viernes, 8 de abril de 2011

XXXIV - Una chispa

El joven Kalervo Alher Fel'anath cabalgaba, muy ufano, a lomos de su precioso zancudo rosa bautizado con el nombre de Purpurina. A su lado, Lazhar el Bravo, conduciendo a su destrero thalassiano de luz invocada, le estaba dando algunas indicaciones para que montar le resultara menos escabroso. Kalervo no era muy buen jinete, pero había que tener en cuenta que las amenazas y la violencia arcana ejercidas continuamente contra Purpurina provocaban que el zancudo viviera en un continuo estrés, temiendo a su amo y deseando sacárselo de encima cada vez que él se encaramaba a la silla y sujetaba las riendas. Eso concluía en el hecho de que el joven arcanista no tenía los mejores medios para sentirse seguro a lomos de un corcel, ya que el ochenta por ciento del tiempo debía concentrar sus esfuerzos en no caerse, y dejar que la montura encontrara una ruta por sí sola.

Habían atravesado uno de los portales de Dalaran hacia Entrañas, y se encontraban transitando los caminos del bosque de Argenteos.

La elección del lugar no era, desde luego, la mejor. A Kalervo le inspiraba un terror abominable aquella zona, especialmente por la noche. Y era noche de luna llena. Pero también era un buen momento para ir superando esos miedos. Teniendo al lado a Lazhar, ¿quién iba a sentirse asustado? Nadie. Escrutó la oscuridad con sus enormes ojos brillantes.

- ¿Seguro que no va a venir un lobo?

Lazhar negó con la cabeza. Le hizo una indicación para que pusiera bien los pies en los estribos, y Kalervo obedeció con dificultad.

Purpurina se encontraba tranquila y avanzaban al paso. Lazhar había conseguido calmar al halcón con unas caricias y unos roces suaves, y Kalervo le había contemplado con cara de idiota mientras le veía palmearle la grupa al pájaro. Por un momento, quiso ser el pollo. Se imaginó que, al final de ese cuello rosa y larguirucho, estaba su propia cabeza en lugar de la testa del ave, y que Lazhar le rascaba entre las plumas de las alas. Si, era una imagen un poco grotesca, pero a Kalervo le pareció maravillosamente tentadora.

"No vienen lobos. Si vienen, les damos", gesticuló Lazhar, sonriendo. Kalervo asintió. Se removió en la silla de montar. Le dolía un poco la espalda. El paladín se dio cuenta. "¿Estás cansado?"

- Un poquito - respondió el mago - ¿Podemos parar aquí al lado? Hay una casita vacía cerca del castillo.

Lazhar asintió y se dirigieron en esa dirección. La casa se encontraba en una hondonada, tras una curva sinuosa que luego se convertía en el camino hacia la Aldea Piroleña. Al este, se alzaba la colina nublada en cuya cúspide se recortaban las almenas y torreones del Castillo de Colmillo Oscuro. Era una pequeña choza de piedra con el tejado de madera, oculta entre unos cuantos árboles. Tenía dos ventanas de vidrios amarillos, y se veía a todas luces abandonada. Era un lugar difícil de encontrar si uno no conocía previamente su ubicación. Pero Kalervo ya había estado allí antes, hacía algunos años, cuando huyó de las garras de Arugal.

Ataron las monturas en los restos de una valla mohosa que perduraba junto a la vivienda. El arcanista levantó una jardinera en la que se enroscaba un espino seco y extrajo una llave. Luego descolgó un farol viejo que pendía junto a la puerta y metió el dedo entre los cristales rotos.

- Lhack - susurró a media voz.

Una llama titilante, azulada, se prendió en el interior del fanal y se quedó ahí, tremolando y saltando como una pelotita de luz variable e intermitente. Lazhar arqueó las cejas. Nunca se acostumbraría a esas cosas que estaba aprendiendo a hacer el mago. Kalervo, al ver su sorpresa, sonrió con orgullo.

- Soy muy buen estudiante.

"Ya veo"

Kalervo metió la llave en la cerradura y le franqueó la entrada a Lazhar. Utilizó un fogonazo moderado para encender las velas que sabía que reposaban en la chimenea. Una de ellas se derritió al instante, pero las otras cuatro empezaron a arder enseguida, emitiendo un alegre resplandor dorado.

La casita comprendía una sola habitación con una cama, una mesa con dos sillas, un arcón y una chimenea. Había una corona de flores azules colgando en el cabecero. Los pétalos estaban secos y ajados, algunos se habían desprendido sobre la almohada. Al lado del hogar, una cómoda de madera labrada mostraba algunos frascos de medicinas cubiertos por una gruesa capa de polvo.

Kalervo fue a sentarse sobre el arcón mientras Lazhar inspeccionaba el lugar con curiosidad.

- Estuve aquí refugiado cuando escapé del castillo - respondió, antes de que Lazhar formulase pregunta alguna - Me quedé unos días aquí dentro, escondido. Tenía mucho miedo. Tanto que no me importó el polvo ni la tos.

Lazhar le dirigió una mirada grave, con un fondo de compasión sincera que a Kalervo siempre le conmovía.

- Sabes... - continuó, observando el reflejo de las velas en los cabellos rojos - he estado pensando... en los malentendidos y las cosas que han pasado...

Tragó saliva. Lazhar acababa de inclinarse a remover los troncos apagados con el atizador, le estaba escuchando y Kalervo estaba absolutamente seguro de que no tenía ni idea de qué estaba hablando. Suspiró, extendió los dedos y encendió el fuego.

- Ruth rúnya

Lazhar parpadeó y sonrió, observando las llamas. Hay que ver lo que estaba aprendiendo el chico. Se incorporó, sacudiéndose el pantalón, y le miró con sencillez, esperando a que siguiera hablando. El joven mago retomó el hilo, intentando llegar con la mayor suavidad posible hasta lo que quería decir.

- Tú... a pesar de algunas cosas que han pasado, viniste a Dalaran - prosiguió, ladeando la cabeza y desviando la mirada. Se estaba sonrojando, y lo sabía - Viajaste tanto por mi... y me dijiste que querías estar conmigo, porque juntos todo es siempre mejor. Y... con todo lo que ya hemos... yo la verdad, me pregunto... tengo que saber si...

Kalervo se puso nervioso. Balanceó los pies sobre el arcón, suspiró, se lamió los labios y fijó la mirada en la punta de sus escarpines plateados y azules. La voz le salió en un hilillo inseguro.

- Lazhar... yo... ¿yo te gusto?

Ya está. Lo había hecho. Había hecho La Gran Pregunta, la pregunta imposible, aquella cuya respuesta no estaba seguro de querer saber, porque siempre era mejor convencerse de que no, sospechar que no, asumir que no sin necesidad de escuchar el rechazo claro y directo en su voz preciosa y grave, suave como el terciopelo, escuchar un "no" que, aunque no pudiera pronunciar, podía gesticular. Y ese sería el fin. Pero quizá... remotamente... imposiblemente, hubiera una posibilidad de un sí.

Aterrado, no se atrevía a levantar la vista. Dejó de escuchar la respiración de Lazhar y, por un impulso suicida, puede que debido a la ansiedad, alzó el rostro para mirarle. El paladín estaba pálido, mirándole con los ojos como platos. Kalervo intentó tragar saliva, pero no podía. De repente, Lazhar empezó a recuperar el color y a ponerse cada vez más rojo.

- ¡No! - respondió al fin, escandalizado.

Lo pronunció, con una "n" algo sorda y gesticulando con firmeza al mismo tiempo. Por su expresión, parecía que Kalervo acabara de proponerle arrojar bebés a un volcán en erupción o algo así. El chico se agarró al arcón, intentando no temblar. El dolor estaba destrozándole el pecho, pero se negó a dejarse arrastrar al fondo del precipicio. Al fin y al cabo, Lazhar siempre reaccionaba un poco exagerado con algunas cosas. Y Temari y los libros de amor le habían explicado muy bien que, con algunas personas, lo que se dice no siempre se corresponde con lo que uno siente. Que a veces, "no" quiere decir "sí", y que algunos simplemente son alienígenas y no hay quien les entienda.

Se apoyó en los hechos para reafirmarse. "No le gusto, pero me mira. No le gusto, pero no me ha echado de su habitación en Dalaran cuando dejé de ir a dormir a la residencia para quedarme en su cuarto. No le gusto, pero por las noches, cuando cree que duermo, viene a mi cama y me abraza para que no me levante y camine en sueños. No le gusto, pero a veces... yo siento que , que hay algo más"

- ¿Nada de nada? - insistió, aferrándose a un jirón de su convicción. - ¿Ni una chispa?

Lazhar reculó dos pasos, se chocó con la mesa y fingió que se apoyaba en ella. Negó violentamente con la cabeza.

- Dímelo, entonces. Dime que no te gusto nada de nada.

Le costó pronunciar esas palabras. El llanto ya se le anudaba en la garganta, y la convicción se le desmoronaba a cada reacción suya. Pero, ¿Qué había esperado? Al fin y al cabo, Kalervo quería comprobar si de verdad le gustaba un poco a Lazhar o todo era producto de sus esperanzas infundadas, de su confusión a la hora de comprender las motivaciones y los actos de Lazhar. El paladín era una persona buena, dulce y cariñosa que, tal vez, le estaba tomando el afecto que puede sentir un padre hacia su vástago o un hermano hacia su hermanito. Los sentimientos de Kalervo no iban, ni mucho menos, en esa dirección, y al parecer, influenciado por ellos, había malinterpretado las señales de Lazhar. Lo que él entendió como indicios de un interés romántico, sólo eran los gestos naturales de un elfo mayor hacia un elfo joven que podría ser su hijo.

"No me gustas nada de nada" gesticuló Lazhar, respirando entre los dientes apretados. Parecía que estuvieran asediándole con lanzas venenosas. Se había tensado por completo.

Y Kalervo se asustó. Su fortaleza se vino abajo y reculó, buscando una salida digna a todo aquello. Pálido y temblando, parpadeó y compuso lo que el creyó que serviría como máscara de alivio e indiferencia.

- Uf, menos mal. Qué peso me quitas de encima - dijo, alzando un poco la voz. Se secó una lágrima disimuladamente y apartó la mirada. Lazhar no tenía por qué ver cómo se moría por dentro. - Como hemos tenido algunos problemillas ultimamente, pensé que a lo mejor yo te gustaba. Y como tú a mi tampoco me gustas nada, ni una chispa, estaba preocupado. Ya sabes. Por si había algún malentendido. Porque claro, somos amigos. Y yo no quiero que nuestra amistad se estropee. Estaba realmente preocupado por eso. Pero ya no. Qué bien. Tú no me gustas y yo a tí tampoco. Qué alivio. El no amor correspondido, ¿esto se llama así? Oh, qué mas da. La verdad es que ya me siento mucho mejor, sabiéndolo.

- Kevo

Lazhar le interrumpió de repente, mirándole con honda preocupación. El arcanista, que se había embarcado en su huída verbal, no se daba cuenta de que las lágrimas le estaban corriendo por las mejillas, de que estaba temblando y blanco como la cera. Se sentía enfermo, eso sí. Se secó la humedad de las mejillas rápidamente con las mangas.

- Ay. No, no es lo que parece - explicó, forzando y retorciendo una sonrisa - Lloro de alivio.

Lazhar ensombreció el semblante. De pronto empezó a gesticular lentamente, deshizo un par de amagos y fijó la vista en otra parte.

"A lo mejor sí me gustas", signó, por fin. Y luego añadió rápidamente: "Una chispa"

Kalervo leyó cada palabra, frunció el ceño, le miró a los ojos. ¿Lo habría entendido bien? ¿Estaba diciendo eso de verdad?

- ¿Te gusto? - repitió, en un susurro incrédulo.

Lazhar resopló, volvió el rostro hacia el otro lado y volvió a repetir.

"Sólo una chispa"

- Pero, ¿una chispa grande o pequeña?

"Pequeña"

Kalervo sonrió. Las fuerzas perdidas volvieron a él, recuperó el color y los ojos empezaron a brillarle fuertemente. Su corazón dejó de temblar y se distendió de felicidad. Tenía ganas de saltar y bailar, pero se limitó a levantarse y sacudirse la toga. "Legustolegustolegustolegustoooooooooo", pensaba, y lo cantaba en su cabeza.

- Perdona... he mentido antes - admitió, borrando la sonrisa - Tu a mi me gustas mucho. Muchísimo. Más que una chispa. Pero yo me conformo con eso.

Lazhar tomó aire y lo exhaló con cierto alivio. Luego observó a Kalervo. El arcanista descifró en su semblante que seguía preocupado, y que se preguntaba si Kalervo estaba bien o sufría porque Lazhar no le correspondía del todo. A modo de respuesta a esa pregunta no formulada, el mago señaló la chimenea.

- Sólo hace falta una chispa para encender una hoguera. Y con una hoguera puede provocarse un incendio.

Fijó la mirada en los ojos grises de Lazhar y los dejó ahí. Kalervo era muy tímido, pero lo que sentía era tan fuerte y tan violento que, aunque se sonrojaba como un niño y se le cortaba el aire en la garganta, no podía negarse impulsos tan sencillos como el de mirarle a los ojos, los preciosos ojos grises y bondadosos de Lazhar, que le habían devuelto la vida tanto como su sonrisa. "Cielos, soy un colado de nivel máximo".

Recuperó la compostura, carraspeó y recogió el fanal del suelo.

- Ya no estoy cansado. Podemos seguir.

Cruzó frente al paladín, abrió la puerta y salió al exterior.

Antes de seguirle, Lazhar volvió la vista hacia el fuego un momento. Sacó la cantimplora para apagarlo. Kalervo, que ya estaba entonces desatando su montura, no pudo ver la expresión de terrible tribulación que lucía el paladín cuando arrojó el agua sobre los troncos en llamas.