martes, 29 de diciembre de 2009

V - Lazhar el Bravo

¿Nunca os ha pasado que, al caminar por la calle y ver pasar a alguien, sin saber por qué, sentís una fuerte impresión y os giráis para mirarle, asombrados? ¿Nunca os ha pasado que, al conocer a una persona, de repente no sabéis que decir y pensáis que es un sueño hecho realidad, se os seca la boca y sólo podéis contemplarle como tontos? ¿Nunca habéis sentido como si un ejército de kodos pasara en tropel sobre vuestro corazón con sólo contemplar una mirada, o atisbar una silueta desconocida? ¿Habéis oído hablar del amor a primera vista?

Bien, Kalervo había leido muchos libros de amor, porque eran sus favoritos, además de los de aventuras. Sabía lo que era enamorarse, el amor, amor a primera vista, la pasión loca y todo eso. Las novelas románticas tórridas eran su gran afición así que, al menos, conocía la teoría. Sin embargo, Kalervo nunca se había enamorado. Al menos, no que él recordara. Tampoco supo reconocer la sensación al principio, cuando, una tarde de otoño, entró a la taberna de Rémol, aspirando las sales para mitigar el olor infame del lugar y con su pulcro traje y su maletín de piel en la mano. Y vio a Lazhar.

Al principio, como suele suceder en estos casos, confundió el violento acceso de tos y las náuseas que se despertaron en su estómago, con una de sus múltiples enfermedades, reales o inventadas. Pero por un momento se quedó mirando a aquel elfo enorme con el pelo rojo como una llamarada que, de espaldas a él, sentado en una mesa, se quitaba unos brazales de malla rotos.

Allí, en el Mesón La Horca, en la pequeña aldea de Rémol, el magistrado Kalervo conoció a Lazhar. Y lo conoció de la manera más sencilla, inocente y primitiva del mundo. Porque Kalervo, sin necesidad de más excusa que el pelo tan bonito, aunque sucio, que tenía aquel elfo, avanzó hacia él con su maletín y le saludó alegremente, fino, educado y cortés.

- Buenas tardes.

El elfo le miró y sonrió. Kalervo se sintió blandito como un peluche sólo con ese gesto. Sí, porque a Kalervo nadie le había sonreído con franqueza en mucho, mucho tiempo. Y no necesitó más para sentarse ahí con su maletín y decidir que el elfo guapo y pelirrojo le caía bien.

- ¿Se te ha roto la armadura?

El elfo asintió con la cabeza, con una vaga sonrisa insegura. De pronto, las tripas le rugieron y Kalervo arqueó la ceja. El desconocido afinó los labios y carraspeó, volviendo la mirada.

- Ahí enfrente hay una herrería, la pueden reparar. - Prosiguió él, dejando el maletín sobre la mesa. - ¿Eres un guerrero?

El desconocido asintió con la cabeza. "Jolín, que guapo es", pensó Kalervo de inmediato. Y es que se lo parecía. Aunque olía mal y estaba sucio, sus rasgos eran muy atractivos, masculinos y algo duros, suavizados por la sonrisa humilde y los ojos claros. Le inspiró confianza al momento. Y tampoco necesitó más para saber que aquella era una buena persona. Un guerrero altísimo, enorme, muy guapo, y que parecía un héroe viejo y olvidado de las historias que leía de pequeño. Sí, un héroe, eso le parecía.

- ¿Cómo te llamas? - preguntó, sonriendo.

El desconocido hizo un par de gestos, carraspeó y miró alrededor, frunciendo levemente el ceño. Kalervo le miró con extrañeza. Lazhar bajó la mirada y agachó las orejas. Y Kalervo abrió los ojos como platos.

- ¿No puedes hablar?

El desconocido negó. "Vaaaaaaaya", pensó Kalervo. Así que estaba mudo. Qué cosas. Rebuscó en su maletín y le tendió un papel y un carboncillo afilado, con una sonrisa.

- Yo me llamo Kalervo. Kalervo Alher Fel'anath.

El desconocido le miró y volvió a sonreír con calidez, despertándole otro acceso de náuseas. Y es que el amor a primera vista, sobre todo si es el primer amor, tiene síntomas muy similares a los cólicos, o al menos así era en el caso de Kalervo, que aspiró sus sales. Luego leyó el papelito que le tendía el héroe pelirrojo. "Lazhar". Eso ponía.

- Lazhar. ¡Hola, Lazhar! Encantado de conocerte.

Kalervo sonrió. Y Lazhar sonrió.

Momentos después, el joven magistrado se había convertido en el representante de Lazhar el Bravo, futuro héroe de los sin'dorei, y le insistía animosamente en que tenía que lavarse el pelo, vestir una armadura mejor y, por supuesto, dejarle administrar su dinero. Kalervo pensaba que Lazhar era el ser más apuesto que jamás había conocido, pero tenía ya un desarrollado sentido de la conveniencia. El guerrero no se opuso. Sólo parecía tener dudas respecto al tema de convertirse en héroe. Se comunicaban con cierta dificultad, pero de alguna manera, con los gestos de Lazhar y las breves frases que dejaba escritas en el papel, se estaban entendiendo.

- Tú no te preocupes por eso - insistió Kalervo, muy decidido. - Yo me encargo de todo. Te arreglaremos, te compraremos una armadura nueva y yo te haré publicidad. Tengo contactos, encontraremos grandes misiones para ti y te harás famoso. ¡Ganaremos mucho dinero!

Lazhar sonrió. Kalervo sonrió. Y todo parecía fantástico.

Quizá gran parte de esta curiosa asociación tuvo lugar por la circunstancia de que Lazhar era mudo y no podía argumentar nada para oponerse a ser representado y convertido en héroe. También es posible que influyera el hecho de que Kalervo era un gran orador y parecía convincente. Y realmente, en aquel momento no le importaba demasiado la opinión de Lazhar. Tenía en sus manos una oportunidad de volver a levantar cabeza.

Después del último año, abriéndose paso en un mundo de lobos, había conseguido volver a la magistratura, el oficio que se había visto obligado a abandonar por su estancia en Colmillo Oscuro. Estancia que prefería recordar ahora como "año sabático" y de la que aún tenía graves secuelas en su mermada salud. Las cosas habían ido bien, al menos hasta el mes anterior, cuando perdió un caso importante y se vio de patitas en la calle. Pero si conseguía hacer de aquel Lazhar el héroe que ya era en su imaginación, podría hacerse rico otra vez, comprar muchos frascos de sales e incluso ir a un balneario de vez en cuando.

- Necesitas un nombre de héroe - decretó Kalervo, muy decidido. Lazhar arqueó la ceja. Él asintió. - Claro. Todos los héroes tienen un nombre de héroe. Como Uther el Iluminado, o Danath Aterratrols, y esas cosas.

Lazhar se encogió de hombros, algo perplejo.

- Serás Lazhar el Bravo. ¿Te gusta?

Los ojos azules se iluminaron y el elfo volvió a sonreír, asintiendo con la cabeza e hinchando el pecho. Le gustaba. Kalervo se quedó deslumbrado un momento al verle erguirse, y al momento se convenció definitivamente de que aquel tipo ERA Lazhar el Bravo, y era un Campeón.

IV - Mundo de lobos

Kalervo Alher Fel'anath, hijo de Kaler Fel'anath, magistrado y hombre de leyes, no era un chico fuerte. A sus ciento veinte años y aparentando poco más de sesenta o noventa, era muy muy consciente de su aspecto frágil, y muy muy consciente de que ese aspecto era fiel a la realidad. Se sabía débil y se sabía pequeño. Afortunadamente, Kalervo no era tonto. Era ingenuo, pero inteligente. Por eso, cuando llegó a las tierras de los Renegados, tosiendo y estornudando y con el aspecto de una presa perfecta, se apresuró en presentarse como magistrado de Quel'thalas.

- ¿Quién te envía, elfo? - replicó uno de los ejecutores.

Las miradas suspicaces de los renegados no le gustaron. No, no le gustaban nada. Se dio ánimos y se sonó los mocos, intentando no echarse a llorar. Aquella gente no era nada simpática, además su aspecto era aterrador, por no hablar del olor que desprendían. Sus ojos amarillos le observaban, burlones. No era la primera vez que veía esas miradas, pero Kalervo era muy ingenuo y a pesar de su largo historial, aún no sabía reconocer con claridad la avidez maligna que se despierta en las personas, estén vivas o muertas, cuando encuentran a alguien como él. Alguien a quien no es difícil hacer sufrir. Alguien de quien no cuesta demasiado reírse. La presa perfecta.

Aunque no fuera capaz de definirlo de esta manera, el ambiente no le daba buena espina. Así que se tragó el miedo y las ganas de hacer pis, mirando hacia atrás. Entre los renegados y los lobos prefería, sin duda, a los renegados. Y empezó a mentir como un cosaco, inventando a toda velocidad.

- ¿Que quién me envía? Oh, por Belore. Lo importante no es quién me envía, sino a dónde voy. Tengo que llegar a Entrañas urgentemente por asuntos de diplomacia, caballero. Le ruego no me entretenga más. Tengo que tomar el próximo murciélago. Cof, cof.

Los guardias del sepulcro se miraron, con una sonrisa fúnebre, y le observaron de arriba a abajo. La toga desgarrada, el aspecto enfermizo y esa maldita tos no le eran de ayuda para aparentar ser alguien respetable. Mas bien parecía un mendigo.

- Asuntos de diplomacia. - repitieron los guardias. Luego se miraron. Luego se echaron a reír. - no pareces un diplomático.

- Sufrimos un asalto en el camino. Un bandido... nos atacó - inventó. - Mataron a mi compañero, me lo robaron todo. He conseguido huir por muy poco.

Kalervo tragó saliva. Empezaba a ponerse nervioso. Tenía que salir de allí, darse un baño y buscar un traje. Empezó a pensar a toda velocidad, mirando alrededor, cuando el familiar graznido de un zancudo le hizo girarse. ¡Un elfo! ¡Un sin'dorei! Ni siquiera se detuvo a mirar su aspecto cuando el elfo se detuvo a conversar con los guardias. De puntillas, disimuladamente, se hizo a un lado y miró alrededor. Corrió hacia uno de los comerciantes y se arrancó su precioso relicario enjoyado del cuello, miró una última vez la miniatura con forma de fénix y se la entregó a la mujer muerta, que le observaba con expresión vacía.

-¿Cuánto me da por él? - preguntó, apresuradamente.

La renegada le observó. Sonrió. Y respondió.

- Dos platas.

Kalervo abrió los ojos como platos. Apretó los puñitos y se aguantó el lagrimón, tendiendo la joya a la estafadora mujer muerta y corriendo hacia el vuelo, con las dos monedas de plata en las manos. Al salir corriendo, tropezó con el sin'dorei recién llegado, que le empujó a un lado.

- Mira por donde andas, renacuajo.
- Per...perdón señor. - trastabilló, recogiéndose el faldón roto. - Yo... tengo que... tengo que llegar a... a Entrañas... necesito ayuda...
- Tsk... - el elfo le miró de arriba a abajo, con una sonrisa maliciosa. - Mira qué aspecto tienes. Pareces una niña y además vistes como un pedigüeño.
- Es que... verá... me han pasado cosas horribles - intentó explicar.

Un salivajo caliente le golpeó en la mejilla, el gesto de desprecio le cortó la respiración. Por un momento se sintió morir.

- Shindu. - Espetó el desconocido con dureza. - Me revuelves el estómago. Quita de mi camino.

Kal quiso decir algo, pero el elfo ya se marchaba. Le miró. Iba vestido de cuero negro, una abultada bolsa colgaba de su cinturón, y una daga estrecha y brillante. Un pensamiento fugaz, impulsado por la injusticia de su situación y la necesidad desesperada de sobrevivir, por el miedo atroz y la rabia ante la actitud de aquel caballero, le cruzó por la mente. Se lamió los labios. Miró alrededor, contemplando los rostros de los renegados, tan siniestros, acechantes, como si esperasen cualquier excusa para... Con un fogonazo de ira en su pequeña mente, señaló al elfo vestido de cuero y empezó a gritar en orco.

- ¡Asesino! ¡Ladrón! ¡Es él!

El elfo se volvió, sorprendido. Los renegados le miraron, frunciendo el ceño.

- ¡Fue él quien nos asaltó, a mí y al Magistrado Alorien!¡Asesino!¡Asesino!

Rápidamente los guardias les circundaron. Comenzó la lluvia de preguntas. El elfo miraba a Kalervo con expresión incrédula, mientras se defendía de las acusaciones con cierta inseguridad. No parecía capaz de explicar de dónde venía ni a donde iba, ni siquiera era demasiado claro respecto a su identidad. El joven magistrado entendió rápidamente que, si bien no era cierto que le hubiera atacado a él ni al inexistente Magistrado Alorien, aquel sin'dorei no era trigo limpio, probablemente fuera en realidad un asesino o un espía. Y eso le daba mucha ventaja en la argumentación.

Cuando los guardias de El Sepulcro se llevaron al elfo desconocido y le entregaron a él la faltriquera tintineante, llena de monedas, Kalervo sintió un escalofrío placentero y maligno en su interior. La mirada cruel y vengativa que le dedicó el desconocido, mientras era arrastrado a empujones hacia el mausoleo cercano, no le afectó lo mas mínimo. Le pasase lo que le pasase, se lo merecía, por haberle tratado mal.

- Espero que se haga justicia - dijo Kalervo a los mortacechadores, que le miraban de reojo con gran frialdad.

Acto seguido, se dirigió al vuelo y compró un pasaje hacia Entrañas. Una sensación de satisfacción se extendió por todo su ser mientras volaba hacia la ciudad. Si, los lobos estaban en todas partes. En los días que siguieron, Kal aprendería a envenenarles antes de que le mordieran.