siento mucho haberme portado así. Lo que hice. Y sobre todo haberte herido".

Kalervo asintió, negó y volvió a asentir.

- Te perdono, te perdono, ya te he perdonado. No me fui por castigarte... - tragó saliva, sin saber cómo explicar las cosas en aquel momento.

"Siento mucho todo"

Kalervo dio un sorbo a su pajita y miró al enorme y apuesto elfo a través de las espesas pestañas. Lazhar parecía seriamente arrepentido, y si bien eso era como un bálsamo para él que borraba todos los fantasmas, era consciente de que, en una parte, el pelirrojo estaba muy equivocado. En su carta le había escrito cosas muy turbias sobre que se había aprovechado de él y otras tonterías que Kalervo no conseguía entender. Y aquellas disculpas que ahora le dirigía, no eran sólo por haberse marchado de la habitación, no. No eran por eso ni por la reacción de Kalervo, también se disculpaba por haberle besado como lo hizo.

Y sin poder evitarlo, el joven arcanista Kalervo Alher Fel'anath parpadeó afectadamente y esbozó una sonrisilla equívoca, mirando hacia otra parte con cierta timidez, mientras sentía el calor subir a sus mejillas.

- Ya te perdoné. Pero yo no lo siento por todo.

Cuando dijo aquello, la expresión entre embobada y sorprendida de Lazhar le resultaron completamente fuera de lugar. Si hubiera sabido a qué se debía, probablemente Kalervo se hubiera sentido halagado. Pero en aquella sala no había espejos. Kalervo no podía verse, así que no era consciente de que en ese momento no tenía nada que envidiarle a una corista seductora, con las piernas cruzadas y la pose lánguida, el pestañeo coqueto y los labios brillantes de zumo.

Para él, el mundo era mucho más sencillo. Las cosas sucedían de manera sorprendente, y aquel día, la estrella de invierno le había concedido su deseo. No pensaba desaprovecharlo.

Puede que sus planes de pescar a Lazhar con muérdago al principio de las fiestas no hubieran salido bien, pero el paladín estaba allí, había venido por él. Y ese era un buen motivo para mantener la esperanza y seguir alimentando el fuego.

viernes, 15 de octubre de 2010

XXXII - El príncipe está triste

La hermosa ciudad de Dalaran. Sus altas torres blancas, sus preciosos tapices, las maravillosas vidrieras, el adoquinado de las calles... ah, la hermosa ciudad de Dalaran. Sus tiendas con amables dependientes, el refinado Salón Juego de Manos, sus luces violetas y azules que iluminaban la noche. Mientras Kalervo Alher Fel'anath paseaba por ella, se le revolvía el estómago de ver tanta belleza, lo bonito le hacía daño en su sensible corazón, herido por la incomprensible mecánica del rechazo y la depresión amorosa.

El mal de amores, tal y como sabía por los libros que había leído y ahora por propia experiencia - aunque no estaba seguro al cien por cien, dado que era su primer contacto con estos sentimientos y no tenía una referencia empírica en base a la que sacar conclusiones - tenía una serie de características terribles, a la par que incómodas. Falta de apetito, falta de sueño, angustia permanente, sentimiento de gusano, dificultades de orientación, apatía y una emoción difícil de definir que hacía parecer que su interior se había convertido en un erial vacío, como si le hubieran arrancado de cuajo el corazón y en su lugar solo quedara un agujero seco. Una de ellas era el hecho de que todo lo bonito, cuando tenías mal de amores, te parecía triste.

La noche en que Lazhar le besó para luego alejarse asqueado, cuando no pudo soportar más la soledad y la culpa, el miedo terrible, Kalervo había dejado una nota de despedida y se había aferrado a su piedra de hogar, huyendo al único lugar donde podía hacerlo. Y Dalaran le había dado, como siempre, la bienvenida. Pero la tristeza y la angustia habían venido con él hasta aquí, y cada día que pasaba se volvían más amargas y desalentadoras.

Por eso, el arcanista paseaba con aspecto herido abrazando sus libros y sorbiéndose la nariz, conteniendo las lágrimas y escoltado por Rowan y Herbert, que prácticamente le habían empujado fuera de la habitación para que respirase aire puro y le diera un poco el sol y el arcano.

¡Ah, la hermosa ciudad de Dalaran! ¡Las preciosas flores con las que se engalanaba el cabello cuando su corazón era una limpia primavera! ¡Las sonrisas de los comerciantes que le traían el reflejo de aquella otra sonrisa, la que nunca volvería a resplandecer para él! En estos momentos sólo deseaba tenderse en un prado solitario y regar toda la belleza del mundo con sus lágrimas, mientras los rayos de sol besaban el ramaje de los árboles y permanecer así hasta que las nieves del invierno le cubrieran.

- Tomaremos un helado - determinó Herbert. - El azúcar es bueno para la depresión.
- No está deprimido, lo que tiene se llama calabazas. - apuntó Rowan.
- ¿En qué te basas? Supongo que en la experiencia.
- No seas memo, a mí nunca me han dado calabazas. A menos que cuente como eso la ocasión en la que raspé el aprobado en teorías ley.
- De todos modos, el helado se ha demostrado efectivo para todos los casos de desánimo, especialmente el de chocolate.

Kalervo miró hacia atrás, con gesto fúnebre y algo irritado. Se detuvo y se volvió a mirarles, lívido. Una extraña furia creció en su corazón, subiendo, subiendo, subiendo, como agua puesta a hervir.

- Agradezco vuestra preocupación y el esfuerzo que os tomáis en mostrarme apoyo. Pero quiero estar solo. - soltó, tajante. - No entendéis un pepino, sois como cotorras empíricas que no paran de parlotear y creen tener la solución a todos los problemas, que me arrastran a la calle, ¿para qué? ¿Para que observe cómo la hermosura se convierte en dolor al mirarla a través del prisma de los cristales rotos de mi corazón destrozado? ¿Para que recuerde que soy como esta estúpida ciudad flotante sin suelo debajo y con sólo el cielo encima, abandonado a mi suerte y perdido en desolados eriales tras haberse calcinado la esperanza de un amor? ¿Creéis que voy a recuperar mi natural alegría de vivir, mi maravillosa agudeza y el gusto por los colores vivos a base de azúcar, charlas amigables y compras descontroladas en las tiendas de zapatos? No tenéis ni idea, ¡Ni idea! de cómo me siento, y no, esto NO va a arreglarse con un estúpido helado de chocolate.

Rowan y Herbert se habían quedado inmóviles, contemplándole con los ojos muy abiertos y la mayor cara de perplejidad que nunca habían esbozado; ni siquiera ante las teorías descabelladas de las realidades paralelas se habían sentido tan golpeados como entonces. Ambos se miraron y miraron a Kalervo.

- Dejadme solo - dijo él.
- Ni hablar - respondió entonces Herbert, serio, dando un paso adelante. - Escucha, Kalervo, puede que... bueno no, puede no. No tenemos ni idea de esas cosas de amores.
- Yo sí - apuntó Rowan.
- Bueno, Rowan sí, ha leído algunos libros al respecto. Pero lo que queremos decirte es que aunque no sepamos qué hacer, queremos ayudarte.
- Sí. No queremos que te sientas solo, ni que lo estés. Te pondrás más triste.
- Déjanos hacerlo.

Kalervo apretó los labios y sorbió por la nariz. Le estaban esperando. Habían dejado sus libros y se habían preocupado por él... y es verdad que estaba muy asustado. ¿Qué sería de él si la tristeza le engullía por completo? Aunque no tuviera futuro, aunque todo se hubiera derrumbado y la sonrisa de Lazhar jamás volviera a iluminar su vida...

¿Acaso iba a tirar por la borda todo lo que él le había dado, todo lo que había significado, rindiéndose otra vez?

Le tembló el labio y se secó las lágrimas que habían roto finalmente, empapándole las mejillas. Estaba herido y el universo entero parecía haber perdido el sentido, había perdido algo brillante y dorado que nunca había soñado que pudiera tener. Sí, todo eso era verdad. Pero también que había tenido grandes cosas, cosas maravillosas. También lo era que había perdido por completo la capacidad de dejar de creer... en algo. En que aún podía valer la pena seguir. Sólo por el recuerdo de aquél que le había salvado una vez, eso no podía arrojarlo a la nada. Y ahí había dos personas que, si bien no eran lo que se dice una personificación de la empatía, estaban tendiéndole la mano en un momento de oscuridad.

Y aunque no sirviera de nada, ¿Acaso no había aprendido con Lazhar la lección más importante de su vida? ¿Acaso no le había enseñado él el valor de sujetarse a una mano ajena, de confiar, de dar una oportunidad a la vida para que fuera un poco menos amarga?

- ... vale, pero el mío con dos bolas y una guinda en cada una - murmuró.

Rowan y Herbert se miraron, sonriendo fugazmente, y le cogieron del brazo, llevándole a través de la ciudad como a un príncipe triste o una dama lánguida, mientras Kalervo se esforzaba en mantener la cabeza alta y caminar dignamente en su pesar. El quel'dorei le miró, era más alto que él y siempre era acogedor, desde el primer día. Su sonrisa amistosa le cruzó el rostro un momento.

- Si quieres, nos puedes contar todo esto del mal de amores y de ser colado.
- Nos esforzaremos en entenderlo.
- Y no te daremos la lata.
- Eso también.
- Veréis - empezó él, suspirando - ¿Nunca os ha pasado que, al caminar por la calle y ver pasar a alguien, sin saber por qué, sentís una fuerte impresión y os giráis para mirarle? ¿Nunca os ha pasado que, al conocer a una persona, de repente no sabéis que decir y pensáis que es un sueño hecho realidad, se os seca la boca y sólo podéis contemplarle como tontos? ¿Nunca habéis sentido como si un ejército de kodos pasara en tropel sobre vuestro corazón? ¿Habéis oído hablar del amor a primera vista?


Las tres figuras se perdieron entre la muchedumbre, camino del puesto de dulces. Dos estudiantes de la Academia de Artes Arcanas, con la toga púrpura del Kirin Tor escoltando a otro más bajito y delgado, tomados de los brazos y disertando sobre cosas aún mas complicadas que la evocación abisal. Sus sueños, sus deseos y sus sentimientos se tejían con todos los demás, los de aquellos aventureros que recorrían la hermosa, tan hermosa ciudad de Dalaran con sus pesares y sus alegrías, sus batallas y sus recuerdos, sus triunfos y sus derrotas a cuestas.


Entretanto, a muchas leguas de distancia, un paladín pelirrojo cabalgaba desesperadamente a través de vastas llanuras de hielo y nieve, guiándose con mapas y estrellas, clavando las espuelas en su corcel invocado. No le importaba el frío ni el cansancio, tampoco el hambre, que aplacaba sin detenerse, comiendo sobre la montura las lonchas de jamón en salazón que había conseguido al llegar a Rasganorte. Nunca había visto la Ciudad Violeta, ni las frías tierras del norte, pero mientras la distancia se volvía sólo una circunstancia bajo los cascos del destrero, todas las maravillas del Norte pasaban ante sus ojos sin significado.

Tenía una promesa que cumplir, y no pensaba faltar a ella. No habría distancias ni mundos suficientes que pudieran impedírselo.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

XXXI - Fiestas (III)

Desde la parte superior de la Taberna del Frontal se escuchaban las risas y las voces de los parroquianos, que en el piso de abajo festejaban el inicio del Festival de Invierno. Normalmente, los viajeros pernoctaban en el Descanso del Caminante, que tenía mejores camas, mejor comida, mejor bebida y mejor fama, por lo que aquel establecimiento no contaba con demasiada concurrencia y sólo presentaba unas pocas habitaciones, a las que se accedía a través de cortinajes de seda azul. Por supuesto, en todas ellas había divanes, librerías con textos clásicos, pipas de maná, cojines de brocado sobre las alfombras tejidas y una jofaina con toallas limpias.

Lazhar había entrado en una de ellas, echando los cortinajes hacia un lado con un gesto torpe y se había dejado caer sobre un diván carmesí, acompañado del tintineo de la armadura de malla. El bourbon de la jarra salpicó un poco la tapicería, y aunque a Lazhar le hizo reír, Kalervo pensó que no le haría tanta gracia a las encargadas de mantener las habitaciones. Si unas horas antes todo le había parecido maravilloso, ahora estaba asustado y las sombras de la incertidumbre se enredaban en su pequeño corazón de colado.

- Me lo he pasado muy bien hoy - dijo, por decir algo.

No era mentira del todo. No, no era mentira realmente, ahora que lo pensaba, dando la espalda al pelirrojo y sacándose las botas para dejarlas junto al otro diván. A su espalda, escuchaba el estrépito con el que su compañero se despojaba de las suyas, un concierto de clongs, clings, plongs y chasquidos diversos, seguidos de un suspiro de alivio. El colchón crujía cada vez que el enorme paladín se movía sobre él.

Sí, lo había pasado bien, aunque lo habría pasado mejor si no hubiera esperado nada. Tanto trabajo en vano... suspiró, sacándose los guantes. Aún tenía una oportunidad, pero se sentía muy inseguro. Puede que lo estropeara todo, y realmente... quizá estaba haciendo el estúpido. ¿O no? Sí. ¿Sí?

Aquella incertidumbre era lo peor. Apretó los labios, cerró los ojos y dejó de pensar, de planear y de decidir.

- Kevo

Oh, era su voz. Agitó la oreja con suavidad, sonaba tan bien su nombre en su voz... cuando se dio la vuelta para mirarle, la toga ondeó y susurró sobre el suelo de la habitación. Lazhar se había quitado parte de la armadura y tenía la jarra en la mano, agitándola, los ojos entornados y algo brillantes por el alcohol y una espléndida sonrisa, cálida y afectuosa como un hogar. Kalervo no podía evitar emocionarse siempre que le miraba así, y dejaba de importar si él le amaba o no, lo que pudiera pasar mañana o lo que estaba pasando en aquel momento. Sólo importaba cómo se sentía junto a él, de la manera que fuese. Seguro y protegido, en casa. Y eso es lo que le cortaba el aire en la garganta.

- ¿Qué? - balbuceó al fin.

"Yo también paso bien", signó el paladín. El mago sonrió, mirando la oreja vendada de su compañero.

- Tenía ganas de volver por aquí. La ciudad está muy bonita...

Se ladeó y se quitó la cinta del pelo, intentando no ponerse demasiado emotivo y respirar correctamente. Le costaba demasiado calibrar sus emociones, identificarlas y administrarlas. Los síntomas de colado iban y venían, mareándole, y la angustia y la pena se le mezclaban con esperanza y felicidad, la incertidumbre con el abandono, y sobre todo aquello su corazón, latiéndole en la garganta mientras hablaba de la decoración del festival, cepillándose el cabello, consciente de la atención de Lazhar sobre él.

"Me está mirando". Volvió la vista fugazmente para cerciorarse, y casi dio un respingo. El pulso se le volvió loco. Sí, le estaba mirando... ¿Y acaso no era eso lo que había querido durante toda la tarde? Ahora estaba asustado. Por eso no pensó cuando dejó el cepillo en la mesa y le encaró, con los ojos muy abiertos. Al borde del acantilado, y debajo... ¿qué encontraría?

- Lazhar...

El paladín estaba repantigado en el diván, observándole con la barbilla un poco levantada para apoyar la cabeza en el respaldo y cubriendo todo el colchón con su exhuberante anatomía. Su semblante sereno estaba enmarcado por los mechones de cabello rojo intenso, que parecían hilos de fuego cayendo sobre sus hombros.

- Lazhar, yo... - tragó saliva - al diablo, son fiestas.

No pensar, no pensar, no pensar. Recorrió la distancia que les separaba en unos cuantos pasos ágiles, seguido por el revoloteo de la toga y sus cabellos sueltos, y se arrodilló en el colchón, tomándole el rostro entre las manos temblorosas. Lazhar abrió mucho los ojos, sorprendido.

- Feliz festival de Invierno - dijo el mago.

Y saltó.

Torpemente y aterrorizado, acercó sus labios a los del paladín y le besó con los ojos cerrados y los oídos zumbándole. El corazón le martilleaba en el pecho violentamente mientras mantenía aquel beso suave y delicado, intentando retener en la memoria el tacto de la piel de Lazhar entre sus dedos, bajo su boca, la barba áspera rozándole la barbilla y las mejillas, el calor repentino que se encendió en el cuerpo cercano del pelirrojo.

Esta vez iba en serio. No era el beso fugaz y robado que le arrebató en Vallefresno, no era el beso anónimo y secreto que le dedicó en la Aldea Cazasombras, mientras Lazhar yacía inconsciente... esta vez el paladín estaba ahí, un poco bebido - sus labios sabían a bourbon - pero consciente y despierto, y habría una reacción. Antes o después, el paladín se vería obligado a apartarle, pero hasta que llegara ese momento, Kalervo no iba a separarse de él.

Tenso y paralizado, Lazhar parecía una estatua de acero ardiendo. Ni siquiera respiraba. Kalervo pensaba que el corazón le iba a reventar en algún momento y su propia respiración era un hilo aterrado y trémulo que apenas escapaba entre sus labios unidos. El arcanista ladeó el rostro y cerró los ojos, mareado, presionando un poco más sobre la boca ardiente y escurriendo los dedos hacia el cabello rojo. Seguramente, sería la última vez que pudiera hacer aquello. Lamentó su nula experiencia y que sus prácticas besándose a sí mismo en el espejo, las detalladas descripciones de las novelas románticas sobre cómo un beso debía ser, parecieran haber desaparecido de su recuerdo. A pesar de todo, ahora sólo podía seguir hacia adelante, y movió los labios con suavidad sobre los del paladín, dedicándole caricias inseguras y sin saber muy bien lo que hacía. Y Lazhar no se movía.

Se detuvo un instante, sin separarse, para tomar aire. Tenía la nariz aplastada contra su mejilla y estaba temblando de la cabeza a los pies, mantenía los ojos cerrados para no llorar. "Ya nunca podremos volver a ser amigos, a partir de ahora me evitará", pensó un instante. Tragó saliva. El zumbido de la magia arcana no era nada comparado con el enjambre que tenía en los oídos. Estaba considerando el volver a huir, al borde de un ataque de pánico, cuando sucedió.

Lazhar se movió.

Repentinamente, cerró las manos en sus brazos, y entonces Kalervo se dio cuenta de que él también temblaba, como una caldera de vapor a punto de estallar. El chico parpadeó. Lazhar tomó aire entre los dientes apretados, con una suerte de gruñido extraño, apagado, casi doloroso. "Ahora es cuando me empuja", comprendió Kalervo, con una punzada de dolor.

Y así fue... Lazhar empujó a Kalervo, pero no hacia la puerta. Con un movimiento brusco y decidido, volteó al muchacho y lo estrelló contra el colchón. Los ojos del mago se abrieron desmesuradamente, y su visión se vio velada por una cortina de cabellos carmesíes, la exclamación que estaba a punto de exhalar fue amordazada cuando los labios rudos y abrasadores se estrellaron contra su boca, hambrientos y explosivos como un volcán. Una suerte de losa de piedra caliente cayó sobre su pecho, y de repente, parecía estar en el centro de un incendio.

Le costó un poco entender que no había losa, que era el cuerpo de Lazhar. Que lo que estaba sucediendo era lo más increíble y maravilloso que podía imaginar, y que aunque lo había imaginado muchas veces, ahora que lo estaba viviendo estaba arrasándole y se le llevaba por delante.

Lazhar le estaba besando a él.

Quemaba, como una llamarada. Los labios ásperos se apretaban contra los suyos, buscándolos, moviéndose con avidez. Respiraba como un león enorme, rozándole con los dientes con suavidad contenida, y sus manos se abrieron, extendieron una caricia llameante e intensa a lo largo de sus brazos, para ir a hundirse en sus cabellos. Ahogándose en aquel incendio y renunciando a todo control o comprensión, Kalervo le abrazó con fuerza y se abandonó, bebiéndose cada sensación como una esponja seca, queriendo llorar y sin poder evitar que se le escapara alguna lágrima tonta. Estaba sucediendo. Estaba sucediendo de verdad.

Su aliento le cantaba al oído, le mordía los labios, le buscaba, le abrazaba, sus dedos nadaban entre su cabello extendido en los cojines. El chico tenía calor y no encontraba aire suficiente. No entendía nada, pero no quería que acabase. Cuando intentó respirar, le salió un gemido ahogado. El rostro de Lazhar estaba ahora hundido en su cuello, y su anatomía se apretaba contra su pequeño cuerpo, prendiéndole en llamas y provocándole reacciones que no podía asimilar. Le picaba la espalda, como si hubiera pasado demasiado tiempo al sol. La piel se le había erizado por completo y hasta las acciones vitales mas básicas como tomar aire y dejarlo ir, se presentaban como retos insuperables.

Los dientes del paladín se cerraron con delicadeza en la curva de su cuello, el aliento le quemó al contacto y el gesto le hizo dar un respingo y ahogar un nuevo gemido desvaído. "Me voy a morir", pensó estúpidamente, sin saber qué demonios estaba sucediéndole a su cuerpo y a sus emociones. Sólo le quería más cerca, sólo quería que no se terminara nunca. Intentó escurrir los dedos entre las placas para poder tocarle.

Y de repente, Lazhar se quedó quieto por un segundo. Apretó los dientes, apartó el rostro y le soltó como si le hubiera golpeado.

Kalervo tardó unos segundos en reaccionar, buscando el aire que le faltaba. Cuando lo hizo, confuso y mareado, Lazhar estaba saliendo de la habitación. ¿Qué demonios?... se levantó de un salto y se asomó tras las cortinas.

- ¿Lazhar? ¿Donde...?

El paladín se encaminaba a la escalera, y no se dio la vuelta. Parecía enfadado o molesto, quizá desesperado, y aún respiraba de manera extraña. "Se va", comprendió. "Se va, se va, está arrepentido, le doy asco". Las respuestas más oscuras y las explicaciones más virulentas empezaron a llover sobre él. Había hecho algo mal. No, lo había hecho todo mal. El paladín se detuvo y se quedó sentado en el suelo, sin mirarle, como el guardia de un palacio. "No se va. Pero no va a volver."

Aquel descubrimiento le desestabilizó como una patada en el estómago y le despertó un dolor intenso en las entrañas.

Cuando volvió al interior del cuarto, miró alrededor, intentando reconocer el lugar, encontrarle un sentido a su presencia aquí. Estaba tan aturdido que cuanto le rodeaba le parecía irreal. Era como si le hubieran arrancado el corazón del pecho y le hubieran puesto un bloque de hielo en su lugar. En apenas unos minutos, se había hundido en la fragante primavera para, instantes después, ser catapultado al invierno mas árido. Había saltado, y se había dado de cabeza contra las rocas afiladas.

- Dioses... - gimió, llevándose la mano al corazón.

Se arrastró hacia el diván y se hizo un ovillo, confundido y hundido en la más profunda miseria. Abrazó el cojín, incapaz de pensar con coherencia - si es que algo de todo aquello la tenía - y se dejó llevar por el llanto, absolutamente exhausto y perdido como un niño. No entendía nada. Y aquella era una verdad espeluznante que se reveló en aquel instante de sollozos y derrota, darse cuenta de que no era capaz de comprender lo que había ocurrido, y de que probablemente, nunca lo entendería. Había querido degustar los frutos del verano y había apostado su corazón entero en ello... y ahora no estaba seguro de si podía pagar el precio.

Asustado, se mantuvo aferrado al cojín hasta que el sueño inquieto le dio algo de paz.

En la planta de abajo, los ciudadanos de Lunargenta festejaban y reían, celebrando el Festival de Invierno. Las parejas de amantes se besaban bajo el muérdago, las chicas se vestían con los colores brillantes de la época y mostraban sonrisas encantadoras a los chicos. En un rincón, dos de ellos, elfos rubios de sonrisa traviesa, jugaban con una hoja de acebo y se abrazaban, haciéndose carantoñas, mientras algunos les miraban de reojo y apenas soltaban una risilla. Eran fiestas y la gente se divertía, olvidando todos sus pesares por unos días.

En el piso superior, un paladín atribulado y un mago con el corazón herido se hacían preguntas que ninguno podía responderse solo. Y entre los dos, en el espacio entre la puerta y la escalera, un puñado de hojas de bordes afilados se balanceaban, clavadas a una viga con una cuerda. Una de ellas se desprendió y cayó al suelo, durmiendo sobre las baldosas hasta que alguien la encontrara.

XXX - Fiestas (II)

¿Habéis sentido alguna vez como si el mundo sonriera? Los edificios, el suelo, las casas, los árboles, los kodos, los renegados... Me refiero a esa sensación de estar hecho de aire, sentir el cuerpo ligero como una pluma y el espíritu elevado, sentir que el sol brilla para tí y te guiña el ojo, que el universo está de tu parte y que todo tiene que salir bien. Esa mezcla de euforia absoluta y optimismo estúpido que solo provoca el consumo de drogas psicotrópicas y el amor. Bien, en el caso de Kalervo Alher Fel'anath, mientras caminaba hacia los portales de Dalaran con su flor en el pelo y la sonrisa puesta, contoneándose animadamente como una colegiala escapada del internado, su felicidad se debía a dos motivos: El primero, que eran fiestas, y el segundo, que había tomado una decisión.

Atravesó el portal hacia Entrañas y avanzó alegremente entre la mugre y la peste, convencido de que todo saldría bien. Los consejos de Temari no caerían en saco roto, sus ilusiones y esfuerzos, sus esperanzas que un día fueron remotas, se veían cada vez más claras como posibilidades posibles, y así lo había declarado su amiga hacía un par de días.

- Es una posibilidad posible - le había dicho, mientras se rizaba las pestañas. - Dame los datos otra vez, cielo.

Kalervo dejó la crema de manos a un lado y miró a Temari a través del espejo de la habitación del Descanso del Caminante, donde estaban pasando el rato ocupados en ponerse guapos.

- Pues... a veces me mira cuando no miro - respondió, dubitativo. - Le di un masaje en los hombros y se quedó quieto. Tenso, pero quieto.
- ¡Perfecto! ¿Qué más?
- Uh... - se puso un poco rojo - en Vallefresno, le besé.

Temari le había mirado con sorpresa, dejando el rizador de pestañas a un lado.

- ¿Qué? ¡Vaya, sí que le echaste valor! ¿Y qué hizo?
- Nada - Kalervo se encogió de hombros. - Abrió mucho los ojos y luego seguimos el camino.
- ¿No dijo nada?
- No
- ¿No hizo nada?
- No

Temari volvió a coger el rizador y sonrió con seguridad.

- No te ha rechazado, así que es una posibilidad posible.

Kalervo había dudado al principio. Con lo buena persona que era Lazhar, lo más probable es que no le hubiera rechazado para no herir sus sentimientos, pero aunque Temari tuviera razón, hasta entonces las cosas no habían sucedido como el joven arcanista esperaba. No había habido abrazos bajo la luna ni confesiones mirándose a los ojos, no había habido palabras tiernas... bueno, sí, Lazhar era mudo. Raramente podrían realizarse todas sus locas fantasías si él no podía hablar, pero no importaba, ya estaba en ello. Pronto, el paladín recuperaría esa capacidad y podría decirle que le amaba. Hasta entonces, y animado por la seguridad de que iba a aprobar todos los exámenes de la Academia y su renovada autoestima, Kalervo había decidido que de las fiestas no pasaba: Iba a hacerlo. Conquistaría a Lazhar.

Sus síntomas de colado habían empeorado. Empezaban a afectarle en la concentración y a veces le hacían sentirse triste sin motivo, abatido, apático, deprimido... pero las señales estaban ahí, casi podía verlas. A veces dudaba de ellas, pero en su fuero interno se convencía de que el paladín le amaba, solo que no se daba cuenta. Haría que él también pudiera verlo. Y todo iba a salir bien.

Atravesó la ciudad de Entrañas sin que el hedor le molestara, sonriendo a todo el mundo. Las mandíbulas descolgadas y las entrañas expuestas de las abominaciones le resultaban encantadoras, casi románticas, aunque al cruzar el Orbe y poner el pie en Lunargenta, que el entorno acompañara su ánimo requiso menos esfuerzo.

La ciudad estaba preciosa. Engalanada con muérdago y luces de colores, árboles con bolas de cristal y caramelos colgando de las ramas. Había gnomos vestidos de verde que vendían chocolate caliente y bizcochos. Oh, sí, y ahí estaba él. Lazhar sonrió y le saludó con la mano, vestido con la armadura, como siempre, despeinado, como siempre. El corazón de Kalervo tembló y le dieron náuseas.

- Hola, Lazhar - saludó, con una sonrisita - Son fiestas.

El paladín asintió y le devolvió otra sonrisa enorme. Kalervo mantuvo la suya. "Ya eres mío". Le agarró por el brazo y, sin darle tiempo a sentirse azorado, le arrastró. Puede que aquello no fuera una cita, pero pensaba convertirlo en una.

Un par de horas después, ambos estaban en la taberna del Frontal. Lazhar seguía sonriente, con la oreja vendada, dando sorbos a su jarra de bourbon mientras escuchaba conversar a la gente. Kalervo, hundido en el diván, se preguntaba qué demonios estaba haciendo mal. El optimismo flotante y casi estupefaciente del mago había decaído a mínimos, sus recursos se habían agotado y el desastre había hecho presencia sucesivas veces. Repasó, en silencio y pensativo, mareando el hidromiel, sus catastróficas desdichas:

Merendar chocolate había sido buena idea, habían pasado un buen rato, pero esa era la parte fácil. Era sencillo hacer feliz a Lazhar con la comida. Su exhibición de toga nueva, al igual que su acicalamiento especial para la ocasión que incluía purpurina y brillo de labios había pasado desapercibido para el paladín. Sólo cuando le hizo notar, prácticamente a gritos y forzando una sonrisa de desesperación, que si le gustaba SU NUEVA TOGA AZUL, Lazhar respondió con una sonrisa sencilla y gesticuló que "estaba guay", para pasar a ocuparse de los bizcochos nuevamente. Respecto al muérdago, Kalervo estaba empezando a preguntarse seriamente si el paladín era tonto o se lo hacía. Le había arrastrado sin pudor debajo de cada viga, farola o arcada de las que pendían verdes hojitas, se había puesto delante suya y le había sonreído encantadoramente, arqueando las cejas. Lazhar, con cara de no entender nada, se había limitado a mirarle perplejo, devolviéndole el gesto y con una interrogación amarilla bailándole sobre la cabeza, aunque en este caso no había misión que entregarle ni recompensa que recoger, sólo simbolizaba su absoluta falta de comprensión acerca de lo que estaba sucediendo. Exasperado, Kalervo había ido a buscar su caña de pescar, colocado una rama de muérdago en el anzuelo y paseado por la ciudad con la plantita sobre la cabeza de Lazhar sin que el muy cazurro - aunque encantador - se diera cuenta de nada. Al menos hasta que le enganchó la oreja con el anzuelo y casi se la arranca. Después hubo sangre, un momento embarazoso en el que el mago intentaba sacar el anzuelo y el paladín tiraba hacia el otro lado y la fatal pregunta, "¿Qué demonios haces?", que había obligado al chico a reír nerviosamente e inventarse alguna excusa absurda. Ahora, agotado y frustrado, en la taberna del Frontal, la noche estaba entrada y su tiempo se acercaba al final.

Pronto habría que irse a la cama. Kalervo casi podía masticar su fracaso. Sólo le quedaba confiar en la última esperanza de aquellos que aman desesperadamente: el alcohol. Sentado y silencioso, observaba a Lazhar bebiendo tranquilamente, animándole de vez en cuando.

- ¡Vamos, son fiestas! - decía, llenándole el pichel cuando lo vaciaba un poco.

Pero nada. El alcohol no parecía convertir a Kalervo en algo a lo que prestar atención, no hacía que la mirada gris se dirigiese a él ardientemente, no despertaba en Lazhar lo que se suponía, según Temari y las novelas románticas, que debía despertar: La deshinibición y la aceptación de que te gusta alguien en quien no te habías fijado antes de esa manera. Lo único que estaba consiguiendo el bourbon era que Lazhar se riera con más frecuencia y que empezara a bostezar.

Y los minutos pasaron. Y llegó la hora fatal.

Lazhar suspiró, se dio la vuelta y miró a Kalervo. El chico aguantó el aire y alzó el rostro, puso la espalda recta y le observó, expectante, con los ojos muy abiertos. "Ahora. Es el momento. Dioses." Una hormiga estaba bailando el minueto dentro de su barriga y le dieron ganas de hacer pis, pero se aguantó.

- Kevo
- ¿¿¿SI???

El paladín levantó la mano libre y gesticuló lentamente, sonrientemente, inocentemente.

"Voy a dormir"

Fue como si una nube negra descargara su tormenta sobre la cabeza del maguito, mientras sonaba música triste y las moscas daban vueltas a su alrededor. Miseria absoluta.

- Pe...pero... - balbuceó - ¿ya? Son fiestas...

Lazhar sonrió y le revolvió el pelo, dirigiéndose a la rampa. "Dormimos aquí", signó torpemente, mientras se alejaba con su roja cabellera y su jarra de licor en la mano. Kalervo tragó saliva.

No había otra opción. Tendría que actuar directamente, sacar la artillería y conquistar aquella plaza de una vez por todas. Se encomendó a todos los dioses que conocía, tomó aire, lo expulsó, se levantó y siguió al paladín hasta el piso de arriba, sintiendo todas las miradas del universo sobre sí y la clara impresión de ir a saltar por un acantilado. Posiblemente, con la suerte que tenía, se abriría la cabeza con una roca. Pero no tenía más alternativas.

Había que saltar.

martes, 7 de septiembre de 2010

XXIX - Fiestas (I)

En la ciudad de Dalaran, la Academia de Artes Arcanas se esforzaba por proporcionar a sus estudiantes lo mejor. Para la directiva, era muy importante instruir a los magos de una manera disciplinada, y asegurarse de que obtenían los conocimientos y la formación integral necesarias para utilizar favorablemente la magia, hacer las labores - sucias o limpias - que el Kirin Tor requería y no provocar acontecimientos como cataclismos, tormentas arcanas o apertura de portales para la Legión Ardiente. Esas pequeñas cosillas se podían prevenir proporcionando una educación esmerada a los pupilos. Al Kirin Tor no le agradaba recordar que en sus anuarios aún se encontraba el recuerdo de personas tan peculiares como Kel'thuzad y Kael'thas; ese era el tipo de mala publicidad que intentaban evitar a toda costa. Y el renovado aperturismo de la Ciudad Violeta era la ocasión perfecta para convencer al mundo de que los magos no estaban forzosamente locos ni tenían por qué suponer un peligro potencial para la supervivencia de Azeroth.

Afortunadamente, el mundo no tenía acceso a las habitaciones de la Residencia de Estudiantes, por mucho aperturismo que hubiera. Era frecuente escuchar explosiones y ver salir humo de debajo de las puertas, entre otras cosas. Pero, ¿quién puede poner diques a la curiosidad juvenil?

Kalervo Alher Fel'anath se encontraba delante del tocador, pasándose un algodón húmedo por el rostro. A su lado, Herbert y Rowan, que no tenían tocadores sino escritorios de estudio, olfateaban y metían la nariz en sus frascos y botes. Acababan de terminar el último exámen, y aunque el joven elfo no hacía uso habitual de su cuarto compartido en la Residencia, siempre era cómodo pasarse de vez en cuando para dejar los libros, recoger cosas y a veces, como aquel día, estar con gente.

- Creo que esta vez aprobaré - comentó Herbert, curioseando la crema hidratante de bayas silvestres - Por todos los Dioses en los que no creo, Fel'anath, ¿Qué es esto? Huele tan bien que dan ganas de comérselo.
- No te lo comas - intervino Rowan, arrebatándole el bote. - ¿En qué te basas para pensar que aprobarás?
- Las estadísticas dicen lo contrario - añadió Kalervo, metiendo los dedos en la crema y extendiéndola sobre su rostro, mirándose al espejo - No has aprobado ni la asistencia desde que te conozco.

Herbert hizo una mueca y se enzarzó en una aparatosa discusión con su otro compañero. El arcanista les echó una mirada desde el espejo y sonrió ligeramente.

Todo era muy distinto a lo que había vivido antaño, en el Templo, en la academia Falthrien, en la Torre de Arugal, en Scholomance. Era distinto y maravilloso. Aquí había encontrado compañeros y gente afín, simpatías y relaciones sociales con gente real que nunca había tenido con anterioridad. El día a día en la Academia era estimulante a muchos niveles, y en ella, entre sus gentes, Kalervo se sentía aceptado como nunca. Ser pequeño de tamaño no era un problema cuando en sus clases había gnomos. Parecer una chica había causado alguna que otra confusión que no había ido a más, porque aquello no era importante. Y ser inteligente no le convertía en blanco de las mofas de aquellos que pudieran sentirse inferiores ante su superioridad, porque allí todo el mundo era inteligente, y ésto era visto como una virtud. Respecto a la excentricidad, sus zapatos de encargo o las pulseras que le gustaba lucir, las togas coloridas que vestía fuera del aula eran absolutamente aceptadas y a veces admiradas por los curiosos personajes de pelo verde o rosa y sombreros puntiagudos que poblaban la Ciudadela Violeta. ¿Podría haber imaginado un lugar mejor? Era el paraíso. Y ya no tenía que inventarse compañeros imaginarios, los tenía de verdad, y le caían bien. Sus preferidos eran los dos estudiantes con los que compartía habitación y clases a diario.

Herbert era un humano bajito, rechoncho y con el pelo muy rizado y los mofletes gruesos. Era feo - a ojos de un elfo como era su caso - y las togas del uniforme le hacían parecer una mesa con mantel y faldilla. Pero, aunque fuera perezoso y poco disciplinado en el estudio, Herbert era muy inteligente y siempre tenía buenas ideas. Respecto a Rowan, se trataba de un quel'dorei de melena plateada y rostro aristocrático que siempre estaba de buen humor y tenía una tendencia exagerada - odiosa para algunos y encantadora para otros - hacia calcularlo todo, discutirlo todo y analizarlo todo. También le apasionaba la ingeniería y era un declarado admirador de la moda. Rowan había sido la primera persona en ser amistosa con Kalervo el día que llegó a las clases y le había hecho sentirse acogido. No importaba que fuera quel'dorei, o que Herbert fuera humano. Allí, eso no tenía el menor valor. Eran magos de la Academia de Artes Arcanas de Dalaran, y mientras estuvieran allí, no había motivos para la enemistad.

- Vas a suspender - sentenció Kalervo, retirándose la cinta del pelo después de terminar con su rutina de acicalamiento. - Siento ser heraldo de malas noticias, pero es un hecho.
- ¿Cómo puedes estar tan seguro? - preguntó Herbert, apartando las manos de la cara de Rowan, al que había embadurnado de manera experimental con el exfoliante de sales del arcanista.

Kalervo requisó sus cosméticos.


- Porque has copiado de Lucy Hightour, que estaba haciendo el exámen de recuperación de Alquimia. Dejad de jugar con mis cosas.

Herbert parpadeó y Rowan estalló en carcajadas.

- ¿De qué nos examinábamos nosotros?
- De Técnicas de Invocación, pedazo de animal.
- Maldita sea, he suspendido otra vez.

Kalervo asintió solemnemente. Luego empezó a apilar sus libros y a doblar el uniforme, abriendo la ventana para airear la habitación. Si no fuera por él, aquel cuarto parecería un laboratorio abandonado. Su manía de ordenarlo todo y recoger cuanto encontrara por medio no era criticada por los otros dos, que encontraban muy conveniente que alguien se ocupara de colocar ambientadores de hierbas y mantener el lugar habitable.

- Las notas no salen hasta el cambio de luna - dijo Rowan. Había robado un algodón a Kalervo para quitarse el potingue de la cara. - ¿Alguno os vais a quedar?
- Yo me quedaré. A la luz del dato aportado por Kale, tengo que reconocer como irrefutable el hecho de que voy a suspender, así que tendré que estudiar para volver a presentarme en verano.
- Yo creo que me quedo también, aún no lo he decidido - añadió el quel'dorei, que nunca hacía planes y solía actuar por instinto. - ¿Dónde vas a pasar las fiestas, Kalervo?

El chico sonrió, mirando a sus compañeros. Era evidente que él se marchaba, porque estaba recogiendo las pocas pertenencias que tenía allí. Por eso y porque sus compañeros ya habían notado que rara vez dormía en la habitación.

- Pues no lo sé. En Lunargenta, supongo, si a Lazhar no le sale ninguna aventura por ahí.
- ¿Cómo es eso de ser representante de héroes? ¿No te quita mucho tiempo? - preguntó Herbert, que había dejado de hacer el idiota y se había sentado en su cama.
- Todo es organizarse.
- A ver si nos presentas a ese Lazhar algún día. Tengo ganas de conocerle.

Kalervo anudó su mochila y se dio la vuelta, mirando a Rowan con la ceja arqueada y una sonrisilla ambigua. Ladeó la cabeza. El chico le observaba con una expresión inquisitiva, de curiosidad contenida.

- ¿No te crees que exista?

Rowan sonrió.


- Sí me lo creo, pero me tiene intrigado.
- Ya os lo presentaré alguna vez si se dan las circunstancias - repuso Kalervo, levantando la barbilla y batiendo las pestañas con petulancia - Nos veremos cuando salgan las notas, chicos. Felices fiestas.
- Felices fiestas, Kal - sonrió Herbert.
- Diviértete - sonrió Rowan, con una expresión más traviesa que Kalervo supo ignorar.


Cuando abandonó la estancia, el quel'dorei se frotó la barbilla, pensativo.


- ¿No notas nada raro?


Herbert parpadeó.


- ¿Raro como qué?
- Se ha acordado de hacerse todas esas cosas en la cara, de peinarse y de ponerse guapo. Pero se ha dejado los libros.
- ¿Kalervo? ¿Que ha olvidado llevarse sus amados libros? No me lo creo.

Los dos chicos se miraron y se abalanzaron hacia el tocador, acuclillándose y observando la pila de volúmenes, esos que un mago nunca pasaría por alto, esos que el arcanista Fel'anath había sacado de la biblioteca el día anterior declarando que quería estudiarlos durante las vacaciones. Los cuales ninguna explicación racional podía justificar que el chico hubiera desatendido. Rowan arqueó la ceja.

- Propongo un experimento - dijo, aún acuclillado y con la nariz a ras de la mesa de madera.
- Te escucho.
- Aguardaremos por si vuelve a por ellos.
- En caso de que no lo haga, podemos calibrar la variable enfermedad. Quizá está enfermo y se los ha dejado.
- Es un punto de vista válido - asintió Rowan, tamborileando con los dedos sobre la mesa - pero si sumamos los indicios, creo que hay otra explicación mejor.
- ¿Te importa recordarme esos indicios en orden alfabético? - pidió Herbert. - Creo que no he sido muy observador.
- Desde luego, colega. Alta autoestima. Brillo en la mirada. Canturreos constantes. Color en las mejillas. Cuidados estéticos extraordinarios. Excitación emocional pre-vacacional...
- Basta - interrumpió Herbert, con expresión de sorpresa. - Basta, creo que sé cual es tu hipótesis. ¿Ha cortado flores hoy?
- Sí

Los dos chicos se precipitaron hacia la ventana. Abajo, en las concurridas calles de Dalaran, la pequeña figura del arcanista caminaba lentamente, con algo rosado en la mano. Se llevó los dedos al cabello y se prendió la flor detrás de la oreja, haciendo que los dos compañeros ahogaran una exclamación.

- ¿Demencia transitoria o enamoramiento? - preguntó Herbert. - Tú eres elfo, vuestra vinculación emocional es mayor, sin duda podrás ser más acertado en tus impresiones.
- No va a volver a por los tratados - suspiró Rowan. Le puso una mano en el hombro a su amigo, con dramatismo. - Y eso es algo que a nuestro Fel'anath no se le olvidaría ni loco.
- Luz bendita... entonces es amor.

Los dos chicos contemplaron con nostalgia a la alegre figura que se perdía entre la muchedumbre. El silencio sólo se rompió con la voz de Rowan.

- Qué envidia. Yo también quiero.
- Bueno... podemos usar sus libros.

Ambos asintieron y se apartaron de la ventana, era una maravillosa opción. En la soledad del erudito, la falta de alguien a quien amar siempre se convertía en una carga menos pesada al sumergirse en el estudio, y en este caso, mientras ambos se tendían en sus respectivas camas y abrían los volúmenes con amplia sonrisa, dicho acto tenía un aliciente mayor. Kalervo no soportaba que tocaran sus libros, que aunque fueran de la biblioteca, consideraba como suyos durante el tiempo que estaban a su nombre.

Y siendo sinceros... ¿Qué mago que se precie dejaría pasar la oportunidad de deleitarse en los placeres de lo prohibido?

lunes, 6 de septiembre de 2010

XXVIII - El Héroe Atribulado

Los elfos de Quel'thalas, a causa de su terrible y dramática historia y rancias tradiciones siempre habían tenido un concepto muy especial acerca del valor de una persona. En las verdes tierras de los elfos, un hijo del Sol se pesaba y medía en términos de autocontrol, resistencia y fortaleza, fuera esta de la clase que fuere. Kalervo Alher Fel'anath siempre lo había entendido, y siempre supo cual era su lugar, desde muy pequeño. Era más bajito que la mayoría de los elfos de su edad. Sus músculos eran débiles, sus pulmones se cansaban cuando corría. Se mareaba si veía sangre, le asustaban los animales y tenía alergias constantes y variables. Sufría de arritmias, mojaba la cama por las noches y en situaciones de estrés tenía que encontrar rápido un lugar donde hacer pis. Y dada su hipersensibilidad, el día a día estaba LLENO de situaciones de estrés para él. Así pues, Kalervo tenía pocas posibilidades para hacerse un lugar en el mundo. Aprendió a explotar las únicas cosas en las que era superior a otros: su intelecto y su excentricidad.

Lo primero, le granjeó envidias, lo segundo, enemistades. Sin embargo, de alguna manera, el niño repipi y odioso de Brisa Pura construyó su identidad aferrándose al sentimiento de ser especial, de ser diferente y ser listo, y había empuñado esas banderas allá donde fuera, durante su infancia y adolescencia. Pero en la Academia de Artes Arcanas de Dalaran, el mundo parecía haberse vuelto repentinamente simpático hacia él, benevolente.

- ...y entonces se me acercó y yo ya pensaba que me iba a insultar, pero ¿Sabes lo que hizo?

Kalervo esperó a que Lazhar negara con la cabeza para seguir.

- Me miró fijamente, se inclinó sobre mi mesa, y dijo... "Qué toga mas chula, Fel'anath" - completó la narración, emocionado y dramatizando. - ¿A que es increíble? ¡Y luego estuvimos hablando! ¿No es genial?

Lazhar asintió. Se encontraban de paso en Lunargenta, y el paladín estaba limpiando la armadura, frotándola como si quisiera desincrustar suciedad milenaria de ella, con movimientos enérgicos y aspecto tenso. Kalervo estaba sentado a su lado en uno de los divanes, y le miraba con extrañeza. Le estaba contando sus progresos sociales con todo entusiasmo y él no parecía muy sensible a ello.

- Estás muy callado. Bueno, ya sé que eres mudo y todo eso. Y no es que me importe, porque me gusta poder hablar tanto y que me escuches y no me interrumpas, es uno de tus encantos. Pero te noto raro.

Lazhar levantó la cabeza repentinamente, como si estuviera...¿asustado?. Luego negó varias veces. "Todo bien. Cuenta más", gestualizó, antes de seguir con su labor.

Kalervo se ladeó en el diván y le miró, arrugando el entrecejo. Las placas estaban muy limpias. Lazhar las restregaba con fuerza aun así. Le había visto pegar a los muñecos la mañana anterior, ahora que lo pensaba, y ese afán por mantenerse constantemente ocupado y que le llenara la cabeza con su cháchara ... "Aquí está pasando algo. Lazhar se pone así cuando se preocupa".

Se puso a pensar. ¿Qué podía ser?. Ah... lo del demonio. Claro. ¡Pobre paladín! Había intentado por todos los medios protegerle de aquel bicharraco terrible, y habían sido capturados a pesar de todo. Si no fuera por Temari, no la habrían contado. Debía sentirse responsable. Además...Lazhar odiaba muchísimo a los demonios. No soportaba verle mal, así que tenía que hacer algo al respecto.

Chasqueó la lengua y se puso en pie, quitándole el trapo de las manos y colocándose delante suya para que le mirase.

- Lazhar, tenemos que hablar.

Kalervo no sabía que decirle eso a un chico no es buena manera de comenzar. Menos aún con las manos en las caderas. Y mucho menos aún si pareces una chica. El paladín parpadeó, tragó saliva y le miró, perplejo.

- Sé lo que te pasa.

Lazhar se puso blanco. Kalervo continuó.

- Escucha... sé que hay algunas cosas que te asustan - dijo, sin querer mencionar para nada a los demonios. Intentaba ser suave. - y que te sientes... confundido y... atribulado. Quizá avergonzado. Por lo que pasó.

Lazhar dio un paso atrás. Le miraba fijamente. Ahora estaba rojo y parecía agobiarse por momentos. Miraba alrededor, como si estuviera buscando por dónde escapar. "Dioses, este chico está muy mal". Tendría que ser aún más suave.

- Oye, tienes que enfrentar esto. No...

"No tengo que enfrentar nada", gesticuló el paladín de manera abrupta, con el ceño fruncido. Cielos, sí que era delicado el asunto con los demonios. Tendría que ser aún mucho más suave.

- Entiendo tu frustración. Es normal, al principio. Lo que pasó, pasó y ya está. Asúmelo, creo que podemos sacar algo positivo de ello, y además... tienes que estar preparado, porque volverá a suceder.

"NO", gesticuló Lazhar con vehemencia. Había retrocedido más, y le miraba de una manera muy extraña. Como si él estuviera armado y amenazándole o algo así. Kalervo se puso nervioso.

- ¿Como que no? Eso no lo puedes saber - replicó, perdiendo un poco la compostura - A veces ocurren cosas que no podemos controlar, no todo está en nuestra mano.

"NO, NO, NO", marcaba cada gesto con contundencia y se había inclinado hacia adelante. Los ojos grises destellaban, reflejando una gran incertidumbre, y también angustia. "No pasará más. Jamás"

- ¿Pero por qué eres tan testarudo? - exclamó Kalervo, hastiado y contagiado por su angustia, sintiéndose incapaz de consolarle o ayudarle - ¡No deberías esconderte así! ¡Sólo asúmelo y aprende de ello, no es para tanto, no fue tan malo! ¿Es que fue tan terrible realmente, Lazhar?

Lazhar negó. Luego asintió. Luego negó, asintió, suspiró y dejó caer los hombros hacia adelante, derrotado. El chico apretó los dientes y le rozó la mano, intentando ofrecerle un contacto acogedor, pero los dedos de Lazhar se crisparon y se apartaron, como si se hubiera quemado.

Kalervo sintió un frío repentino en la nuca, al darse cuenta de cómo le evitaba. Era un rechazo claro, que se anudó en su garganta como una soga. Si tan grande era la decepción del paladín por no haber podido vencer a ese demonio que le hacía rechazar a los demás así, a él... desde luego, no le iba a dejar.

- Ya basta, Lazhar - murmuró, tratando de sonar firme - sé como te sientes, pero no la pagues conmigo, no es culpa mía.

El pelirrojo le miró, incrédulo, y sus cabellos se agitaron violentamente cuando volvió a signar, con los mismos movimientos secos y tajantes.

"CLARO QUE ES. NO ES DE NADIE MAS"

Kalervo abrió la boca. Frunció el ceño.  Una oleada de calor abrasador se pegó en sus párpados cuando acudieron las lágrimas, y una sensación punzante, dolorosa y gélida le atravesó el estómago como un puñal acerado. No podía creerse lo que acababa de leer en las manos grandes y ásperas del paladín. No es que dudara de la realidad de esas palabras, porque posiblemente fuera culpa suya, por no ser lo suficientemente bueno con los hechizos, por no haber sido más cauto en la batalla, por haberse puesto en peligro y haber obligado así a Lazhar a defenderle... pero a pesar de todo, el paladín nunca le había acusado de esa manera. El dolor y la tristeza se mezclaron con la ira infantil, y apretó los puños para que no le temblaran las manos. Cuando levantó la mirada, la expresión de Lazhar ya se había suavizado, aunque seguía lívido.

- Puede que no sea muy bueno... y que... me comporte como un idiota a veces... pero es injusto que me digas eso... - susurró, aguantándose las lágrimas - yo luché lo mejor que pude... pero el demonio era muy grande... y... ya sé cuánto los odias, cómo sufres cuando no puedes proteger a los demás... pero...

No podía. El llanto tembló en su pecho y explotó finalmente en un sollozo contenido. Trató de limpiarse el rostro, de mantenerse de pie sin que le fallaran las rodillas.

Lazhar parecía no entender de lo que hablaba. Su semblante se relajó, luego palideció aún más y la mirada gentil y protectora volvió de nuevo a su rostro y cayó sobre el chico que lloraba. El paladín vocalizó una maldición sin pronunciarla, mientras la compresión iluminaba su mente finalmente.

"Perdóname. No es tu culpa. Soy idiota", gesticuló.

Kalervo ya estaba hipando y encadenando sus lamentos desconsolados uno tras otro, herido por lo que le había dicho y conmovido porque al fin volvía a portarse con él como siempre. Fue por esto último por lo que lloró aún más fuerte cuando el paladín le abrazó.

- La...zhaaa...aaaa...aaar...
- Ya, ya...
- No...me...di...gas...eso...nun...ca...má...a...a...aaaaas
- Ya, ya...

Kalervo lloró, Lazhar le consoló, luego le repitió que todo había sido un error y que no era su culpa. El arcanista, pese a sentirse tan mal en aquellos momentos, supo disfrutar y aprovechar su abrazo y los gestos tiernos y paternales que el paladín le dedicó. A pesar de todo, Lazhar no le confesó qué era lo que había comprendido mal y de qué demonios había pensado que estaba hablando el mago durante aquella conversación, pero el chico lo olvidó rápido.

Había zapatos nuevos en el Bazar, y lo único que le importaba era que su héroe volviera a ser el mismo de siempre. Y por un tiempo, así fue.

sábado, 4 de septiembre de 2010

XXVII - Curar las heridas

Kalervo Alher Fel'anath no estaba acostumbrado al combate. No lo estaba, y sospechaba que jamás lo estaría en realidad. Aquella tarde, salieron a trompicones del apestoso nido de sátiros y plantas podridas al que los centauros llamaban Maraudon, jadeando y resollando bajo un sol abrasador. Habían estado combatiendo con todas sus fuerzas en las entrañas de aquella tierra reseca y marchita, atravesando las cavernas oscuras en las que brillaban extraños blandones con runas demoníacas y la corrupción rezumaba por cada grieta de roca, en cada gota de agua infecta. Apoyado en el bastón, Kalervo se secó la sangre de la frente y trató de sonreír al paladín, aunque le salió una mueca algo torcida. El sol le quemaba a los ojos tras horas de avanzar en la oscuridad.

- Diré que no ha... estado mal del todo... - articuló dificultosamente - ...aunque ambos sepamos que nos han vapuleado.

Lazhar respondió con una risa lenta y cansada, que no convencía a nadie. Apoyó las manos en las piernas y bajó la cabeza un instante, tratando de recuperar el aliento. A pesar del hilo de sangre que le corría por el rostro, de la herida de la cabeza que oscurecía el color rojo natural de sus cabellos, aún tuvo el ánimo de levantar el pulgar en dirección al mago. "Lo has hecho bien".

Kalervo sonrió y le pasó el brazo por la cintura, al ver que el paladín no atinaba a levantarse.

- ¿Estás bien?

Lazhar asintió, evidentemente. Él siempre estaba bien.

Había sido duro, muy duro. Y el arcanista sabía que no lo había hecho realmente bien. Las energías en aquella gruta profunda rezumaban un sabor espeso y cargante que le dejó como recuerdo una preciosa jaqueca y que no había tardado en desconcentrarle. Sus hechizos habían sido adecuados, pero no realmente buenos. Mientras avanzaban a pasos cortos, en silencio, para alcanzar las monturas atadas en un tronco retorcido, el muchacho masticaba su decepción.

Para él, la magia era como cabalgar una centella. Sabía que tenía habilidades naturales, y que con esfuerzo y estudio, podría convertir la ejecución de la misma en un verdadero arte. En algunas ocasiones, escasas hasta ahora, había vislumbrado esa perfección. Se había sentido como un bailarín habilidoso, moviéndose aquí y allá y encadenando los hechizos con soltura, sin apenas necesidad de pensar, dejando que su mente rodase por sí misma y el viento chispeante, la caricia mentolada, le atravesara y tejiera hilos arcanos que estallaban en forma de misiles, de nebulosas, de novas electrificantes. Esas pocas veces, Kalervo había disfrutado completamente de la experiencia. No había sido ni mucho menos así esta vez. El cargado ambiente le había llevado a cometer errores de principiante que le irritaban demasiado como para estar satisfecho.

No había sido mejor para Lazhar. Le miró de soslayo mientras montaba sobre su destrero, tambaleándose y pálido como la tiza. A pesar de sentirse un poco enfermo, del dolor de cabeza y de la toga hecha jirones, el joven de cabellos azabache sintió un encogimiento de preocupación al contemplar el estado de su compañero. Empuñó su sonrisa y se subió a Purpurina, que graznó con desagrado.

- Tranquilo. Vamos a Cazasombras y buscaré algo de comer, te sentirás mejor.

El paladín asintió con la cabeza, sin apenas mirarle.

Hicieron el viaje en silencio, rápidos y agotados. "Maldito lugar asqueroso", iba pensando Kalervo. "Tendré que coserme la toga, y llevo las botas perdidas de esos mocos infernales. Y ese hedor insoportable... aún lo tengo pegado en la nariz. Espero que alguien se decida de una vez a explicarles a los sátiros que se puede ser malvado sin necesidad de oler mal. Por no hablar de los insectos. Es imposible tomarse en serio a un villano que te amenaza mientras dos moscas dan vueltas alrededor de su cabeza". Necesitaba un baño. Y contra todo pronóstico, tenía hambre, mucha. Por eso, cuando llegaron a la aldea, desmontó de inmediato y se dispuso a correr hacia la choza donde los trols vendían comida, rezando por que no le ofrecieran nada con aspecto humanoide para almorzar.

- Quédate aquí - dijo, indicándole a Lazhar un rincón a la sombra - enseguida vengo.
- Kevo...

El pelirrojo había perdido el color y los ojos se le cerraban. Debía estar muy cansado.

- Te traeré comida, ponte algo en la herida. Aquí tienes vendas - se apresuró, entregándole un fajo de lienzos limpios.

Parecía que él quisiera decir algo más, pero sólo suspiró. El jovencito salió a la carrera.

No le costó demasiado encontrar algo decente que comer, y regresaba alegremente con un paquete de pescado asado pocos minutos después.

- ¡Ya estoy aquí! - exclamó - He encontrado sabiolas y...

Lazhar apenas pudo sonreírle un instante. Después, los ojos se le pusieron en blanco, dio un traspiés, emitió un gemido de frustración y se derrumbó sobre el suelo de tablas, con estrépito de metal. El pescado le siguió en su camino hacia el suelo cuando Kalervo lo soltó, abalanzándose sobre el paladín, alarmado.

- ¡Lazhar! ¡Lazhar! ¿Qué te pasa?

El corazón del chico se desbocó. Su mente empezó a trabajar a toda velocidad, sus manos se movían solas. No sabía demasiado acerca de primeros auxilios, pero en aquel momento, sus escasos conocimientos se colocaron en línea de salida. Arrodillado, le dio la vuelta a duras penas sobre el piso - pesaba muchísimo - para colocarle boca arriba. Le tomó el pulso, comprobó que no se había tragado la lengua, que no había convulsiones y le miró los ojos bajando los párpados con los pulgares, sin dejar de llamarle.

- Oh dioses... dioses, dioses, ¿Estás inconsciente? - preguntó estúpidamente, mientras le desataba las correas de la armadura.

Obviamente, estaba inconsciente. La excursión en Maraudon había sido demasiado para el paladín, que había dejado de funcionar como un tonque de vapor sin vapor, o un molino de agua sin agua. Mientras se aguantaba el llanto, Kalervo retiraba la armadura con cuidado, dejando las piezas alrededor de ambos y haciéndose reproches a media voz, gimoteando.

- Todo esto es culpa mía... no debimos entrar, debimos haber salido antes, no... ay, Belore... debería avisar a alguien, pero no puedo dejarte solo aquí. Ay, Belore - murmuraba, terminando de vendarle la herida de la cabeza. Al parecer, Lazhar había intentado hacerlo sin mucho éxito.

Una vez terminó con ella, le abrió la camisa para comprobar si había alguna otra lesión importante. La piel atezada mostraba algunos cardenales antiguos y un par de cicatrices más o menos recientes. Mordiéndose el labio y apartando todo pensamiento fuera de lugar de su cabeza - "¡Idiota, idiota, como puedes pensar esas cosas ahora!" - retiró la prenda del todo. Tenía una venda antigua en la cintura, pero no parecía haber ninguna otra herida, sólo cardenales verdosos que ya estaban remitiendo, otros más oscuros que debían ser más nuevos y algunas cicatrices.

Fue en aquel momento cuando Kalervo, tornándose su semblante a una expresión grave y seria y apartando los dedos con solemnidad para apoyarlos en sus rodillas, fue realmente consciente de quién era la persona con quien había compartido los últimos meses de su vida. Allí, bajo el parapeto de paja y arrodillado, podía mirarle por primera vez con plena libertad, ahora que él estaba inconsciente y nada sabía ni podía saber. Tal como estaba, con el cabello revuelto, los ojos cerrados y el ceño fruncido con decisión aún en el desmayo, sin armadura, la imagen le resultaba terrible al muchacho. Le resultaba terrible, mientras recorría con los ojos empañados de lágrimas todas las marcas del esfuerzo, la lucha y la violencia que los años habían esculpido sobre el cuerpo de aquel elfo. Pues no era más que un elfo, de carne, piel, sangre, alma y huesos.

Se desvaneció el idilio del héroe lejano e inalcanzable, capaz de superarlo todo y de enfrentarse a todos. Aquella imagen se quebró y estalló como una vidriera rota, y al romperse el cristal, pudo ver la luz del sol real, la luz auténtica. Jamás, nunca le había mirado con aquellos ojos antes. Nunca le había visto de verdad... y ahora lo estaba haciendo, y dándose cuenta de todo lo que para él significaba.

Para el arcanista, Lazhar el Bravo era un sueño. Un símbolo. Un modelo. Nunca había pensado en el impacto real que cada golpe tenía sobre la carne de su amigo y compañero hasta entonces. Nunca había sido tan absolutamente consciente de sus sacrificios, de sus sufrimientos, de que también él podría sangrar, podría ser herido, podría morir. Nunca con tanta crudeza como entonces había comprendido que Lazhar, al fin y al cabo, no estaba tan lejos de él y no eran tan distintos en el fondo. Y por ello, la grandeza de aquel tipo enorme, pelirrojo y guapísimo le resultaba aún más admirable, porque era auténtica. El producto del esfuerzo por ser mejor, con sus marcas y sus señales. Al mirarle así, su corazón se encogió y se conmovió, y supo que algo había cambiado.

El ensueño platónico e ideal se había roto. Y tras él había visto algo puro y verdadero, que le subyugó en un embrujo aún más poderoso que el que había sentido antes, mucho más real e intenso. Supo, de manera repentina, cuánto sacrificaba cada vez que se interponía delante suya para combatir, supo el peso y la medida real de lo que era Lazhar Erien Corazón de Fuego. Mucho más que un paladín. Mucho más que un héroe. Era una buena persona. Una buena persona de verdad, valiente, entregada y sincera. Que pudiendo ser perezoso, escogió el esfuerzo, que pudiendo ser cobarde, eligió ser valeroso. Que pudiendo cerrar los ojos y no hacer nada por nadie, por él... eligió salvarles. Salvarle.

Con los ojos entrecerrados, se inclinó para rozarle el rostro con la yema de los dedos, cual si le viera por primera vez. No era un sueño, no era un cuento. Todo era absolutamente real, él, los dos lo eran, y aquello que se derramaba, cálido y ensordecedor como un torrente en su interior. Se le escaparon las lágrimas y aguantó un gemido, apretando los dientes. Estaba temblando. Estaba perdido.

- No soy sanador - murmuró, apenas inaudible, apenas escuchándose a sí mismo. - No puedo hacer que despiertes, no puedo curarte... no puedo protegerte... lo único que puedo hacer es quererte.

Eso era todo cuanto podía hacer. Y lo hizo. Aguantando el aire en los pulmones, rozó los labios cuarteados y resecos del paladín con los suyos, apenas en una caricia insegura y contenida, con un nudo esta vez auténticamente opresivo cerrándose en su garganta. La piel de Lazhar estaba templada, no había perdido su calor. La barba rojiza le arañaba las mejillas, su boca era áspera y ruda, pero no le importó. Estrechó los labios en ella, con los dedos trémulos en su cuello, mientras las lágrimas le corrían por el rostro, y le besó. Le besó de la única manera que era capaz de hacerlo, con todo su corazón, sabiendo que no tenía escapatoria alguna, que Temari tenía razón y no había ya vuelta atrás para él.

Apenas separó los labios un instante para tragarse un sollozo, acariciando el rostro de su amor, parpadeando para mirarle así de cerca. Quizá nunca más podría hacerlo, puede que fuera su única oportunidad. Por eso, volvió a besarle una vez más. "Eres mejor de lo que pensaba. Eres la única Luz en mi mundo", hubiera querido decirle. Lo intentaba de esa manera, expresar todo lo que crecía en su corazón atribulado, que palpitaba alocadamente y le hacía correr la sangre en las venas a tal velocidad que creía que iba a marearse.

Cuando el cuerpo de Lazhar se puso rígido debajo del suyo, tardó un tiempo en darse cuenta. Se alejó unos milímetros y frunció el ceño. El paladín seguía con los ojos cerrados, aunque había recuperado algo de color, pero no había despertado. Entonces, ¿Por qué estaban rígidos sus músculos? ¿Acaso dolían los besos?. Meneó la cabeza y repitió su gesto, regalándole otra larga caricia de sus labios y hundiendo los dedos en el cabello enredado, hasta que finalmente, la fisonomía del paladín volvió a relajarse, y percibió un movimiento suave, escuchó un gruñido apenas insinuado.

Se apartó precipitadamente, azorado y con el aliento partido en los pulmones. "Belore, va a volver en sí. ¿Se habrá dado cuenta de algo?"

La magia de aquel instante irrepetible se deshizo cuando Lazhar abrió los ojos. Todo se desvaneció en una nube dorada y pálida que la brisa desmadejó hasta que sólo quedó un chico de pulso apresurado sacudiéndose la toga innecesariamente y un elfo adulto y vapuleado mirándole de manera extraña.

- Gracias a los dioses, Lazhar - suspiró el arcanista, con alivio no fingido. - Pensaba que... creía... me he asustado mucho.

Sin moverse, Lazhar Erien Corazón de Fuego signó con una sola mano

"Por qué lloras"

- Por... porque.. me...me asusté. Te... te desplomaste de pronto y el pescado está lleno de tierra ahora - balbuceó Kalervo, secándose las lágrimas - No sabía qué hacer... he...te he vendado...

Cerró la boca. Los ojos grises estaban fijos en él, cargados de intensidad. Apretó los labios. Ahora era él quien creía que iba a desmayarse. Los dedos del paladín volvieron a moverse, formando dos palabras que conocía demasiado bien.

"Lo siento"

- ¿Cómo estás? ¿Quieres agua? ¿Aviso a un doctor?

Lazhar respondió con un asentimiento, una negación y otro asentimiento. Kalervo conjuró el agua tan deprisa que un montón de botellas de cerámica cayeron desparramadas por todas partes, y se aprestó a recogerlas, con las mejillas encendidas y completamente fuera de lugar. Estaba empezando a perder el control de todo. Le tendió una de las botellas con una mano temblorosa y le ayudó a incorporarse a medias, procurando no tocarle mucho. Luego se alejó varios pasos y se sacudió las manos.

- Voy... voy a... tengo...¡Vendas!, voy a por más vendas - declaró, echando a andar, deteniéndose y echando a andar de nuevo. Se giró a medias - No te... no te quedes inconsciente, porfa. Vengo enseguida.

El paladín asintió. Kalervo caminó a paso vivo, huyendo una vez más y tratando de recomponer los fragmentos de su razón, sobreponerlos al desbocado cabalgar de su corazón en el pecho y a los sentimientos desatados que ahora - como sucede cuando se desatan - parecían imposibles de contener. Las lágrimas se deslizaban, libres, hasta su barbilla.

No miró hacia atrás. No pudo ver cómo los ojos grises, perplejos y brillantes a causa de una extraña emoción, le seguían en su presuroso caminar.

XXVI - Mirando a las estrellas

- ¿Preparados?

Temari asintió, y Lazhar hizo otro tanto. Los tres elfos se encontraban en la playa, bajo la luz de una noche clara y cuajada de estrellas. Desde la Aldea Cazasombras llegaba el sonido de algunos timbales y las voces de los trols, la luz de las antorchas lejanas no podía competir con la lechosa luminiscencia estelar, que se derramaba sobre el mar. Éste bailaba en un oleaje suave, destellante como una armadura de plata recién bruñida. La suave brisa agitaba los cabellos de ambos, oro, azabache y rojo oxidado, colocados frente a frente en la arena.

Kalervo tomó aire y se arrodilló bajo la atenta mirada de sus amigos, desplegando el mapa astral y sustentando las esquinas con un par de guijarros, para evitar que el aire se llevara el pergamino. Mientras montaba el astrolabio y lo calibraba, empezó a hablar.

- Cuando nos reunimos en el hachazo, os había convocado para buscar unos pergaminos. Fragmentos de ellos, mas bien - comenzó, girando las ruedecitas y moviendo las lentes - Con lo que hemos encontrado hasta ahora, he podido averiguar algunas cosas. Los he estudiado por encima.

Sacudió las manos y se arrodilló sobre el mapa. Lazhar observaba todo aquello como si estuviera mirando algo de otro planeta, aunque parecía serio y atento. Temari le escuchaba con atención.

- ¿Y qué has sacado?
- Tal y como pensaba, hay varias fases lunares que pueden afectar de manera drástica a las energías mágicas. Veréis, cuando se realizan rituales complejos, los poderes astrales y las alineaciones del mapa celestial propician el empoderamiento de una clase de energías o de otras.

El chico señaló con el dedo el mapa.

- ¿Veis este círculo?

Temari y Lazhar asintieron.

- Esta es la Luna Blanca. Son las fases de la luna llena en su plenitud, cuando parece un rosco amarillo. Es buena para la magia en general, pero para hechizos específicos, son mejores otras. Mirad esto - señaló otro diagrama - ésta es la Luna Roja. También se le llama Luna de Sangre. Todos los rituales de Arugal se realizaban en noches de Luna Roja, es especialmente buena para asuntos de nigromancia y magias oscuras.

Lazhar frunció el ceño. Siempre que se mencionaba al bellaco causante del sufrimiento de Kalervo, el paladín ponía esa misma cara, la de querer partirle la cabeza a alguien. Al jovencito, aquello le parecía absurdamente romántico, pero en esta ocasión no se detuvo a disfrutar de la sensación ni a suspirar como un colado. Estaba intentando aprender a lidiar con eso.

- Bien, como veis, la que hay enfrente es la Luna Azul. Esta fase se da un tiempo antes del plenilunio absoluto,  en la cual la luna está muy brillante y el cielo se ve tremendamente claro. A pesar de que el contorno lunar es más pequeño de lo que lo vemos en plenilunio, su luminosidad es mayor que en ninguna otra fase.

Lazhar frunció un poco el ceño y miró hacia el cielo.

- ¿En qué fase estamos ahora, Kale? - preguntó Temari por los dos.
- Ahora lo veremos, enseguida termino - replicó el chico, ajustando un par de tuercas y girando la lente principal, aún cubierta por un tapón, hacia el mapa astral. - Los pergaminos han desvelado que la Luna Azul contrarresta a la Luna Roja, así que... creo que, cuando encuentre los hechizos adecuados para deshacer la maldición de Arugal, si es que es eso, una noche de Luna Azul será la más apropiada. Y ahora, mirad.

Kalervo destapó la lente. La luz de las estrellas se filtró por un extremo del astrolabio, reflectó en los espejos y se derramó sobre el mapa astral, haciendo brillar diminutos puntitos que tejían un entramado plateado, salpicado de motas azules, rojas y blancas.

- ¡Caray!

Temari sonrió, y Lazhar le devolvió la sonrisa.

- Es precioso, Kale - dijo ella, observando el mapa con gesto inteligente.

Lazhar también lo miraba, y aunque no entendiera un pepino, gesticuló una palabra, "bonito", y esbozó de nuevo la deslumbrante sonrisa. El arcanista sí suspiró esta vez, estremeciéndose por dentro ante su deliciosa simplicidad y la encantadora ignorancia de la que hacía gala en asuntos arcanos.

- Mira, aquí marca la luna de hoy - dijo Temari, señalando un brillo anaranjado - Estamos a quince días de una luna azul.
- A ver... veamos...

Los dos magos se sentaron en la arena y tomaron algunos apuntes, comentando la lectura astral. Lazhar les escuchaba y pasaba el dedo sobre las líneas del mapa, con aire pensativo, hasta que finalmente, se retiraron, con el plano bajo el brazo y Temari inspeccionando a fondo el astrolabio, porque ella también quería uno de esos. Se separaron en la cochambrosa taberna cutre de los trols Lanza Negra, donde Temari se quedó en la planta baja. Los chicos subieron a la superior.

Allí, el arcanista de pestañas rizadas se encontraba guardando sus artilugios y parloteando sobre todo y nada para llenar el silencio, paliar los nervios y la incomodidad que le asaltaban siempre que se quedaba solo con Lazhar. Eso de ser un colado era peor que estar loco. Aunque estaba deseando constantemente estar a solas con él, cuando la ocasión se presentaba, le entraba un pánico irracional. Andaba desgranando alguna teoría sobre líneas ley cuando la voz grave y serena le hizo detenerse al momento.

- Kevo.

Tragó saliva. Cerró los ojos. "No tiembles, idiota, ¡no tiembles! Sólo ha dicho tu nombre". Tomó aire y se giró hacia el fornido elfo, que le observaba con gesto preocupado.

- ¿Si?

Lazhar comenzó a signar.

"Anoche tuviste pesadillas. Andaste dormido"

Kalervo se mordió el labio.

- Lo siento.

El paladín meneó la cabeza a modo de negativa, se acercó y le tocó la frente. Kalervo aguantó la respiración, tratando de retener ese contacto sobre su piel, aunque Lazhar sólo estuviera comprobando si tenía fiebre. Por tonto que pareciera, eso le resultaba tan emocionante como una declaración de amor. Una bendición relumbrante cosquilleó al extenderse por su cuerpo, y Lazhar retrocedió un paso.

"Duerme. Vigilo. Yo te cuido", volvió a gesticular el pelirrojo.

- Ya...ya vigilaste anoche - protestó Kalervo, cambiando el peso de pie una y otra vez. - Y la anterior. Y la otra. No puedes estar sin dormir para cuidar de que no camine en sueños ni tenga fiebre o pesadillas.

"Duermo de dia", insistió el paladín, muy seguro él. Kalervo frunció el ceño.

- Tus manos dicen que duermes, tus ojeras dicen que no lo haces. Y no te quedan nada bien.
- Kevo... - sonaba a advertencia, seguida de un suspiro. Lazhar se cruzó de brazos. Luego señaló la hamaca trenzada, con un ademán imperativo y se dio la vuelta para sacarse las placas.

"Paladín cabezota e inconsciente", pensó Kalervo, terminando de plegar el astrolabio. Miró por la arcada de la choza, observando el mar. No podía consentir que Lazhar siguiera así, cansado y sin dormir por cuidar de él. Se sentía una carga, y no iba a permitir ser una carga, no para él. Su vista se desvió hacia la litera, y dibujó una media sonrisa maliciosa.

Había tenido una idea.

Lazhar, ajeno a todo esto, se despojaba de su armadura con cuidado y movía los hombros adelante y atrás, tratando de descargar los músculos de tensión. Cuando hubo terminado, dejó el lienzo con el que se había secado el cabello húmedo sobre las piezas de malla y metal y se dio la vuelta. Kalervo ya le estaba esperando, de pie, delante suya, con una sonrisa cándida y el pelo suelto, la larga toga de dormir arrastrándole sobre la tarima de madera y apenas dejando ver las puntas de los dedos de los pies.

Extendió las muñecas hacia él, mostrándole la cuerda enredada en ellas. El otro extremo se anudaba en el poste de la hamaca.

- ¿Me ayudas?

Lazhar parpadeó. Su rostro era la perplejidad absoluta, y sí, esto también le resultaba encantador a Kalervo. ¡Era tan mono! El paladín se dispuso a retirar la soga de sus manos, quizá pensando que se había enredado en ella accidentalmente.

- No, tonto, eso no.

Lazhar arqueó la ceja, interrogante.

- Átame - dijo Kalervo, sencillamente.

Pestañeó una vez y otra más, y ladeó la cabeza, sin comprender por qué Lazhar no respiraba y le miraba como si estuviera loco. El paladín se había puesto blanco, luego rojo, y ahora estaba palideciendo otra vez. Además, estaba inmóvil.

- No puedo yo solo - insistió Kalervo, tendiéndole las manos unidas - si intento atarme una mano, luego no puedo atar la otra, no llego a los cabos. Así, estoy atado y no puedo ir a ninguna parte. De esta manera, podrás dormir sin preocuparte por si camino en sueños.

El muchacho sonrió. Su idea era estupenda, no entendía por qué Lazhar no le decía que era muy listo y no hacía nada, solo mirarle como si estuviera poniéndose enfermo o algo así. Cuando al fin, los dedos del paladín reaccionaron y le ajustó las sogas a las muñecas, Kalervo empezó a pensar que posiblemente sí estuviera enfermo.

- ¿Te encuentras bien? Tienes las manos muy calientes, y estás rojo.

Lazhar asintió varias veces, repetidamente. Kalervo frunció el ceño. Cuando hubo asegurado las cuerdas, Lazhar se dio la vuelta y se subió a la litera, sin decir nada más. El chico le imitó, con serias dificultades. Si no, probad a trepar a una hamaca con las muñecas atadas. Finalmente, miró a su héroe con una sonrisa.

- Buenas noches, Lazhar. Duerme tranquilo hoy, ¿vale?

El paladín asintió con la cabeza y le dio las buenas noches agitando la mano, aunque había desviado la vista y ahora estaba pálido otra vez. Kale arrugó la nariz al tumbarse y cerró los ojos, dispuesto a entregarse al sueño con la cabeza llena de dudas. A veces no entendía al paladín. Sólo esperaba que no hubiera enfermado a causa de la falta de sueño, eso no se lo perdonaría nunca.

Lo que Kalervo no sabía era que Lazhar hubiera preferido estar despierto si hubiera sabido la noche que le esperaba. Y , esta vez sí, por culpa del arcanista.

XXV - Quizá sí

Una gaviota cruzó el cielo, una flecha blanca atravesando el azul puro, inmaculado. Su reflejo estalló en una ola de espuma que rompía en la playa cercana, quebrándose en cientos de gotas cristalinas. El chico entrecerró los ojos, las pestañas negrísimas, larguísimas, espesísimas, curvadas como un marco de cortinas de terciopelo azabache alrededor del destello turquesa de la mirada.

Le gustaba el mar. Suspiró, pasándose de nuevo el cepillo por la larga melena.

La Aldea Cazasombras no era demasiado grande. Las chozas de madera y adobe se apiñaban a lo largo de un par de caminos de tierra húmeda y los adornos de huesos, conchas y brillantes piedras que los trols Lanza Negra utilizaban como fetiches para espantar a los malos espíritus entrechocaban entre sí en la brisa cálida y pintada de sal. En el muelle de madera crujiente, Kalervo Alher Fel'anath, vestido con una toga azul pálido sin cinturón, descalzo sobre las tablas, se peinaba los cabellos, con la mirada navegando entre el océano y la orilla, allí en la lejanía, donde Lazhar estaba limpiando las armas y la armadura.

Su rostro no mostraba ninguna sonrisa en esta ocasión, sino la nostalgia grave de aquellos que esperan en vano, de los soñadores resignados a soñar. Estaba sumido en sus pensamientos cuando Temari se acercó con pasos ágiles y alegres.

- Kale, ¿me prestas ese jabón para el pelo, el de la fragancia de rosas?

El chico torció la boca en un gesto de hastío. Ya estaba ella allí, destrozándole también ese momento con su presencia. Rebuscó en la bolsa y le tendió el estuche de los jabones, sin mirarla.

- Ohm, gracias.

Últimamente, estaba en todas partes. Estaba siempre con ellos, fueran a donde fuesen, hicieran lo que hiciesen. Ella, la chica, la bonita, la rubia, la atrevida, la simpática, la perfecta. No quería ser injusto, Temari era genial y le caía bien. Divertida, buena hechicera y digna de admiración. Era sólo que no podía evitar tenerle envidia.

- ¿Todo bien?
- Claro - respondió el chico al fin. - Todo genial.
- Pareces deprimido.
- Será impresión tuya.

Él la miraba tanto... a veces, los ojos grises y gentiles se entretenían observando descaradamente los escotes de encaje de la bella elfa como si fuera el péndulo de un hipnotizador, lo cual a Kalervo le parecía de una estupidez encantadora, al tiempo que le despertaba un picor, una extraña comezón en el fondo del estómago y un nudo muy flojito en la garganta. Mientras tanto, Kalervo, desde su lugar observaba y anhelaba, consciente de estar presa de un sueño platónico e inalcanzable. Esas miradas nunca se dirigirían a él, el chico, no esas.

- Kale...

Temari le caía bien. Era una buena chica, se portaba bien con él, le trataba con simpatía. Se habían hecho algo así como amigos, porque compartían los artículos de higiene y belleza, como en aquel momento, y eso quería decir algo. Kalervo no le prestaba el jabón a cualquiera. Solo que a veces, sus propios sentimientos hacían que resultara un poco duro estar con ella. Trataba de disimularlo.

La miró de reojo. Estaba guapísima, como siempre, envuelta en una toalla roja y con el cabello dorado ondeando al sol, que le arrancaba destellos cobrizos. Temari le devolvió la mirada y luego observó a Lazhar en la lejanía, luego le miró a él. Y apretó los labios. Kalervo bajó la cabeza e hizo de tripas corazón, tragando saliva y encogiéndose de hombros. Obviamente, Temari se había dado cuenta. Ella no tenía un pelo de tonta, y el arcanista, para qué engañarnos, era un completo negado para disimular sus sentimientos, por mucho que lo intentase.

- No es nada, ya se me pasará.

Se dio la vuelta, sintiéndose invisible, para regresar a la aldea, pero los dedos de la muchacha le detuvieron, sujetándole por el brazo.

- Espera, joder. Espera - le volteó, obligándole a mirarla. - ¿Tanto te gusta?

El chico se ató el cabello a un lado, esbozando una sonrisa amarga y parpadeó, moviendo la cabeza hacia los lados ligeramente al hablar.

- Me dan náuseas cuando nos encontramos de improviso al ir a cruzar una puerta. Si me roza, me mareo. Me tiemblan las manos cuando dice mi nombre. No sé, no tengo ni idea de lo que es esto, si me gusta mucho o poco o si así es como son estas cosas, Temari.

Le había temblado un poco la voz, a pesar de la sonrisa que se esforzaba en mantener. La muchacha le miraba a los ojos y finalmente resopló, chasqueando la lengua.

- Kale, estás colado.
- ¿Qué? ¿Qué es eso?
- Lo que te pasa - insistió ella, arreglándole el flequillo con los dedos. - Que estás colado, coladísimo. Pero olvida esa cara larga, no tienes por qué sentirte mal, estas cosas son... bueno, a veces son bonitas.

Luego sonrió. Kalervo le apartó la mano, meneando la cabeza.

- No, tú no lo entiendes. No tengo nada que hacer.

Temari frunció el ceño y se puso las manos en las caderas, decidida.

- ¿Ah no? ¿Y se puede saber por qué?
- Es... es así, Tem, no es para mí, no... - tartamudeó, suspirando. El corazón le latía muy rápido y el nudo en la garganta apretaba un poco más. - Da igual que sea un colado. A Lazhar no... él no... a él le gustan las chicas - soltó al fin. - SOLO las chicas.

Temari se apartó un mechón de pelo del rostro y arqueó la ceja.

- ¿Y cómo lo sabes?
- Me lo ha dicho. Me lo dijo, vaya. Creo. Una vez.
- Cuéntamelo.

Ella le hizo un gesto y se sentó en el muelle, robándole el peine con descaro y pasándoselo por las finas hebras rubias. Kale le dejó hacer y se sentó delicadamente a su lado. Los trols que limpiaban el pescado miraban a la chica con poco disimulo, y algunos peces de brillante estela cruzaban el agua bajo los pies de ambos, los de Temari cruzados con elegancia a unos metros del mar, los de Kalervo, balanceándose como los de un niño en un columpio. Empezó a hablar en voz bajita, con cierto alivio.

- Fue en el Refugio Roca del Sol... le pregunté si tenía novia... me dio a entender que ahora no, pero que había tenido - dijo, con timidez. - Luego me preguntó él a mí. Le expliqué lo que pasa conmigo, que a mi las chicas no... pues... eso.
- Que te gustan los chicos, sólo los chicos.
- Sí.

Ella lo dijo con toda naturalidad. Escucharlo de aquella manera en sus labios le resultó agradable. Normal. Retomó la narración con más ánimos.

- Él me dijo que si tenía novio y le dije que no. Creo que le pregunté, y me aseveró que los muchachos no le atraen.
- ¿Ha estado con alguno?

Kalervo parpadeó, se sonrojó un poco y miró a Temari, algo escandalizado.

- No. Es decir, no me lo ha dicho pero según él, tuvo tres o cuatro novias. No dijo nada de chicos.
- Bien - asintió ella, entrecerrando los ojos. Parecía estar analizando la situación sin dramatismos. - En ese caso, no está todo perdido. No tienes motivos para rendirte.
- ¿Qué quieres decir?

La muchacha dejó el peine y le cogió las manos, mirándole con vehemencia. Sus ojos verdes brillaban con intensidad.

- Quiero decir que puede que le gustes.
- Imposible - negó él, bajando la cabeza.
- No es imposible.
- Eso no puede ser, Tem.
- Quizá sí. Nunca ha estado con ningún chico, así que, realmente, no puede saber si le gustan o no.
- Querida, no te ofendas, pero yo no necesito estar con ninguna chica para saber que no es mi opción en el menú. No tengo que probar la caca para comprobar si su sabor me agrada.
- ... ¿Estás llamándome caca?
- ¡No, no! - negó de inmediato - No quería decir eso. Fue un mal símil.

Ella arqueó la ceja, meneó la cabeza y continuó.

- Lo que quiero que entiendas es que no lo has intentado. ¿Él te ha rechazado?
- Pues... no, no literalmente. Tampoco le he dicho nada.
- ¿Entonces por qué te deprimes?

Kalervo suspiró y pestañeó repetidamente, bajando la mirada hacia las manos de ambos.

- No sé si quiero luchar. Me asusta un poco esto que me pasa, lo del colado. Quizá sería mejor olvidarme.
- Kale... la cara que tenías cuando he venido, esa manera de suspirar y la expresión de tus ojos cuando hablas de esto... no creo que vayas a olvidarle, ni aunque quieras. Estás colado, corazón. Asúmelo. Sólo puedes hacer dos cosas, sufrir en vano o al menos intentarlo.

El arcanista pensó un instante en sus opciones. Dioses. Eso de ser un colado parecía algo terrible. Desde luego, los síntomas eran alarmantes, pero lo único que tenía claro es que mataría o moriría por conseguir que el apuesto paladín le mirase una sola vez como en sus sueños lo hacía, como narraban en los libros, con "los ojos anegados de pasión ardiente" o siendo "ventanas abiertas que reflejaban el remolino de sentimientos que su imagen le provocaba". No tenía muy claro qué clase de miradas eran esas, pero sospechaba que si algún día le miraban así, se daría cuenta.

- ¿Tú crees?

Ella sonrió y le estrechó los dedos.

- El "no", ya lo tienes. ¿Qué puedes perder?

Visto así, casi parecía fácil. Luego parpadeó y se frotó la nariz, mirándola directamente.

- ¿Y qué hay de tí? A tí también te gusta.
- ¡No! - exclamó ella. Luego bajó la voz, con una sonrisa inmediata, aunque el chico ya había captado su expresión de alarma anterior. "Lo sabía". - No, tranquilo. A mi no me gusta, demasiado mayor. Yo te apoyaré. Y si sale mal, podrás venir a llorar en mi hombro y a que pongamos verdes a los chicos.

Kalervo no pudo evitar contagiarse de su risa maliciosa y chocó la mano cuando ella la levantó, ofreciéndosela.

- Vale. Lo intentaré.
- Genial, así me gusta. Tú vales mucho - le guiñó el ojo y abrió el estuche de los jabones. - ¿Nos hacemos las uñas cuando me lave el pelo?
- Claro.

Siguieron charlando hasta que llegó el atardecer. El ánimo de Kalervo volvió a ser el de antes al poco rato, y su risa infantil y contagiosa volvió a escucharse en la aldea, porque cuando un sol ardiente consigue abrirse paso entre las nubes de la tristeza, ninguna flor, por pálida que sea, puede evitar abrirse para recibir sus rayos revitalizantes. Y a la luz de ese sol, Kalervo comprendió que, si había esperanza para sanar, esperanza para vivir y esperanza para llegar a ser lo que quería ser, ¿Por qué no iba a haberla para amar? No es que fuera muy probable. Todos sus cálculos indicaban lo contrario.

Pero la esperanza le daba un quizá, y podía agarrarse a él todo el tiempo que durase en pie.

XIV - ¡Temari al rescate!

Imaginaos qué es lo peor que os puede suceder en un paraje desierto, de tierra quebradiza y gris, donde sólo hay piedras, buitres, kodos paseándose y demonios de la legión preparando una fiesta de antiguos alumnos, o algo parecido. Si creéis que la peor opción es pisar una caca de kodo, o mas bien caerse dentro de una, temo que el joven arcanista Kalervo Alher Fel'anath no estaría de acuerdo con eso.

Hubiera preferido mil veces encontrarse sumergido en boñiga a recobrar la consciencia y verse donde se vio. Estaba atado en una piedra, con la toga desgarrada, apoyada la espalda sobre algo duro, caliente y vivo que olía a sangre, metal y furia.

- Esto no puede estar pasando... - gimoteó, intentando enfocar la vista. Le escocía mucho el torso. Recordaba que una de aquellas marujas infernales le había dado un latigazo y una bofetada, quizá aquella que se paseaba dando vueltas alrededor del altar improvisado.

Un gruñido iracundo le respondió desde detrás.

- ¡Kevo! ¿Bie?

Se le iluminaron los ojos un instante. Aquello que tironeaba de las cadenas y se removía tras de sí desesperadamente era Lazhar. El alivio le inundó por un momento.

- ¡Laz! Estoy bien, estoy bien. Bueno no, tengo miedo, pero estoy bien.
- Ya.

Había sonado tranquilizador. "Todo irá bien, vamos a salir de ésta", tradujo mentalmente. Sin embargo, no parecía que nada pudiera salir bien. Escuchó la risa de la espantosa diablesa y el chasquido del látigo, sintió contraerse el enorme cuerpo en contacto con el suyo cuando Lazhar recibió el golpe.

- ¡¡Basta!! ¡¡No hagas eso!! - exclamó, contrayéndose como si le hubiera dolido a él.





Una risilla insidiosa fue la única respuesta.

- El maestro ya viene. Preparaos y temblad.
- ¡Groaaar! - ese era el paladín, violento y furioso como un volcán encadenado.

La sayaad se marchó, desapareciendo entre las nubes polvorientas, y Kalervo suspiró, mientras las lágrimas le rodaban por las mejillas. Olía a sangre, y sabía que no era sólo la suya. Habían golpeado a Lazhar, estaban encadenados y seguro que iban a hacerles cosas terribles. No lo podía permitir, pero ¿Qué podía hacer él? No sabía deshacer cadenas. Sí que sabía utilizar la traslación, pero no pensaba marcharse, no esta vez. Mientras su compañero intentaba liberarse y liberarles sin éxito, se recostó sobre su anatomía ardiente, con la certeza de la muerte terrible, o algo peor que eso, pendiendo sobre su alma.

"Al menos, no estoy solo. Al menos, estamos juntos". Cerró los ojos, tragando saliva. Ojalá hubiera podido despedirse de mamá. Ojalá estuviera mejor vestido, para abandonar este mundo con estilo. A través de los jirones de la túnica destrozada, se concentró en sentir la abrasadora calidez de la piel del paladín, el tacto rudo de su espalda curtida, las puntas de los largos cabellos rojos, ásperos, que le cosquilleaban en los hombros y el cuello. Tomó aire, queriendo llenarse de su olor, y ladeó el rostro, con la mirada perdida entre las nubes de polvo. A lo lejos, la tremenda figura del demonio grande como una casa se dibujaba, avanzando a algunas leguas de su posición, en una trayectoria que sólo podía acabar en un punto: la piedra en la que estaban encadenados.

Apretó los labios y contuvo un sollozo.

- Lazhar...

Casi no podía escuchar su propia voz, tan débil sonó aquella llamada. El elfo no dejaba de agitarse. De cuando en cuando, estallaba la luz a su alrededor, consagrando el lugar y provocando un picor en parte agradable en los poros erizados del muchacho. Buscó sus dedos con los suyos. "Al menos no estoy solo, al menos estamos juntos".

- Lazhar...yo...

Intentó buscar las palabras, escogerlas bien. Iban a ser las últimas que diría en su vida, quizá por eso le resultaba tan complicado ser específico. Lo que fuera que tenía dentro no había tenido tiempo de crecer del todo, era como una flor encerrada en su capullo, a punto de abrirse pero aún demasiado tierna. Contuvo un nuevo sollozo y abrió los labios, cerrando los ojos.

- Yo... creo que...

Y entonces, el fuego.

Un demonio cercano, uno de esos chuchos con tentáculos, salió despedido envuelto en llamas. Kalervo entrecerró los ojos, mirando a través de las volutas grisáceas, sin ser capaz de comprender lo que sucedía. Una a una, las criaturas infernales volaron por los aires como meteoros flamígeros, y finalmente, ante su asombrado rostro, apareció Temari, con el bastón en la mano y un ascua de fuego girando en torno a sus dedos alzados, el cabello rubio ondeando en la brisa y la toga perfecta sacudiéndose a cada paso seguro de sus pies.

- ¡Largaos de aquí, bestias abisales! - exclamó, arrojando una nueva llamarada sobre un brujo que corría hacia ella.

- ¡Temari!

Lazhar dio un respingo.

La chica corrió, quitando de enmedio de un bastonazo en la nuca a un pequeño cachorro de manáfago, que se alejó aullando con el rabo entre las piernas. Llegó hasta ellos en un abrir y cerrar de ojos y esbozó una sonrisa pagada de sí misma.

- Pero bueno, ¿Qué coño hacéis aquí, chicos? - preguntó, rebuscando uno de sus útiles de ingeniería en la faltriquera.
- Tomar baños de sol, ¿Qué crees? - replicó el mago, repentinamente ansioso. Estaban salvados. - Nos van a dar de comer a ese demonio.

Lazhar sacudió la cabeza en una negativa rotunda. No, claro. Eso no iba a pasar.

- Vale, voy a abrir esto y vamos a patearles el culo a esos desgraciados hijos de mala madre, ¿eh?. Madre mía, Lazhar, ¿Pero qué te han hecho? En cuanto salgamos de aquí echaré un vistazo a esas heridas.

La bella piromante actuó con diligencia y rapidez, desatornillando las bisagras de los grilletes hasta que las manos de ambos estuvieron liberadas. Lazhar les agarró a ambos del brazo y echaron a correr, lejos de aquel altar grotesco y de los infernales pobladores del Aquelarre Mannoroth.

- Gracias Tem - resolló Kalervo, mientras corría intentando mantener el paso de sus compañeros.
- De nada, chicos - sonrió ella, girándose de vez en cuando para hacer reventar la cabeza de algún brujo en fogonazos repentinos - ya me invitaréis a una copa un día de estos.

Después, su risa desabrida resonó, casi jubilosa, arrancándole una sonrisa al chico. Kalervo no tenía grandes estructuras morales, y puede que fuera incapaz de distinguir el bien del mal en ocasiones, tal vez no destacara por su altruismo y valor. Pero tenía muy buena memoria. Aquel día, Temari le salvó la vida a él y le salvó la vida a Lazhar, y Kalervo Alher Fel'anath, aprendiz de arcanista y estudiante del Kirin Tor, no lo olvidaría nunca.