viernes, 5 de febrero de 2010

XIV - Una canción

"Más allá de la verde colina
más allá de la laguna clara
peina el viento a los lirios de agua
Lorathil, mi preciosa Lorathil"

El Gran Maestro Gandling gruñó secamente mientras caminaba con los brazos a la espalda a lo largo de los pasillos de piedra. Las colgaduras ondeaban de los techos junto a las telas de araña. El correteo de las ratas era un eco difuso en la oscuridad inquietante de la escuela de nigromancia, que se entremezclaba con las invocaciones lejanas y el chasquido de los huesos y la carne muerta, con los gorgoteos de los muertos levantados de las tumbas. Embozado en su máscara, los ojos del maestro brillaban con un fulgor gélido y sus pasos resonaban en el castillo. Estaba enfadado.

"Cabalga Varadion el Bardo
sobre yegua de blanco pelaje
y le lleva tan lejos su viaje
Lorathil, vanya Lorathil"

Apartó la cortina y entró a grandes zancadas en la sala cuadrada, donde la instructora Malicia vertía el contenido de un vial sobre un cuenco, recitando las palabras apropiadas del hechizo. Sin contemplaciones, la abordó.

- ¿Dónde está?

La dama parpadeó y levantó sus ojos rojizos hacia el maestro, inclinando levemente la cabeza.

- ¿A quién buscáis, señor?
- ¿No es evidente? - replicó Gandling con un resoplido, haciendo un gesto difuso.

Malicia chasqueó la lengua y asintió, mirando alrededor. Era aquella vocecita fina y delicada, que de alguna manera se abría paso y encontraba ecos en el inmenso castillo lo que ponía nervioso al tutor de la academia de nigromancia.

"Más allá de la clara laguna,
a través de valles y montañas
junto al olmo, y al lirio y al haya
Lorathil, mi preciosa Lorathil"

- Está preparando los envíos para Arugal - respondió Malicia - no creo que tarde demasiado en terminar. Yo también estoy deseando librarme de él.
- Esto es inaceptable - bufó el maestro, apretando los puños. - No sé en qué pensaba el Archimago, pero no voy a consentir semejante... semejante profanación de nuestro espíritu ni de nuestros ideales. ¿Lo oyes? Es aberrante.

Malicia asintió y chasqueó de nuevo la lengua, mirando al Decano.

- No me importaría traerle aquí abajo y darle un par de lecciones.
- Sin duda - un resplandor sádico se encendió en los ojos del maestro. - Le haremos un favor al señor de la Luna de Sangre. Nos ha enviado un mocoso molesto y le devolveremos un sirviente complaciente.

"Lleva el viento mi canto hasta ti,
Lorathil, vanya Lorathil
síla lumen aina'lath
méralyë vesta ni"

- Estamos preparados para acogerle.
- Bien. Me pondré en contacto con Arugal y le enviaré a otro con los preparados, mientras "educamos" a su pupilo.

Malicia asintió y prosiguió con el hechizo, extendiendo los dedos sobre el vial de verdoso contenido y susurrando la evocación que había de imbuir el líquido con esencias más oscuras que la noche. Escucharse a sí misma la embriagaba de poder, mirar en torno a sí y contemplar la sublime obra que se llevaba a cabo en aquel edificio, la hacía temblar de orgullo y devoción. Ah, se sentía tan afortunada... La Vida Eterna la había besado en los párpados y tenía el honor de pertenecer al mayor movimiento de aquel tiempo, a la revolución que estaba conmocionando los cimientos de la existencia, una línea de pensamiento transgresora que exploraba conocimientos que jamás había soñado. La Plaga. La gran verdad que se extendía, imparable, por el mundo.

Sí, era una mujer con suerte. Y servía con rectitud a la causa que se había convertido en su vida.

- ¿Hola?

Minutos después, la vocecita. Malicia apartó la mirada de su trabajo y observó la pequeña figura parada en la puerta. Pálido como un cirio, con el pelo negro recogido a un lado y enfundado en una toga oscura, el elfito ojeroso más parecía una niña perdida que un mago. "Patético", pensó la instructora.

- ¿Cómo te llamas? - espetó
- Kalervo.
- Entra y colócate ahí - indicó, sonriendo a medias.

En el centro de la sala, un grupo de esqueletos inmóviles habían sido conjurados por los adeptos, que imbuían de sombras las carcasas quebradas de los cuerpos de hueso. El chico avanzó lentamente, con los ojos muy abiertos, pellizcándose la toga. Los nigromantes le miraron. Luego miraron a la instructora. Y la instructora volvió a sonreír.

- ¿Te gusta cantar, Kalervo?
- S...si... señora.
- A nuestros esqueletos les encanta bailar. Así que canta para ellos... porque si la música se detiene... se vuelven... hambrientos... difíciles de controlar.

Malicia reprimió una risa cruel. Los nigromantes habían animado los brazos de los muertos, que se movían con sonidos de ramas secas, tendiéndose hacia el muchacho situado en el centro de la sala. Cuando le rozaron el cabello con los dedos huesudos, soltó un gritito agudo y empezó a jadear, asustado. Los ojos del chico se fijaron en ella, y ver el miedo en su mirada la llenó de una enfermiza complacencia.

- Canta... canta niño... - susurró, con una sonrisa desquiciada.

Y Kalervo cerró los ojos con fuerza y cantó con voz fina y temblorosa.

- Lle...lleva el vien...to mi can... to hasta... ti - consiguió articular, con una lágrima corriendo por su mejilla mientras los dedos descarnados le rozaban y los esqueletos animados se apiñaban a su alrededor. - Lorathil... vanya Lorathil... síla lumen aina'lath... méralyë... ves...ta...ni

Cantó durante horas y horas, de pie en aquella sala húmeda y maloliente, hasta que se quedó afónico y fue incapaz de sostenerse sobre las piernas. Y cuando cayó de rodillas y apenas su voz era un susurro ya, cuando no le quedaban fuerzas mas que para cubrirse la cabeza con las manos bajo la sombra de los espectrales fantasmas y los cadáveres alzados que los nigromantes hacían danzar a su alrededor, la instructora se acercó.

- Suficiente. Nunca vuelvas a cantar mientras te encuentres entre estos muros. ¿Lo has entendido?

Kalervo asintió en silencio. En silencio se puso en pie, tambaleante, y siguió a la dama hasta el fondo de la sala, en silencio escuchó las instrucciones y en silencio se colocó junto al resto de nigromantes. En silencio, apoyó sus invocaciones con su magia y se encargó de imbuir los hechizos con poderes arcanos más allá de la sombra.

"Lleva el viento mi canto hasta ti,
Lorathil, vanya Lorathil
síla lumen aina'lath
méralyë vesta ni"

Y en silencio, siguió cantando en su interior. Algunas cosas no iban a robárselas jamás, y no estaba dispuesto a permitir que su situación, por terrible que fuera, le destruyese. El motivo, no lo sabía. Sólo sabía que tenía que resistir, y sobrevivir, y que tenía que salvaguardar su alma de alguna manera. 

Así que, en silencio, siguió cantando. Y no dejó de hacerlo en los días que siguieron