sábado, 4 de septiembre de 2010

XXVII - Curar las heridas

Kalervo Alher Fel'anath no estaba acostumbrado al combate. No lo estaba, y sospechaba que jamás lo estaría en realidad. Aquella tarde, salieron a trompicones del apestoso nido de sátiros y plantas podridas al que los centauros llamaban Maraudon, jadeando y resollando bajo un sol abrasador. Habían estado combatiendo con todas sus fuerzas en las entrañas de aquella tierra reseca y marchita, atravesando las cavernas oscuras en las que brillaban extraños blandones con runas demoníacas y la corrupción rezumaba por cada grieta de roca, en cada gota de agua infecta. Apoyado en el bastón, Kalervo se secó la sangre de la frente y trató de sonreír al paladín, aunque le salió una mueca algo torcida. El sol le quemaba a los ojos tras horas de avanzar en la oscuridad.

- Diré que no ha... estado mal del todo... - articuló dificultosamente - ...aunque ambos sepamos que nos han vapuleado.

Lazhar respondió con una risa lenta y cansada, que no convencía a nadie. Apoyó las manos en las piernas y bajó la cabeza un instante, tratando de recuperar el aliento. A pesar del hilo de sangre que le corría por el rostro, de la herida de la cabeza que oscurecía el color rojo natural de sus cabellos, aún tuvo el ánimo de levantar el pulgar en dirección al mago. "Lo has hecho bien".

Kalervo sonrió y le pasó el brazo por la cintura, al ver que el paladín no atinaba a levantarse.

- ¿Estás bien?

Lazhar asintió, evidentemente. Él siempre estaba bien.

Había sido duro, muy duro. Y el arcanista sabía que no lo había hecho realmente bien. Las energías en aquella gruta profunda rezumaban un sabor espeso y cargante que le dejó como recuerdo una preciosa jaqueca y que no había tardado en desconcentrarle. Sus hechizos habían sido adecuados, pero no realmente buenos. Mientras avanzaban a pasos cortos, en silencio, para alcanzar las monturas atadas en un tronco retorcido, el muchacho masticaba su decepción.

Para él, la magia era como cabalgar una centella. Sabía que tenía habilidades naturales, y que con esfuerzo y estudio, podría convertir la ejecución de la misma en un verdadero arte. En algunas ocasiones, escasas hasta ahora, había vislumbrado esa perfección. Se había sentido como un bailarín habilidoso, moviéndose aquí y allá y encadenando los hechizos con soltura, sin apenas necesidad de pensar, dejando que su mente rodase por sí misma y el viento chispeante, la caricia mentolada, le atravesara y tejiera hilos arcanos que estallaban en forma de misiles, de nebulosas, de novas electrificantes. Esas pocas veces, Kalervo había disfrutado completamente de la experiencia. No había sido ni mucho menos así esta vez. El cargado ambiente le había llevado a cometer errores de principiante que le irritaban demasiado como para estar satisfecho.

No había sido mejor para Lazhar. Le miró de soslayo mientras montaba sobre su destrero, tambaleándose y pálido como la tiza. A pesar de sentirse un poco enfermo, del dolor de cabeza y de la toga hecha jirones, el joven de cabellos azabache sintió un encogimiento de preocupación al contemplar el estado de su compañero. Empuñó su sonrisa y se subió a Purpurina, que graznó con desagrado.

- Tranquilo. Vamos a Cazasombras y buscaré algo de comer, te sentirás mejor.

El paladín asintió con la cabeza, sin apenas mirarle.

Hicieron el viaje en silencio, rápidos y agotados. "Maldito lugar asqueroso", iba pensando Kalervo. "Tendré que coserme la toga, y llevo las botas perdidas de esos mocos infernales. Y ese hedor insoportable... aún lo tengo pegado en la nariz. Espero que alguien se decida de una vez a explicarles a los sátiros que se puede ser malvado sin necesidad de oler mal. Por no hablar de los insectos. Es imposible tomarse en serio a un villano que te amenaza mientras dos moscas dan vueltas alrededor de su cabeza". Necesitaba un baño. Y contra todo pronóstico, tenía hambre, mucha. Por eso, cuando llegaron a la aldea, desmontó de inmediato y se dispuso a correr hacia la choza donde los trols vendían comida, rezando por que no le ofrecieran nada con aspecto humanoide para almorzar.

- Quédate aquí - dijo, indicándole a Lazhar un rincón a la sombra - enseguida vengo.
- Kevo...

El pelirrojo había perdido el color y los ojos se le cerraban. Debía estar muy cansado.

- Te traeré comida, ponte algo en la herida. Aquí tienes vendas - se apresuró, entregándole un fajo de lienzos limpios.

Parecía que él quisiera decir algo más, pero sólo suspiró. El jovencito salió a la carrera.

No le costó demasiado encontrar algo decente que comer, y regresaba alegremente con un paquete de pescado asado pocos minutos después.

- ¡Ya estoy aquí! - exclamó - He encontrado sabiolas y...

Lazhar apenas pudo sonreírle un instante. Después, los ojos se le pusieron en blanco, dio un traspiés, emitió un gemido de frustración y se derrumbó sobre el suelo de tablas, con estrépito de metal. El pescado le siguió en su camino hacia el suelo cuando Kalervo lo soltó, abalanzándose sobre el paladín, alarmado.

- ¡Lazhar! ¡Lazhar! ¿Qué te pasa?

El corazón del chico se desbocó. Su mente empezó a trabajar a toda velocidad, sus manos se movían solas. No sabía demasiado acerca de primeros auxilios, pero en aquel momento, sus escasos conocimientos se colocaron en línea de salida. Arrodillado, le dio la vuelta a duras penas sobre el piso - pesaba muchísimo - para colocarle boca arriba. Le tomó el pulso, comprobó que no se había tragado la lengua, que no había convulsiones y le miró los ojos bajando los párpados con los pulgares, sin dejar de llamarle.

- Oh dioses... dioses, dioses, ¿Estás inconsciente? - preguntó estúpidamente, mientras le desataba las correas de la armadura.

Obviamente, estaba inconsciente. La excursión en Maraudon había sido demasiado para el paladín, que había dejado de funcionar como un tonque de vapor sin vapor, o un molino de agua sin agua. Mientras se aguantaba el llanto, Kalervo retiraba la armadura con cuidado, dejando las piezas alrededor de ambos y haciéndose reproches a media voz, gimoteando.

- Todo esto es culpa mía... no debimos entrar, debimos haber salido antes, no... ay, Belore... debería avisar a alguien, pero no puedo dejarte solo aquí. Ay, Belore - murmuraba, terminando de vendarle la herida de la cabeza. Al parecer, Lazhar había intentado hacerlo sin mucho éxito.

Una vez terminó con ella, le abrió la camisa para comprobar si había alguna otra lesión importante. La piel atezada mostraba algunos cardenales antiguos y un par de cicatrices más o menos recientes. Mordiéndose el labio y apartando todo pensamiento fuera de lugar de su cabeza - "¡Idiota, idiota, como puedes pensar esas cosas ahora!" - retiró la prenda del todo. Tenía una venda antigua en la cintura, pero no parecía haber ninguna otra herida, sólo cardenales verdosos que ya estaban remitiendo, otros más oscuros que debían ser más nuevos y algunas cicatrices.

Fue en aquel momento cuando Kalervo, tornándose su semblante a una expresión grave y seria y apartando los dedos con solemnidad para apoyarlos en sus rodillas, fue realmente consciente de quién era la persona con quien había compartido los últimos meses de su vida. Allí, bajo el parapeto de paja y arrodillado, podía mirarle por primera vez con plena libertad, ahora que él estaba inconsciente y nada sabía ni podía saber. Tal como estaba, con el cabello revuelto, los ojos cerrados y el ceño fruncido con decisión aún en el desmayo, sin armadura, la imagen le resultaba terrible al muchacho. Le resultaba terrible, mientras recorría con los ojos empañados de lágrimas todas las marcas del esfuerzo, la lucha y la violencia que los años habían esculpido sobre el cuerpo de aquel elfo. Pues no era más que un elfo, de carne, piel, sangre, alma y huesos.

Se desvaneció el idilio del héroe lejano e inalcanzable, capaz de superarlo todo y de enfrentarse a todos. Aquella imagen se quebró y estalló como una vidriera rota, y al romperse el cristal, pudo ver la luz del sol real, la luz auténtica. Jamás, nunca le había mirado con aquellos ojos antes. Nunca le había visto de verdad... y ahora lo estaba haciendo, y dándose cuenta de todo lo que para él significaba.

Para el arcanista, Lazhar el Bravo era un sueño. Un símbolo. Un modelo. Nunca había pensado en el impacto real que cada golpe tenía sobre la carne de su amigo y compañero hasta entonces. Nunca había sido tan absolutamente consciente de sus sacrificios, de sus sufrimientos, de que también él podría sangrar, podría ser herido, podría morir. Nunca con tanta crudeza como entonces había comprendido que Lazhar, al fin y al cabo, no estaba tan lejos de él y no eran tan distintos en el fondo. Y por ello, la grandeza de aquel tipo enorme, pelirrojo y guapísimo le resultaba aún más admirable, porque era auténtica. El producto del esfuerzo por ser mejor, con sus marcas y sus señales. Al mirarle así, su corazón se encogió y se conmovió, y supo que algo había cambiado.

El ensueño platónico e ideal se había roto. Y tras él había visto algo puro y verdadero, que le subyugó en un embrujo aún más poderoso que el que había sentido antes, mucho más real e intenso. Supo, de manera repentina, cuánto sacrificaba cada vez que se interponía delante suya para combatir, supo el peso y la medida real de lo que era Lazhar Erien Corazón de Fuego. Mucho más que un paladín. Mucho más que un héroe. Era una buena persona. Una buena persona de verdad, valiente, entregada y sincera. Que pudiendo ser perezoso, escogió el esfuerzo, que pudiendo ser cobarde, eligió ser valeroso. Que pudiendo cerrar los ojos y no hacer nada por nadie, por él... eligió salvarles. Salvarle.

Con los ojos entrecerrados, se inclinó para rozarle el rostro con la yema de los dedos, cual si le viera por primera vez. No era un sueño, no era un cuento. Todo era absolutamente real, él, los dos lo eran, y aquello que se derramaba, cálido y ensordecedor como un torrente en su interior. Se le escaparon las lágrimas y aguantó un gemido, apretando los dientes. Estaba temblando. Estaba perdido.

- No soy sanador - murmuró, apenas inaudible, apenas escuchándose a sí mismo. - No puedo hacer que despiertes, no puedo curarte... no puedo protegerte... lo único que puedo hacer es quererte.

Eso era todo cuanto podía hacer. Y lo hizo. Aguantando el aire en los pulmones, rozó los labios cuarteados y resecos del paladín con los suyos, apenas en una caricia insegura y contenida, con un nudo esta vez auténticamente opresivo cerrándose en su garganta. La piel de Lazhar estaba templada, no había perdido su calor. La barba rojiza le arañaba las mejillas, su boca era áspera y ruda, pero no le importó. Estrechó los labios en ella, con los dedos trémulos en su cuello, mientras las lágrimas le corrían por el rostro, y le besó. Le besó de la única manera que era capaz de hacerlo, con todo su corazón, sabiendo que no tenía escapatoria alguna, que Temari tenía razón y no había ya vuelta atrás para él.

Apenas separó los labios un instante para tragarse un sollozo, acariciando el rostro de su amor, parpadeando para mirarle así de cerca. Quizá nunca más podría hacerlo, puede que fuera su única oportunidad. Por eso, volvió a besarle una vez más. "Eres mejor de lo que pensaba. Eres la única Luz en mi mundo", hubiera querido decirle. Lo intentaba de esa manera, expresar todo lo que crecía en su corazón atribulado, que palpitaba alocadamente y le hacía correr la sangre en las venas a tal velocidad que creía que iba a marearse.

Cuando el cuerpo de Lazhar se puso rígido debajo del suyo, tardó un tiempo en darse cuenta. Se alejó unos milímetros y frunció el ceño. El paladín seguía con los ojos cerrados, aunque había recuperado algo de color, pero no había despertado. Entonces, ¿Por qué estaban rígidos sus músculos? ¿Acaso dolían los besos?. Meneó la cabeza y repitió su gesto, regalándole otra larga caricia de sus labios y hundiendo los dedos en el cabello enredado, hasta que finalmente, la fisonomía del paladín volvió a relajarse, y percibió un movimiento suave, escuchó un gruñido apenas insinuado.

Se apartó precipitadamente, azorado y con el aliento partido en los pulmones. "Belore, va a volver en sí. ¿Se habrá dado cuenta de algo?"

La magia de aquel instante irrepetible se deshizo cuando Lazhar abrió los ojos. Todo se desvaneció en una nube dorada y pálida que la brisa desmadejó hasta que sólo quedó un chico de pulso apresurado sacudiéndose la toga innecesariamente y un elfo adulto y vapuleado mirándole de manera extraña.

- Gracias a los dioses, Lazhar - suspiró el arcanista, con alivio no fingido. - Pensaba que... creía... me he asustado mucho.

Sin moverse, Lazhar Erien Corazón de Fuego signó con una sola mano

"Por qué lloras"

- Por... porque.. me...me asusté. Te... te desplomaste de pronto y el pescado está lleno de tierra ahora - balbuceó Kalervo, secándose las lágrimas - No sabía qué hacer... he...te he vendado...

Cerró la boca. Los ojos grises estaban fijos en él, cargados de intensidad. Apretó los labios. Ahora era él quien creía que iba a desmayarse. Los dedos del paladín volvieron a moverse, formando dos palabras que conocía demasiado bien.

"Lo siento"

- ¿Cómo estás? ¿Quieres agua? ¿Aviso a un doctor?

Lazhar respondió con un asentimiento, una negación y otro asentimiento. Kalervo conjuró el agua tan deprisa que un montón de botellas de cerámica cayeron desparramadas por todas partes, y se aprestó a recogerlas, con las mejillas encendidas y completamente fuera de lugar. Estaba empezando a perder el control de todo. Le tendió una de las botellas con una mano temblorosa y le ayudó a incorporarse a medias, procurando no tocarle mucho. Luego se alejó varios pasos y se sacudió las manos.

- Voy... voy a... tengo...¡Vendas!, voy a por más vendas - declaró, echando a andar, deteniéndose y echando a andar de nuevo. Se giró a medias - No te... no te quedes inconsciente, porfa. Vengo enseguida.

El paladín asintió. Kalervo caminó a paso vivo, huyendo una vez más y tratando de recomponer los fragmentos de su razón, sobreponerlos al desbocado cabalgar de su corazón en el pecho y a los sentimientos desatados que ahora - como sucede cuando se desatan - parecían imposibles de contener. Las lágrimas se deslizaban, libres, hasta su barbilla.

No miró hacia atrás. No pudo ver cómo los ojos grises, perplejos y brillantes a causa de una extraña emoción, le seguían en su presuroso caminar.

XXVI - Mirando a las estrellas

- ¿Preparados?

Temari asintió, y Lazhar hizo otro tanto. Los tres elfos se encontraban en la playa, bajo la luz de una noche clara y cuajada de estrellas. Desde la Aldea Cazasombras llegaba el sonido de algunos timbales y las voces de los trols, la luz de las antorchas lejanas no podía competir con la lechosa luminiscencia estelar, que se derramaba sobre el mar. Éste bailaba en un oleaje suave, destellante como una armadura de plata recién bruñida. La suave brisa agitaba los cabellos de ambos, oro, azabache y rojo oxidado, colocados frente a frente en la arena.

Kalervo tomó aire y se arrodilló bajo la atenta mirada de sus amigos, desplegando el mapa astral y sustentando las esquinas con un par de guijarros, para evitar que el aire se llevara el pergamino. Mientras montaba el astrolabio y lo calibraba, empezó a hablar.

- Cuando nos reunimos en el hachazo, os había convocado para buscar unos pergaminos. Fragmentos de ellos, mas bien - comenzó, girando las ruedecitas y moviendo las lentes - Con lo que hemos encontrado hasta ahora, he podido averiguar algunas cosas. Los he estudiado por encima.

Sacudió las manos y se arrodilló sobre el mapa. Lazhar observaba todo aquello como si estuviera mirando algo de otro planeta, aunque parecía serio y atento. Temari le escuchaba con atención.

- ¿Y qué has sacado?
- Tal y como pensaba, hay varias fases lunares que pueden afectar de manera drástica a las energías mágicas. Veréis, cuando se realizan rituales complejos, los poderes astrales y las alineaciones del mapa celestial propician el empoderamiento de una clase de energías o de otras.

El chico señaló con el dedo el mapa.

- ¿Veis este círculo?

Temari y Lazhar asintieron.

- Esta es la Luna Blanca. Son las fases de la luna llena en su plenitud, cuando parece un rosco amarillo. Es buena para la magia en general, pero para hechizos específicos, son mejores otras. Mirad esto - señaló otro diagrama - ésta es la Luna Roja. También se le llama Luna de Sangre. Todos los rituales de Arugal se realizaban en noches de Luna Roja, es especialmente buena para asuntos de nigromancia y magias oscuras.

Lazhar frunció el ceño. Siempre que se mencionaba al bellaco causante del sufrimiento de Kalervo, el paladín ponía esa misma cara, la de querer partirle la cabeza a alguien. Al jovencito, aquello le parecía absurdamente romántico, pero en esta ocasión no se detuvo a disfrutar de la sensación ni a suspirar como un colado. Estaba intentando aprender a lidiar con eso.

- Bien, como veis, la que hay enfrente es la Luna Azul. Esta fase se da un tiempo antes del plenilunio absoluto,  en la cual la luna está muy brillante y el cielo se ve tremendamente claro. A pesar de que el contorno lunar es más pequeño de lo que lo vemos en plenilunio, su luminosidad es mayor que en ninguna otra fase.

Lazhar frunció un poco el ceño y miró hacia el cielo.

- ¿En qué fase estamos ahora, Kale? - preguntó Temari por los dos.
- Ahora lo veremos, enseguida termino - replicó el chico, ajustando un par de tuercas y girando la lente principal, aún cubierta por un tapón, hacia el mapa astral. - Los pergaminos han desvelado que la Luna Azul contrarresta a la Luna Roja, así que... creo que, cuando encuentre los hechizos adecuados para deshacer la maldición de Arugal, si es que es eso, una noche de Luna Azul será la más apropiada. Y ahora, mirad.

Kalervo destapó la lente. La luz de las estrellas se filtró por un extremo del astrolabio, reflectó en los espejos y se derramó sobre el mapa astral, haciendo brillar diminutos puntitos que tejían un entramado plateado, salpicado de motas azules, rojas y blancas.

- ¡Caray!

Temari sonrió, y Lazhar le devolvió la sonrisa.

- Es precioso, Kale - dijo ella, observando el mapa con gesto inteligente.

Lazhar también lo miraba, y aunque no entendiera un pepino, gesticuló una palabra, "bonito", y esbozó de nuevo la deslumbrante sonrisa. El arcanista sí suspiró esta vez, estremeciéndose por dentro ante su deliciosa simplicidad y la encantadora ignorancia de la que hacía gala en asuntos arcanos.

- Mira, aquí marca la luna de hoy - dijo Temari, señalando un brillo anaranjado - Estamos a quince días de una luna azul.
- A ver... veamos...

Los dos magos se sentaron en la arena y tomaron algunos apuntes, comentando la lectura astral. Lazhar les escuchaba y pasaba el dedo sobre las líneas del mapa, con aire pensativo, hasta que finalmente, se retiraron, con el plano bajo el brazo y Temari inspeccionando a fondo el astrolabio, porque ella también quería uno de esos. Se separaron en la cochambrosa taberna cutre de los trols Lanza Negra, donde Temari se quedó en la planta baja. Los chicos subieron a la superior.

Allí, el arcanista de pestañas rizadas se encontraba guardando sus artilugios y parloteando sobre todo y nada para llenar el silencio, paliar los nervios y la incomodidad que le asaltaban siempre que se quedaba solo con Lazhar. Eso de ser un colado era peor que estar loco. Aunque estaba deseando constantemente estar a solas con él, cuando la ocasión se presentaba, le entraba un pánico irracional. Andaba desgranando alguna teoría sobre líneas ley cuando la voz grave y serena le hizo detenerse al momento.

- Kevo.

Tragó saliva. Cerró los ojos. "No tiembles, idiota, ¡no tiembles! Sólo ha dicho tu nombre". Tomó aire y se giró hacia el fornido elfo, que le observaba con gesto preocupado.

- ¿Si?

Lazhar comenzó a signar.

"Anoche tuviste pesadillas. Andaste dormido"

Kalervo se mordió el labio.

- Lo siento.

El paladín meneó la cabeza a modo de negativa, se acercó y le tocó la frente. Kalervo aguantó la respiración, tratando de retener ese contacto sobre su piel, aunque Lazhar sólo estuviera comprobando si tenía fiebre. Por tonto que pareciera, eso le resultaba tan emocionante como una declaración de amor. Una bendición relumbrante cosquilleó al extenderse por su cuerpo, y Lazhar retrocedió un paso.

"Duerme. Vigilo. Yo te cuido", volvió a gesticular el pelirrojo.

- Ya...ya vigilaste anoche - protestó Kalervo, cambiando el peso de pie una y otra vez. - Y la anterior. Y la otra. No puedes estar sin dormir para cuidar de que no camine en sueños ni tenga fiebre o pesadillas.

"Duermo de dia", insistió el paladín, muy seguro él. Kalervo frunció el ceño.

- Tus manos dicen que duermes, tus ojeras dicen que no lo haces. Y no te quedan nada bien.
- Kevo... - sonaba a advertencia, seguida de un suspiro. Lazhar se cruzó de brazos. Luego señaló la hamaca trenzada, con un ademán imperativo y se dio la vuelta para sacarse las placas.

"Paladín cabezota e inconsciente", pensó Kalervo, terminando de plegar el astrolabio. Miró por la arcada de la choza, observando el mar. No podía consentir que Lazhar siguiera así, cansado y sin dormir por cuidar de él. Se sentía una carga, y no iba a permitir ser una carga, no para él. Su vista se desvió hacia la litera, y dibujó una media sonrisa maliciosa.

Había tenido una idea.

Lazhar, ajeno a todo esto, se despojaba de su armadura con cuidado y movía los hombros adelante y atrás, tratando de descargar los músculos de tensión. Cuando hubo terminado, dejó el lienzo con el que se había secado el cabello húmedo sobre las piezas de malla y metal y se dio la vuelta. Kalervo ya le estaba esperando, de pie, delante suya, con una sonrisa cándida y el pelo suelto, la larga toga de dormir arrastrándole sobre la tarima de madera y apenas dejando ver las puntas de los dedos de los pies.

Extendió las muñecas hacia él, mostrándole la cuerda enredada en ellas. El otro extremo se anudaba en el poste de la hamaca.

- ¿Me ayudas?

Lazhar parpadeó. Su rostro era la perplejidad absoluta, y sí, esto también le resultaba encantador a Kalervo. ¡Era tan mono! El paladín se dispuso a retirar la soga de sus manos, quizá pensando que se había enredado en ella accidentalmente.

- No, tonto, eso no.

Lazhar arqueó la ceja, interrogante.

- Átame - dijo Kalervo, sencillamente.

Pestañeó una vez y otra más, y ladeó la cabeza, sin comprender por qué Lazhar no respiraba y le miraba como si estuviera loco. El paladín se había puesto blanco, luego rojo, y ahora estaba palideciendo otra vez. Además, estaba inmóvil.

- No puedo yo solo - insistió Kalervo, tendiéndole las manos unidas - si intento atarme una mano, luego no puedo atar la otra, no llego a los cabos. Así, estoy atado y no puedo ir a ninguna parte. De esta manera, podrás dormir sin preocuparte por si camino en sueños.

El muchacho sonrió. Su idea era estupenda, no entendía por qué Lazhar no le decía que era muy listo y no hacía nada, solo mirarle como si estuviera poniéndose enfermo o algo así. Cuando al fin, los dedos del paladín reaccionaron y le ajustó las sogas a las muñecas, Kalervo empezó a pensar que posiblemente sí estuviera enfermo.

- ¿Te encuentras bien? Tienes las manos muy calientes, y estás rojo.

Lazhar asintió varias veces, repetidamente. Kalervo frunció el ceño. Cuando hubo asegurado las cuerdas, Lazhar se dio la vuelta y se subió a la litera, sin decir nada más. El chico le imitó, con serias dificultades. Si no, probad a trepar a una hamaca con las muñecas atadas. Finalmente, miró a su héroe con una sonrisa.

- Buenas noches, Lazhar. Duerme tranquilo hoy, ¿vale?

El paladín asintió con la cabeza y le dio las buenas noches agitando la mano, aunque había desviado la vista y ahora estaba pálido otra vez. Kale arrugó la nariz al tumbarse y cerró los ojos, dispuesto a entregarse al sueño con la cabeza llena de dudas. A veces no entendía al paladín. Sólo esperaba que no hubiera enfermado a causa de la falta de sueño, eso no se lo perdonaría nunca.

Lo que Kalervo no sabía era que Lazhar hubiera preferido estar despierto si hubiera sabido la noche que le esperaba. Y , esta vez sí, por culpa del arcanista.

XXV - Quizá sí

Una gaviota cruzó el cielo, una flecha blanca atravesando el azul puro, inmaculado. Su reflejo estalló en una ola de espuma que rompía en la playa cercana, quebrándose en cientos de gotas cristalinas. El chico entrecerró los ojos, las pestañas negrísimas, larguísimas, espesísimas, curvadas como un marco de cortinas de terciopelo azabache alrededor del destello turquesa de la mirada.

Le gustaba el mar. Suspiró, pasándose de nuevo el cepillo por la larga melena.

La Aldea Cazasombras no era demasiado grande. Las chozas de madera y adobe se apiñaban a lo largo de un par de caminos de tierra húmeda y los adornos de huesos, conchas y brillantes piedras que los trols Lanza Negra utilizaban como fetiches para espantar a los malos espíritus entrechocaban entre sí en la brisa cálida y pintada de sal. En el muelle de madera crujiente, Kalervo Alher Fel'anath, vestido con una toga azul pálido sin cinturón, descalzo sobre las tablas, se peinaba los cabellos, con la mirada navegando entre el océano y la orilla, allí en la lejanía, donde Lazhar estaba limpiando las armas y la armadura.

Su rostro no mostraba ninguna sonrisa en esta ocasión, sino la nostalgia grave de aquellos que esperan en vano, de los soñadores resignados a soñar. Estaba sumido en sus pensamientos cuando Temari se acercó con pasos ágiles y alegres.

- Kale, ¿me prestas ese jabón para el pelo, el de la fragancia de rosas?

El chico torció la boca en un gesto de hastío. Ya estaba ella allí, destrozándole también ese momento con su presencia. Rebuscó en la bolsa y le tendió el estuche de los jabones, sin mirarla.

- Ohm, gracias.

Últimamente, estaba en todas partes. Estaba siempre con ellos, fueran a donde fuesen, hicieran lo que hiciesen. Ella, la chica, la bonita, la rubia, la atrevida, la simpática, la perfecta. No quería ser injusto, Temari era genial y le caía bien. Divertida, buena hechicera y digna de admiración. Era sólo que no podía evitar tenerle envidia.

- ¿Todo bien?
- Claro - respondió el chico al fin. - Todo genial.
- Pareces deprimido.
- Será impresión tuya.

Él la miraba tanto... a veces, los ojos grises y gentiles se entretenían observando descaradamente los escotes de encaje de la bella elfa como si fuera el péndulo de un hipnotizador, lo cual a Kalervo le parecía de una estupidez encantadora, al tiempo que le despertaba un picor, una extraña comezón en el fondo del estómago y un nudo muy flojito en la garganta. Mientras tanto, Kalervo, desde su lugar observaba y anhelaba, consciente de estar presa de un sueño platónico e inalcanzable. Esas miradas nunca se dirigirían a él, el chico, no esas.

- Kale...

Temari le caía bien. Era una buena chica, se portaba bien con él, le trataba con simpatía. Se habían hecho algo así como amigos, porque compartían los artículos de higiene y belleza, como en aquel momento, y eso quería decir algo. Kalervo no le prestaba el jabón a cualquiera. Solo que a veces, sus propios sentimientos hacían que resultara un poco duro estar con ella. Trataba de disimularlo.

La miró de reojo. Estaba guapísima, como siempre, envuelta en una toalla roja y con el cabello dorado ondeando al sol, que le arrancaba destellos cobrizos. Temari le devolvió la mirada y luego observó a Lazhar en la lejanía, luego le miró a él. Y apretó los labios. Kalervo bajó la cabeza e hizo de tripas corazón, tragando saliva y encogiéndose de hombros. Obviamente, Temari se había dado cuenta. Ella no tenía un pelo de tonta, y el arcanista, para qué engañarnos, era un completo negado para disimular sus sentimientos, por mucho que lo intentase.

- No es nada, ya se me pasará.

Se dio la vuelta, sintiéndose invisible, para regresar a la aldea, pero los dedos de la muchacha le detuvieron, sujetándole por el brazo.

- Espera, joder. Espera - le volteó, obligándole a mirarla. - ¿Tanto te gusta?

El chico se ató el cabello a un lado, esbozando una sonrisa amarga y parpadeó, moviendo la cabeza hacia los lados ligeramente al hablar.

- Me dan náuseas cuando nos encontramos de improviso al ir a cruzar una puerta. Si me roza, me mareo. Me tiemblan las manos cuando dice mi nombre. No sé, no tengo ni idea de lo que es esto, si me gusta mucho o poco o si así es como son estas cosas, Temari.

Le había temblado un poco la voz, a pesar de la sonrisa que se esforzaba en mantener. La muchacha le miraba a los ojos y finalmente resopló, chasqueando la lengua.

- Kale, estás colado.
- ¿Qué? ¿Qué es eso?
- Lo que te pasa - insistió ella, arreglándole el flequillo con los dedos. - Que estás colado, coladísimo. Pero olvida esa cara larga, no tienes por qué sentirte mal, estas cosas son... bueno, a veces son bonitas.

Luego sonrió. Kalervo le apartó la mano, meneando la cabeza.

- No, tú no lo entiendes. No tengo nada que hacer.

Temari frunció el ceño y se puso las manos en las caderas, decidida.

- ¿Ah no? ¿Y se puede saber por qué?
- Es... es así, Tem, no es para mí, no... - tartamudeó, suspirando. El corazón le latía muy rápido y el nudo en la garganta apretaba un poco más. - Da igual que sea un colado. A Lazhar no... él no... a él le gustan las chicas - soltó al fin. - SOLO las chicas.

Temari se apartó un mechón de pelo del rostro y arqueó la ceja.

- ¿Y cómo lo sabes?
- Me lo ha dicho. Me lo dijo, vaya. Creo. Una vez.
- Cuéntamelo.

Ella le hizo un gesto y se sentó en el muelle, robándole el peine con descaro y pasándoselo por las finas hebras rubias. Kale le dejó hacer y se sentó delicadamente a su lado. Los trols que limpiaban el pescado miraban a la chica con poco disimulo, y algunos peces de brillante estela cruzaban el agua bajo los pies de ambos, los de Temari cruzados con elegancia a unos metros del mar, los de Kalervo, balanceándose como los de un niño en un columpio. Empezó a hablar en voz bajita, con cierto alivio.

- Fue en el Refugio Roca del Sol... le pregunté si tenía novia... me dio a entender que ahora no, pero que había tenido - dijo, con timidez. - Luego me preguntó él a mí. Le expliqué lo que pasa conmigo, que a mi las chicas no... pues... eso.
- Que te gustan los chicos, sólo los chicos.
- Sí.

Ella lo dijo con toda naturalidad. Escucharlo de aquella manera en sus labios le resultó agradable. Normal. Retomó la narración con más ánimos.

- Él me dijo que si tenía novio y le dije que no. Creo que le pregunté, y me aseveró que los muchachos no le atraen.
- ¿Ha estado con alguno?

Kalervo parpadeó, se sonrojó un poco y miró a Temari, algo escandalizado.

- No. Es decir, no me lo ha dicho pero según él, tuvo tres o cuatro novias. No dijo nada de chicos.
- Bien - asintió ella, entrecerrando los ojos. Parecía estar analizando la situación sin dramatismos. - En ese caso, no está todo perdido. No tienes motivos para rendirte.
- ¿Qué quieres decir?

La muchacha dejó el peine y le cogió las manos, mirándole con vehemencia. Sus ojos verdes brillaban con intensidad.

- Quiero decir que puede que le gustes.
- Imposible - negó él, bajando la cabeza.
- No es imposible.
- Eso no puede ser, Tem.
- Quizá sí. Nunca ha estado con ningún chico, así que, realmente, no puede saber si le gustan o no.
- Querida, no te ofendas, pero yo no necesito estar con ninguna chica para saber que no es mi opción en el menú. No tengo que probar la caca para comprobar si su sabor me agrada.
- ... ¿Estás llamándome caca?
- ¡No, no! - negó de inmediato - No quería decir eso. Fue un mal símil.

Ella arqueó la ceja, meneó la cabeza y continuó.

- Lo que quiero que entiendas es que no lo has intentado. ¿Él te ha rechazado?
- Pues... no, no literalmente. Tampoco le he dicho nada.
- ¿Entonces por qué te deprimes?

Kalervo suspiró y pestañeó repetidamente, bajando la mirada hacia las manos de ambos.

- No sé si quiero luchar. Me asusta un poco esto que me pasa, lo del colado. Quizá sería mejor olvidarme.
- Kale... la cara que tenías cuando he venido, esa manera de suspirar y la expresión de tus ojos cuando hablas de esto... no creo que vayas a olvidarle, ni aunque quieras. Estás colado, corazón. Asúmelo. Sólo puedes hacer dos cosas, sufrir en vano o al menos intentarlo.

El arcanista pensó un instante en sus opciones. Dioses. Eso de ser un colado parecía algo terrible. Desde luego, los síntomas eran alarmantes, pero lo único que tenía claro es que mataría o moriría por conseguir que el apuesto paladín le mirase una sola vez como en sus sueños lo hacía, como narraban en los libros, con "los ojos anegados de pasión ardiente" o siendo "ventanas abiertas que reflejaban el remolino de sentimientos que su imagen le provocaba". No tenía muy claro qué clase de miradas eran esas, pero sospechaba que si algún día le miraban así, se daría cuenta.

- ¿Tú crees?

Ella sonrió y le estrechó los dedos.

- El "no", ya lo tienes. ¿Qué puedes perder?

Visto así, casi parecía fácil. Luego parpadeó y se frotó la nariz, mirándola directamente.

- ¿Y qué hay de tí? A tí también te gusta.
- ¡No! - exclamó ella. Luego bajó la voz, con una sonrisa inmediata, aunque el chico ya había captado su expresión de alarma anterior. "Lo sabía". - No, tranquilo. A mi no me gusta, demasiado mayor. Yo te apoyaré. Y si sale mal, podrás venir a llorar en mi hombro y a que pongamos verdes a los chicos.

Kalervo no pudo evitar contagiarse de su risa maliciosa y chocó la mano cuando ella la levantó, ofreciéndosela.

- Vale. Lo intentaré.
- Genial, así me gusta. Tú vales mucho - le guiñó el ojo y abrió el estuche de los jabones. - ¿Nos hacemos las uñas cuando me lave el pelo?
- Claro.

Siguieron charlando hasta que llegó el atardecer. El ánimo de Kalervo volvió a ser el de antes al poco rato, y su risa infantil y contagiosa volvió a escucharse en la aldea, porque cuando un sol ardiente consigue abrirse paso entre las nubes de la tristeza, ninguna flor, por pálida que sea, puede evitar abrirse para recibir sus rayos revitalizantes. Y a la luz de ese sol, Kalervo comprendió que, si había esperanza para sanar, esperanza para vivir y esperanza para llegar a ser lo que quería ser, ¿Por qué no iba a haberla para amar? No es que fuera muy probable. Todos sus cálculos indicaban lo contrario.

Pero la esperanza le daba un quizá, y podía agarrarse a él todo el tiempo que durase en pie.

XIV - ¡Temari al rescate!

Imaginaos qué es lo peor que os puede suceder en un paraje desierto, de tierra quebradiza y gris, donde sólo hay piedras, buitres, kodos paseándose y demonios de la legión preparando una fiesta de antiguos alumnos, o algo parecido. Si creéis que la peor opción es pisar una caca de kodo, o mas bien caerse dentro de una, temo que el joven arcanista Kalervo Alher Fel'anath no estaría de acuerdo con eso.

Hubiera preferido mil veces encontrarse sumergido en boñiga a recobrar la consciencia y verse donde se vio. Estaba atado en una piedra, con la toga desgarrada, apoyada la espalda sobre algo duro, caliente y vivo que olía a sangre, metal y furia.

- Esto no puede estar pasando... - gimoteó, intentando enfocar la vista. Le escocía mucho el torso. Recordaba que una de aquellas marujas infernales le había dado un latigazo y una bofetada, quizá aquella que se paseaba dando vueltas alrededor del altar improvisado.

Un gruñido iracundo le respondió desde detrás.

- ¡Kevo! ¿Bie?

Se le iluminaron los ojos un instante. Aquello que tironeaba de las cadenas y se removía tras de sí desesperadamente era Lazhar. El alivio le inundó por un momento.

- ¡Laz! Estoy bien, estoy bien. Bueno no, tengo miedo, pero estoy bien.
- Ya.

Había sonado tranquilizador. "Todo irá bien, vamos a salir de ésta", tradujo mentalmente. Sin embargo, no parecía que nada pudiera salir bien. Escuchó la risa de la espantosa diablesa y el chasquido del látigo, sintió contraerse el enorme cuerpo en contacto con el suyo cuando Lazhar recibió el golpe.

- ¡¡Basta!! ¡¡No hagas eso!! - exclamó, contrayéndose como si le hubiera dolido a él.





Una risilla insidiosa fue la única respuesta.

- El maestro ya viene. Preparaos y temblad.
- ¡Groaaar! - ese era el paladín, violento y furioso como un volcán encadenado.

La sayaad se marchó, desapareciendo entre las nubes polvorientas, y Kalervo suspiró, mientras las lágrimas le rodaban por las mejillas. Olía a sangre, y sabía que no era sólo la suya. Habían golpeado a Lazhar, estaban encadenados y seguro que iban a hacerles cosas terribles. No lo podía permitir, pero ¿Qué podía hacer él? No sabía deshacer cadenas. Sí que sabía utilizar la traslación, pero no pensaba marcharse, no esta vez. Mientras su compañero intentaba liberarse y liberarles sin éxito, se recostó sobre su anatomía ardiente, con la certeza de la muerte terrible, o algo peor que eso, pendiendo sobre su alma.

"Al menos, no estoy solo. Al menos, estamos juntos". Cerró los ojos, tragando saliva. Ojalá hubiera podido despedirse de mamá. Ojalá estuviera mejor vestido, para abandonar este mundo con estilo. A través de los jirones de la túnica destrozada, se concentró en sentir la abrasadora calidez de la piel del paladín, el tacto rudo de su espalda curtida, las puntas de los largos cabellos rojos, ásperos, que le cosquilleaban en los hombros y el cuello. Tomó aire, queriendo llenarse de su olor, y ladeó el rostro, con la mirada perdida entre las nubes de polvo. A lo lejos, la tremenda figura del demonio grande como una casa se dibujaba, avanzando a algunas leguas de su posición, en una trayectoria que sólo podía acabar en un punto: la piedra en la que estaban encadenados.

Apretó los labios y contuvo un sollozo.

- Lazhar...

Casi no podía escuchar su propia voz, tan débil sonó aquella llamada. El elfo no dejaba de agitarse. De cuando en cuando, estallaba la luz a su alrededor, consagrando el lugar y provocando un picor en parte agradable en los poros erizados del muchacho. Buscó sus dedos con los suyos. "Al menos no estoy solo, al menos estamos juntos".

- Lazhar...yo...

Intentó buscar las palabras, escogerlas bien. Iban a ser las últimas que diría en su vida, quizá por eso le resultaba tan complicado ser específico. Lo que fuera que tenía dentro no había tenido tiempo de crecer del todo, era como una flor encerrada en su capullo, a punto de abrirse pero aún demasiado tierna. Contuvo un nuevo sollozo y abrió los labios, cerrando los ojos.

- Yo... creo que...

Y entonces, el fuego.

Un demonio cercano, uno de esos chuchos con tentáculos, salió despedido envuelto en llamas. Kalervo entrecerró los ojos, mirando a través de las volutas grisáceas, sin ser capaz de comprender lo que sucedía. Una a una, las criaturas infernales volaron por los aires como meteoros flamígeros, y finalmente, ante su asombrado rostro, apareció Temari, con el bastón en la mano y un ascua de fuego girando en torno a sus dedos alzados, el cabello rubio ondeando en la brisa y la toga perfecta sacudiéndose a cada paso seguro de sus pies.

- ¡Largaos de aquí, bestias abisales! - exclamó, arrojando una nueva llamarada sobre un brujo que corría hacia ella.

- ¡Temari!

Lazhar dio un respingo.

La chica corrió, quitando de enmedio de un bastonazo en la nuca a un pequeño cachorro de manáfago, que se alejó aullando con el rabo entre las piernas. Llegó hasta ellos en un abrir y cerrar de ojos y esbozó una sonrisa pagada de sí misma.

- Pero bueno, ¿Qué coño hacéis aquí, chicos? - preguntó, rebuscando uno de sus útiles de ingeniería en la faltriquera.
- Tomar baños de sol, ¿Qué crees? - replicó el mago, repentinamente ansioso. Estaban salvados. - Nos van a dar de comer a ese demonio.

Lazhar sacudió la cabeza en una negativa rotunda. No, claro. Eso no iba a pasar.

- Vale, voy a abrir esto y vamos a patearles el culo a esos desgraciados hijos de mala madre, ¿eh?. Madre mía, Lazhar, ¿Pero qué te han hecho? En cuanto salgamos de aquí echaré un vistazo a esas heridas.

La bella piromante actuó con diligencia y rapidez, desatornillando las bisagras de los grilletes hasta que las manos de ambos estuvieron liberadas. Lazhar les agarró a ambos del brazo y echaron a correr, lejos de aquel altar grotesco y de los infernales pobladores del Aquelarre Mannoroth.

- Gracias Tem - resolló Kalervo, mientras corría intentando mantener el paso de sus compañeros.
- De nada, chicos - sonrió ella, girándose de vez en cuando para hacer reventar la cabeza de algún brujo en fogonazos repentinos - ya me invitaréis a una copa un día de estos.

Después, su risa desabrida resonó, casi jubilosa, arrancándole una sonrisa al chico. Kalervo no tenía grandes estructuras morales, y puede que fuera incapaz de distinguir el bien del mal en ocasiones, tal vez no destacara por su altruismo y valor. Pero tenía muy buena memoria. Aquel día, Temari le salvó la vida a él y le salvó la vida a Lazhar, y Kalervo Alher Fel'anath, aprendiz de arcanista y estudiante del Kirin Tor, no lo olvidaría nunca.

XXIII - El Demonio tan Grande como una Casa

Kalervo Alher Fel'anath, aprendiz de arcanista y estudiante del Kirin Tor, suspiró con desazón y se remangó la toga, mirando alrededor y caminando a pasitos saltarines detrás del paladín. Lazhar Erien Corazón de Fuego resoplaba, con el pelo revuelto y rojo destellando entre el paisaje gris y la expresión de haberse bebido un cubo de vinagre.

- Lazhar, este sitio es horrible. Me pica la nariz. ¿No deberíamos ir un poco al Norte por si vemos sátiros?

Lazhar no respondió, sólo gruñó al localizar a otro demonio en la lejanía.

Si alguien tenía la esperanza de que, aun con el deplorable aspecto que presentaban, llenos de polvo y con sangre seca, la toga del mago rasgada en el bajo y el rostro del paladín tiznado de hollín, se quedaran quietos o decidieran descansar, se verán decepcionados. Por supuesto, Lazhar no se cansaba nunca. Echó a correr hacia el demonio y Kalervo levantó los ojos al cielo, siguiéndole lo más rápido que pudo.

- ¡Esperaaaaaa!

Frenó en seco cuando el paladín ya estaba batiéndose con aquella súcuba horrenda, desatando luz y golpes sobre su cuerpo sinuoso enfundado en un corsé que llamó la atención del muchacho. Kal se detuvo, tomó aire y empuñó el bastón para conjurar, tranquilo y sin precipitaciones.

- Nahr deletur iri... Pero... ¡PERO SERÁS GUARRA! - gritó, fuera de sí.

Le habría salido bien, si esa diablesa vestida con lencería de diseño no hubiera parpadeado y tirado un beso a Lazhar, que inmediatamente se quedó quieto, mirándole el escote a la sayaad. ¡Esas uñas horribles lacadas en fucsia cerca del rostro del paladín! ¡Ese contoneo de caderas! ¡Y se lamía los labios! Lo que debía haber sido un hechizo sencillo y bien elaborado se convirtió en una lluvia de escarcha, ladrillos y latas de pargo de lodo en conserva que cayeron sobre la criatura y, consecuentemente, sobre el subyugado Lazhar, que salió de su embrujo a causa de semejante lapidación accidental.

- ¡IIIIH! ¡Te voy a sacar los ojoooos! - gritaba Kalervo, corriendo hacia la súcubo, bastón en mano.
- ¡Kevo!

Lazhar gruñó otra vez, mientras intentaba evitar que el mago histérico se pusiera en peligro, sin entender qué demonios le pasaba. El chico era un huracán de toga revuelta y cabellos ondeantes, circundado por un halo de energía picante y fresca que estallaba de vez en cuando descontroladamente, arrojando a su enemiga bolas de fuego, novas de escarcha y diversos artículos de belleza, especialmente rulos.

-¡¡Kevo, ya!!

El chico se detuvo al instante. Se escuchaba un ruido ensordecedor, como los pasos de una bestia gigantesca acercándose desde más allá de la colina. La súcubo recogió el látigo y se marchó  trotando, mirándoles de reojo con malicia y suficiencia.

- ¿Qué-es-eso?

Kalervo se dio la vuelta lentamente. Sus párpados se despegaron hasta que las puntas de las pestañas le rozaron las cejas, y su mandíbula se descolgó, componiendo una expresión de sorpresa y terror absolutos. Desolace ya era fea de por sí. No hacía falta esto también. ¿Es que el mundo no tenía compasión con él? No, no la tenía.

Ante ellos, una figura negruzca y rojiza, enorme como una casa, de alas membranosas y enormes cuernos, con pezuñas en los pies y una espada tan ancha como una pista de aterrizaje goblin les observaba con hambre.

- Uh...

Lazhar le miró de reojo y le hizo un gesto inequívoco. "Vete", le decía. Kalervo miró a Lazhar. Miró al Demonio tan Grande como una Casa. El paladín estaba plantado en el suelo y parecía dispuesto a provocar a aquel bicho infernal para que pudiera escapar, y para ser sinceros, Kalervo estaba de acuerdo con aquello. Si se quedó no fue por heroísmo, sino porque al darse la vuelta, cuatro brujos se habían reunido tras ellos con sus armas y sus esbirros y les miraban con sonrisa cruel.

- Hola, buenas tardes - saludó, sonriendo con inseguridad.

La cortesía no se demostró un vehículo demasiado útil en aquella circunstancia. Tras una batalla breve pero intensa, paladín y arcanista yacían inconscientes y eran arrastrados por el aquelarre sobre la tierra seca y polvorienta de Desolace.