miércoles, 21 de abril de 2010

XIX - El Archimago

- Así que no tienes mentor.
- Nu.

Kalervo sonrió con un parpadeo y cara de buen chico. A lo largo de su experiencia, el parpadeo y la cara de buen chico solían dar mejores resultados que la demostración de sus capacidades e inteligencia, por lo que había concluido que a la gente le molesta que haya otros mas listos que ellos. Especialmente a los magos. Así que decidió mostrarse dócil.

- ¿En qué quieres especializarte? ¿Investigación, batalla?

Miró al señor Veldemir, repasando su vestimenta, la impecable cabellera, los cientos de runitas bordadas, brillantes, que adornaban su toga. Paladeó el poder que emanaba y observó su semblante indiferente.

- Me gustan las líneas ley.
- ¡Oh, líneas ley! Tengo un compañero que es un apasionado de las líneas ley.
- Yo también - sonrió Kalervo.
- Tiene hasta una camisa.
- Yo eso no.

Se preguntó por un momento dónde podría conseguir una camisa de fan de las líneas ley, mientras el señor Veldemir le conducía al exterior del sagrario de Lunargenta.

Kalervo le había encontrado allí, por casualidad. Nada más verle, había tenido la impresión de que ese elfo era un gran mago, un gran gran gran hechicero, y le había pedido, sin dudar un solo instante, ser su pupilo. Y es que el joven Kalervo Alher Fel'anath empezaba a cansarse. De los libros de hechizos sencillos, de las someras explicaciones de los instructores, de la falta de profundidad de la enseñanza reglada de la que apenas extraía conjuros y más conjuros y pocas, muy pocas respuestas. De la ansiedad trepidante que le recorría las venas cada vez que se internaba en algunos lugares acompañando a Lazhar, donde podía sentir la energía voluble y fluctuante colándose por sus venas, tiñéndole el corazón de una sensación de avidez, llenándole las mientes de curiosidad que con sus conocimientos se veía incapaz de saciar.

La magia siempre había formado parte de su vida. Había estado a su alrededor, la había manipulado con mayor o menor éxito, la había dejado, en los últimos tiempos, entrar en él con más vehemencia. Y sin embargo seguía siendo tan bella como misteriosa a sus ojos. Atisbaba un horizonte aún borroso, al que sus pequeños zapatos no le permitían llegar, pero que le llamaba con tanta insistencia como una madre cuando alguien se retrasa a la cena. Ya voy no, ven ya. Necesitaba un tutor.

- Vamos a ver qué tal te manejas - dijo el señor Veldemir, mientras caminaba delante suya a lo largo del Intercambio Real, rumbo a las puertas de la ciudad. - ¿Qué te han enseñado hasta ahora?
- Hechizos básicos, señor.

Su pelo plateado ondeaba cuando caminaba, flush, flush, como un manto de hilo de mitril.

- ¿Algo de teoría?
- Muy poquito, señor. Controla tu sed de magia, y poco más.
- Mejor. Una hoja en blanco.

Kalervo arqueó la ceja, mirándole de reojillo mientras se apresuraba para alcanzar su paso. El señor Veldemir le devolvió la mirada, brillante y tiznada con el resplandor azulón de las energías arcanas.

- No tienes vicios adquiridos ni conocimientos erróneos que borrar. Te resultará más sencillo aprender de MI.
- Oh, si, si, claro.

Primera lección: Soy un engreído.

Al llegar al exterior, la brisa fresca del atardecer les saludó. El archimago avanzó a pie a través del bosque, seguido por el pequeño aprendiz, que se recogía la toga para no engancharla en las hojas y los espinos, con la varita colgando del cinturón. Caminaron y caminaron hasta llegar al asentamiento trol más cercano. Las sombras de los enormes amani se recortaban entre las hogueras encendidas, sus colmillos destellaban, las chozas de amarillos tejados de paja salpicaban un rincón cerca del lago.

El señor Veldemir se detuvo y le miró, señalando el poblado.

- Ataca - dijo sin más.

Kalervo parpadeó. Kalervo miró a los trols. Kalervo arqueó las cejas y sacó la varita, plantando los pies sobre la hierba y tomando aire despacito. Se imaginó que Lazhar estaba allí, que se reía y agitaba la mano, quitándole importancia al asunto. "Solo trols. Todo bien", diría con gestos. "Yo defiendo", y golpearía las latas de su pecho con el puño. Se relajó y su mente se concentró con una flexión natural, casi mecánica, y comenzó a tejer los hechizos en su cabeza antes de extender las manos.

- Nomtur pelnomtur brilth - la vocecita murmuró, la varita se agitó en el aire, los dedos extendidos al frente se iluminaron, y la energía arcana se desató en una oleada de misiles.

- Rûth rúnya... hwesta, hwesta... - la vocecita murmuró, el trol golpeado por el hechizo corría hacia él echando humo, gruñendo, y contuvo el tembloroso impulso de correr en su corazón, muy dentro.

El fogonazo rojo iluminó el bosque, el trol gritó. Saltó, en llamas, como una espeluznante criatura de fuego abisal, echando espuma por la boca, hacia el evocador. Se escuchó un chasquido, y un viento frío y caliente a la vez rozó el rostro de Kalervo, que se ladeó con un respingo. El trol estalló entre esquirlas de hielo y llamaradas, dejando un charco de sangre y trozos de carne y piel abrasada y congelada alrededor.

- Auf...

Los dedos gráciles de Veldemir se cerraron, y el maestro dejó caer la mano. Kalervo se limpió una gota de sangre trol del rostro, con las rodillas un poco temblorosas.

- Descarga de pirofrío - dijo, simplemente, Veldemir. No se había despeinado, ni su semblante era diferente. - Aún es algo pronto para ti, ya lo aprenderás. ¿En qué escuela quieres especializarte?
- ¿Co...como?

El mago se ajustó el cinturón y le contempló, desde su espigada altura. Kalervo no temía a los trols, ya no tanto como antes al menos, pero el hechizo de Veldemir sí le había dado miedo. Sabía que lo que tenía ante sí era mucho más que un maestro conocedor de los misterios de la magia; era un arma de destrucción masiva, un ser letal capaz de manejar las fuerzas energéticas y hacerlas estallar de manera devastadora.

- ¿Escarcha, fuego?
- Ah... no, no. Creo que arcano.
- ¿Crees? - Veldemir arqueó la ceja, su voz agradable se iba volviendo seca por segundos.
- No - el elfito tragó saliva. - Estoy seguro. Arcano.

El maestro le miró largamente. Kalervo no tuvo la menor duda de que estaba poniéndole en una balanza, midiéndole, sopesándole y juzgando. Empezó a marearse un poco en aquel silencio denso.

- Arcano... curiosa elección. Muy bien. Seré tu maestro.

"Genial". El chico no pudo reprimir una sonrisa. Veldemir Estrellasolar le hizo un gesto hacia el camino y emprendió el trayecto de retorno, seguido por el aprendiz saltarín con la varita en el cinto.

- Harás todo lo que yo te diga
- Sí, señor.
- Y nada de señor, desde ahora, maestro.
- Sí, señor maestro.

Las dos figuras se perdieron en el camino, rumbo a la Ciudad de Lunargenta. Kalervo había sido alumno de Arugal, y acabó siendo gusano. No sabía como discurrirían las cosas con Veldemir, pero no tenía en mente ser gusano nunca más, así que puso su mejor cara de buen chico durante toda la senda y se comportó como el servil pupilo que todo maestro engreído deseaba en el fondo de su corazón, completamente decidido a aprovechar al máximo esta oportunidad y desechar al archimago en cuanto dejara de serle útil.

Porque el chico conocía la sutil línea que, en el intrincado mundo de los hechiceros separa el aprendizaje de la esclavitud y la enseñanza de la tiranía. Y conocía ahora el valor de escapar a tiempo.