sábado, 4 de septiembre de 2010

XIV - ¡Temari al rescate!

Imaginaos qué es lo peor que os puede suceder en un paraje desierto, de tierra quebradiza y gris, donde sólo hay piedras, buitres, kodos paseándose y demonios de la legión preparando una fiesta de antiguos alumnos, o algo parecido. Si creéis que la peor opción es pisar una caca de kodo, o mas bien caerse dentro de una, temo que el joven arcanista Kalervo Alher Fel'anath no estaría de acuerdo con eso.

Hubiera preferido mil veces encontrarse sumergido en boñiga a recobrar la consciencia y verse donde se vio. Estaba atado en una piedra, con la toga desgarrada, apoyada la espalda sobre algo duro, caliente y vivo que olía a sangre, metal y furia.

- Esto no puede estar pasando... - gimoteó, intentando enfocar la vista. Le escocía mucho el torso. Recordaba que una de aquellas marujas infernales le había dado un latigazo y una bofetada, quizá aquella que se paseaba dando vueltas alrededor del altar improvisado.

Un gruñido iracundo le respondió desde detrás.

- ¡Kevo! ¿Bie?

Se le iluminaron los ojos un instante. Aquello que tironeaba de las cadenas y se removía tras de sí desesperadamente era Lazhar. El alivio le inundó por un momento.

- ¡Laz! Estoy bien, estoy bien. Bueno no, tengo miedo, pero estoy bien.
- Ya.

Había sonado tranquilizador. "Todo irá bien, vamos a salir de ésta", tradujo mentalmente. Sin embargo, no parecía que nada pudiera salir bien. Escuchó la risa de la espantosa diablesa y el chasquido del látigo, sintió contraerse el enorme cuerpo en contacto con el suyo cuando Lazhar recibió el golpe.

- ¡¡Basta!! ¡¡No hagas eso!! - exclamó, contrayéndose como si le hubiera dolido a él.





Una risilla insidiosa fue la única respuesta.

- El maestro ya viene. Preparaos y temblad.
- ¡Groaaar! - ese era el paladín, violento y furioso como un volcán encadenado.

La sayaad se marchó, desapareciendo entre las nubes polvorientas, y Kalervo suspiró, mientras las lágrimas le rodaban por las mejillas. Olía a sangre, y sabía que no era sólo la suya. Habían golpeado a Lazhar, estaban encadenados y seguro que iban a hacerles cosas terribles. No lo podía permitir, pero ¿Qué podía hacer él? No sabía deshacer cadenas. Sí que sabía utilizar la traslación, pero no pensaba marcharse, no esta vez. Mientras su compañero intentaba liberarse y liberarles sin éxito, se recostó sobre su anatomía ardiente, con la certeza de la muerte terrible, o algo peor que eso, pendiendo sobre su alma.

"Al menos, no estoy solo. Al menos, estamos juntos". Cerró los ojos, tragando saliva. Ojalá hubiera podido despedirse de mamá. Ojalá estuviera mejor vestido, para abandonar este mundo con estilo. A través de los jirones de la túnica destrozada, se concentró en sentir la abrasadora calidez de la piel del paladín, el tacto rudo de su espalda curtida, las puntas de los largos cabellos rojos, ásperos, que le cosquilleaban en los hombros y el cuello. Tomó aire, queriendo llenarse de su olor, y ladeó el rostro, con la mirada perdida entre las nubes de polvo. A lo lejos, la tremenda figura del demonio grande como una casa se dibujaba, avanzando a algunas leguas de su posición, en una trayectoria que sólo podía acabar en un punto: la piedra en la que estaban encadenados.

Apretó los labios y contuvo un sollozo.

- Lazhar...

Casi no podía escuchar su propia voz, tan débil sonó aquella llamada. El elfo no dejaba de agitarse. De cuando en cuando, estallaba la luz a su alrededor, consagrando el lugar y provocando un picor en parte agradable en los poros erizados del muchacho. Buscó sus dedos con los suyos. "Al menos no estoy solo, al menos estamos juntos".

- Lazhar...yo...

Intentó buscar las palabras, escogerlas bien. Iban a ser las últimas que diría en su vida, quizá por eso le resultaba tan complicado ser específico. Lo que fuera que tenía dentro no había tenido tiempo de crecer del todo, era como una flor encerrada en su capullo, a punto de abrirse pero aún demasiado tierna. Contuvo un nuevo sollozo y abrió los labios, cerrando los ojos.

- Yo... creo que...

Y entonces, el fuego.

Un demonio cercano, uno de esos chuchos con tentáculos, salió despedido envuelto en llamas. Kalervo entrecerró los ojos, mirando a través de las volutas grisáceas, sin ser capaz de comprender lo que sucedía. Una a una, las criaturas infernales volaron por los aires como meteoros flamígeros, y finalmente, ante su asombrado rostro, apareció Temari, con el bastón en la mano y un ascua de fuego girando en torno a sus dedos alzados, el cabello rubio ondeando en la brisa y la toga perfecta sacudiéndose a cada paso seguro de sus pies.

- ¡Largaos de aquí, bestias abisales! - exclamó, arrojando una nueva llamarada sobre un brujo que corría hacia ella.

- ¡Temari!

Lazhar dio un respingo.

La chica corrió, quitando de enmedio de un bastonazo en la nuca a un pequeño cachorro de manáfago, que se alejó aullando con el rabo entre las piernas. Llegó hasta ellos en un abrir y cerrar de ojos y esbozó una sonrisa pagada de sí misma.

- Pero bueno, ¿Qué coño hacéis aquí, chicos? - preguntó, rebuscando uno de sus útiles de ingeniería en la faltriquera.
- Tomar baños de sol, ¿Qué crees? - replicó el mago, repentinamente ansioso. Estaban salvados. - Nos van a dar de comer a ese demonio.

Lazhar sacudió la cabeza en una negativa rotunda. No, claro. Eso no iba a pasar.

- Vale, voy a abrir esto y vamos a patearles el culo a esos desgraciados hijos de mala madre, ¿eh?. Madre mía, Lazhar, ¿Pero qué te han hecho? En cuanto salgamos de aquí echaré un vistazo a esas heridas.

La bella piromante actuó con diligencia y rapidez, desatornillando las bisagras de los grilletes hasta que las manos de ambos estuvieron liberadas. Lazhar les agarró a ambos del brazo y echaron a correr, lejos de aquel altar grotesco y de los infernales pobladores del Aquelarre Mannoroth.

- Gracias Tem - resolló Kalervo, mientras corría intentando mantener el paso de sus compañeros.
- De nada, chicos - sonrió ella, girándose de vez en cuando para hacer reventar la cabeza de algún brujo en fogonazos repentinos - ya me invitaréis a una copa un día de estos.

Después, su risa desabrida resonó, casi jubilosa, arrancándole una sonrisa al chico. Kalervo no tenía grandes estructuras morales, y puede que fuera incapaz de distinguir el bien del mal en ocasiones, tal vez no destacara por su altruismo y valor. Pero tenía muy buena memoria. Aquel día, Temari le salvó la vida a él y le salvó la vida a Lazhar, y Kalervo Alher Fel'anath, aprendiz de arcanista y estudiante del Kirin Tor, no lo olvidaría nunca.

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