lunes, 6 de septiembre de 2010

XXVIII - El Héroe Atribulado

Los elfos de Quel'thalas, a causa de su terrible y dramática historia y rancias tradiciones siempre habían tenido un concepto muy especial acerca del valor de una persona. En las verdes tierras de los elfos, un hijo del Sol se pesaba y medía en términos de autocontrol, resistencia y fortaleza, fuera esta de la clase que fuere. Kalervo Alher Fel'anath siempre lo había entendido, y siempre supo cual era su lugar, desde muy pequeño. Era más bajito que la mayoría de los elfos de su edad. Sus músculos eran débiles, sus pulmones se cansaban cuando corría. Se mareaba si veía sangre, le asustaban los animales y tenía alergias constantes y variables. Sufría de arritmias, mojaba la cama por las noches y en situaciones de estrés tenía que encontrar rápido un lugar donde hacer pis. Y dada su hipersensibilidad, el día a día estaba LLENO de situaciones de estrés para él. Así pues, Kalervo tenía pocas posibilidades para hacerse un lugar en el mundo. Aprendió a explotar las únicas cosas en las que era superior a otros: su intelecto y su excentricidad.

Lo primero, le granjeó envidias, lo segundo, enemistades. Sin embargo, de alguna manera, el niño repipi y odioso de Brisa Pura construyó su identidad aferrándose al sentimiento de ser especial, de ser diferente y ser listo, y había empuñado esas banderas allá donde fuera, durante su infancia y adolescencia. Pero en la Academia de Artes Arcanas de Dalaran, el mundo parecía haberse vuelto repentinamente simpático hacia él, benevolente.

- ...y entonces se me acercó y yo ya pensaba que me iba a insultar, pero ¿Sabes lo que hizo?

Kalervo esperó a que Lazhar negara con la cabeza para seguir.

- Me miró fijamente, se inclinó sobre mi mesa, y dijo... "Qué toga mas chula, Fel'anath" - completó la narración, emocionado y dramatizando. - ¿A que es increíble? ¡Y luego estuvimos hablando! ¿No es genial?

Lazhar asintió. Se encontraban de paso en Lunargenta, y el paladín estaba limpiando la armadura, frotándola como si quisiera desincrustar suciedad milenaria de ella, con movimientos enérgicos y aspecto tenso. Kalervo estaba sentado a su lado en uno de los divanes, y le miraba con extrañeza. Le estaba contando sus progresos sociales con todo entusiasmo y él no parecía muy sensible a ello.

- Estás muy callado. Bueno, ya sé que eres mudo y todo eso. Y no es que me importe, porque me gusta poder hablar tanto y que me escuches y no me interrumpas, es uno de tus encantos. Pero te noto raro.

Lazhar levantó la cabeza repentinamente, como si estuviera...¿asustado?. Luego negó varias veces. "Todo bien. Cuenta más", gestualizó, antes de seguir con su labor.

Kalervo se ladeó en el diván y le miró, arrugando el entrecejo. Las placas estaban muy limpias. Lazhar las restregaba con fuerza aun así. Le había visto pegar a los muñecos la mañana anterior, ahora que lo pensaba, y ese afán por mantenerse constantemente ocupado y que le llenara la cabeza con su cháchara ... "Aquí está pasando algo. Lazhar se pone así cuando se preocupa".

Se puso a pensar. ¿Qué podía ser?. Ah... lo del demonio. Claro. ¡Pobre paladín! Había intentado por todos los medios protegerle de aquel bicharraco terrible, y habían sido capturados a pesar de todo. Si no fuera por Temari, no la habrían contado. Debía sentirse responsable. Además...Lazhar odiaba muchísimo a los demonios. No soportaba verle mal, así que tenía que hacer algo al respecto.

Chasqueó la lengua y se puso en pie, quitándole el trapo de las manos y colocándose delante suya para que le mirase.

- Lazhar, tenemos que hablar.

Kalervo no sabía que decirle eso a un chico no es buena manera de comenzar. Menos aún con las manos en las caderas. Y mucho menos aún si pareces una chica. El paladín parpadeó, tragó saliva y le miró, perplejo.

- Sé lo que te pasa.

Lazhar se puso blanco. Kalervo continuó.

- Escucha... sé que hay algunas cosas que te asustan - dijo, sin querer mencionar para nada a los demonios. Intentaba ser suave. - y que te sientes... confundido y... atribulado. Quizá avergonzado. Por lo que pasó.

Lazhar dio un paso atrás. Le miraba fijamente. Ahora estaba rojo y parecía agobiarse por momentos. Miraba alrededor, como si estuviera buscando por dónde escapar. "Dioses, este chico está muy mal". Tendría que ser aún más suave.

- Oye, tienes que enfrentar esto. No...

"No tengo que enfrentar nada", gesticuló el paladín de manera abrupta, con el ceño fruncido. Cielos, sí que era delicado el asunto con los demonios. Tendría que ser aún mucho más suave.

- Entiendo tu frustración. Es normal, al principio. Lo que pasó, pasó y ya está. Asúmelo, creo que podemos sacar algo positivo de ello, y además... tienes que estar preparado, porque volverá a suceder.

"NO", gesticuló Lazhar con vehemencia. Había retrocedido más, y le miraba de una manera muy extraña. Como si él estuviera armado y amenazándole o algo así. Kalervo se puso nervioso.

- ¿Como que no? Eso no lo puedes saber - replicó, perdiendo un poco la compostura - A veces ocurren cosas que no podemos controlar, no todo está en nuestra mano.

"NO, NO, NO", marcaba cada gesto con contundencia y se había inclinado hacia adelante. Los ojos grises destellaban, reflejando una gran incertidumbre, y también angustia. "No pasará más. Jamás"

- ¿Pero por qué eres tan testarudo? - exclamó Kalervo, hastiado y contagiado por su angustia, sintiéndose incapaz de consolarle o ayudarle - ¡No deberías esconderte así! ¡Sólo asúmelo y aprende de ello, no es para tanto, no fue tan malo! ¿Es que fue tan terrible realmente, Lazhar?

Lazhar negó. Luego asintió. Luego negó, asintió, suspiró y dejó caer los hombros hacia adelante, derrotado. El chico apretó los dientes y le rozó la mano, intentando ofrecerle un contacto acogedor, pero los dedos de Lazhar se crisparon y se apartaron, como si se hubiera quemado.

Kalervo sintió un frío repentino en la nuca, al darse cuenta de cómo le evitaba. Era un rechazo claro, que se anudó en su garganta como una soga. Si tan grande era la decepción del paladín por no haber podido vencer a ese demonio que le hacía rechazar a los demás así, a él... desde luego, no le iba a dejar.

- Ya basta, Lazhar - murmuró, tratando de sonar firme - sé como te sientes, pero no la pagues conmigo, no es culpa mía.

El pelirrojo le miró, incrédulo, y sus cabellos se agitaron violentamente cuando volvió a signar, con los mismos movimientos secos y tajantes.

"CLARO QUE ES. NO ES DE NADIE MAS"

Kalervo abrió la boca. Frunció el ceño.  Una oleada de calor abrasador se pegó en sus párpados cuando acudieron las lágrimas, y una sensación punzante, dolorosa y gélida le atravesó el estómago como un puñal acerado. No podía creerse lo que acababa de leer en las manos grandes y ásperas del paladín. No es que dudara de la realidad de esas palabras, porque posiblemente fuera culpa suya, por no ser lo suficientemente bueno con los hechizos, por no haber sido más cauto en la batalla, por haberse puesto en peligro y haber obligado así a Lazhar a defenderle... pero a pesar de todo, el paladín nunca le había acusado de esa manera. El dolor y la tristeza se mezclaron con la ira infantil, y apretó los puños para que no le temblaran las manos. Cuando levantó la mirada, la expresión de Lazhar ya se había suavizado, aunque seguía lívido.

- Puede que no sea muy bueno... y que... me comporte como un idiota a veces... pero es injusto que me digas eso... - susurró, aguantándose las lágrimas - yo luché lo mejor que pude... pero el demonio era muy grande... y... ya sé cuánto los odias, cómo sufres cuando no puedes proteger a los demás... pero...

No podía. El llanto tembló en su pecho y explotó finalmente en un sollozo contenido. Trató de limpiarse el rostro, de mantenerse de pie sin que le fallaran las rodillas.

Lazhar parecía no entender de lo que hablaba. Su semblante se relajó, luego palideció aún más y la mirada gentil y protectora volvió de nuevo a su rostro y cayó sobre el chico que lloraba. El paladín vocalizó una maldición sin pronunciarla, mientras la compresión iluminaba su mente finalmente.

"Perdóname. No es tu culpa. Soy idiota", gesticuló.

Kalervo ya estaba hipando y encadenando sus lamentos desconsolados uno tras otro, herido por lo que le había dicho y conmovido porque al fin volvía a portarse con él como siempre. Fue por esto último por lo que lloró aún más fuerte cuando el paladín le abrazó.

- La...zhaaa...aaaa...aaar...
- Ya, ya...
- No...me...di...gas...eso...nun...ca...má...a...a...aaaaas
- Ya, ya...

Kalervo lloró, Lazhar le consoló, luego le repitió que todo había sido un error y que no era su culpa. El arcanista, pese a sentirse tan mal en aquellos momentos, supo disfrutar y aprovechar su abrazo y los gestos tiernos y paternales que el paladín le dedicó. A pesar de todo, Lazhar no le confesó qué era lo que había comprendido mal y de qué demonios había pensado que estaba hablando el mago durante aquella conversación, pero el chico lo olvidó rápido.

Había zapatos nuevos en el Bazar, y lo único que le importaba era que su héroe volviera a ser el mismo de siempre. Y por un tiempo, así fue.