jueves, 16 de diciembre de 2010

XXXIII - Pídeselo a una estrella

Aún brillaban las estrellas de colores, aún había muérdago aquí y allá. Las fiestas de invierno estaban en todo su esplendor, y Dalaran resplandecía, a pesar de las guerras y de los problemas que asolaban constantemente el mundo de Azeroth. Kalervo Alher Fel'anath, con su toga y su bufanda, caminaba tranquilamente por la calle, de camino a la Academia de nuevo.

Luces, cascabeles y canciones. Aquellas fechas siempre le despertaban una explosión de júbilo en su corazón, que este año era corazón de colado y se encontraba algo pachucho. Pero el joven arcanista, aunque quisiera comportarse de manera apropiada a su situación, es decir, sentándose junto a una ventana mientras afuera llueve y deshojando flores, exhalando suspiros de amor no correspondido y, más adelante, llorando a moco tendido, era incapaz de hacerlo. ¡Qué extraño era todo! Había estado muy triste, sí, pero la llamita cálida que tenía dentro no había llegado a apagarse. Él, que siempre había sido un experto en rendirse y en tirar la toalla, en esconderse y en huir asustado de las cosas que no le gustaban siempre que no podía romperlas o borrarlas, ahora no era capaz de no ser capaz de sonreir, a pesar de todo.

Eran las fiestas de invierno. La ciudad estaba preciosa. Y aunque las cosas hubieran ido muy mal, Lazhar le había enviado una nota, en la que le pedía perdón y le decía que tenía sus cosas. Aunque su sueño romántico de Festival de Invierno no hubiera resultado como esperaba, seguían siendo las fechas mágicas. Había magia. En aquella época, Kalervo lo sabía bien, más que nunca.

Con su bolsa de la tienda de zapatos, se paró delante de un árbol adornado con luces. Una estrella dorada brillaba, luminosa, arriba del todo. Cerró los ojos fuertemente y pidió su deseo.

Cuando abrió los párpados, la calle seguía llena de gente. Un orco en un mamut le empujó y le hizo tambalearse hacia el árbol, recibiendo una mirada asesina del elfo en premio a su falta de modales.

- He gastado mi deseo en Lazhar, ahora espero que merezca la pena. Si no, habría pedido que desapareciera una poca gente molesta del mundo - murmuró para sí, arrugando los morritos y recuperando su paso ligero a lo largo de la calle ancha.

Pronto obtuvo su respuesta.

Se paró en seco, abriendo mucho los ojos y sintiendo que el corazón se le paraba en el pecho. Miró al cielo. "¡Gracias, gracias, estrella de invierno, por actuar tan deprisa!", pensó, empujando el aire hacia sus pulmones y sintiendo que le flaqueaban las piernas. Se le hizo un nudo en la garganta y le temblaron las manos, mientras sus sentimientos se debatían entre las ganas de llorar y las ganas de dar locos saltos de alegría.

Porque aquel perfil que se recortaba a pocos metros, en la puerta del Salón Juego de Manos, era inconfundible. Cabellos rojos como el fuego, mal cortados y revueltos, nariz recta y mandíbula poderosa, barba pelirroja que necesitaba un afeitado urgente y dos ojos grises que miraban alrededor, como si buscaran a alguien.

- Ay mami - murmuró el chico, agarrándose al arbolito - Ay mami.

No le dio tiempo a componer una expresión más digna que la de sorpresa absoluta, y así fue como le vio Lazhar cuando sorprendió su figura medio oculta por el árbol decorado. Y si Kalervo hubiera tenido otros planes al respecto, como salir huyendo o fingir con convicción ser otra persona, cuando los labios de Lazhar se curvaron y aquella sonrisa ancha y espléndida brilló con más fuerza que las luces de las fiestas, toda otra pretensión se convirtió en humo. Salió de su tonto escondite y avanzó, incapaz de resistirse a aquella luz, devorando la distancia que le separaba del paladín.

Otro transeúnte volvió a empujarle, y esta vez, Kalervo respondió con un furioso codazo. ¡Nadie iba a impedirle reunirse con su amor!

- ¡Lazhar! - exclamó, perplejo, al llegar frente a él.

El sonriente pelirrojo agitó la mano. Tenía la expresión más genuinamente alegre que le había visto en mucho tiempo.

- Kevo

- ¿Qué haces aquí? ¿Cómo has... qué... cómo, cuándo?

Sin esperar a que respondiera, soltó la bolsa de la zapatería y le echó los brazos a la cintura, abrazándole con fuerza y conteniendo la inmensa alegría y las ganas de llorar. La risa suave de Lazhar le acarició los oídos. El mundo daba vueltas. Y sus tripas parecían haberse vuelto del revés. ¡Había sucedido! La estrella le había escuchado, y aunque Lazhar no le quisiera, al menos no como él lo hacía, estaba allí. Y eso era lo más maravilloso del mundo.

- Ya, ya - la manaza de Lazhar le palmeó la espalda con suavidad - Mi pie. Kevo. Mi pie.
- Uy

Kalervo dio un salto hacia atrás y miró hacia abajo. No se había dado cuenta hasta entonces que Lazhar tenía una pierna vendada y se apoyaba en un bastón. La sorpresa y la emoción dieron paso a la preocupación.

- ¡Pero qué te ha pasado! - exclamó.

El paladín frunció el ceño, desvió la mirada con cara de circunstancias y le hizo un gesto hacia el Salón Juego de Manos, gesticulando con la derecha.

"Te cuento. Te estaba buscando. Dalaran muy grande"

- Sí, sí, claro, vamos a entrar. ¡Pero estás herido!

Kalervo siguió a Lazhar al interior de la posada, sin poder disipar la sorpresa y la gran felicidad de aquel reencuentro. Una vez dentro, cuando leyó en las manos de Lazhar la historia de cómo había recorrido Rasganorte a caballo para llegar a Dalaran mientras comían en una de las pequeñas mesas de cristal, a aquellas sensaciones se les unió la culpa.

- ¡Pero estás loco! ¿Cómo has hecho algo así? Podía haberte sucedido algo terrible, Lazhar. Rasganorte es muy peligroso. ¡Debiste pedir a un mago que te hiciera un portal, si querías venir!

Lazhar se encogió de hombros, no se le había borrado la sonrisa.

"El mago que conozco no estaba"

Kalervo suspiró y agachó las orejas, apoyando la cara entre las manos y sorbiendo su zumo azul por una pajita rosa y enroscada. Lazhar había viajado hasta Dalaran por él. A pie. Bueno, en un caballo. Para ir a buscarle. Meneó la cabeza, pensativo.

- ¿Por qué has venido? - se atrevió a preguntar. Alzó la mirada hacia él, con un brillo de esperanza en la mirada.

Lazhar sin embargo, apretó los labios, frunció el ceño y gesticuló, muy serio, sujetando un muslo de pollo con la otra mano.

"Hice una promesa. No voy a romper"

Kalervo negó con la cabeza.

- No quiero que te quedes conmigo vaya donde vaya porque hiciste una promesa.

El paladín arqueó la ceja, masticando. Le observaba como si quisiera entenderle y no lo consiguiera, pero para Kalervo era lógico y sencillo. ¡Estaba enamoradísimo de Lazhar! Le quería. Y no le gustaba la idea de que él permaneciese a su lado por no desdecirse de sus palabras, y aunque en su corazón sabía que no se trataba sólo de eso, de no romper la palabra dada, para él no era suficiente. Kalervo era empírico. No le bastaba con tener impresiones, necesitaba oírlo. Más bien, leerlo en sus manos.

- Yo ahora me voy a quedar en Dalaran, Lazhar. Estoy estudiando mucho para ser un buen mago - dijo, tratando de sonar decidido - Saldré por los portales para seguir buscando una manera de curarme las pesadillas y la enfermedad.

"Yo contigo", signó el pelirrojo con toda naturalidad.

- No quiero que te quedes sólo porque prometiste.

Lazhar dejó de masticar y le miró, meneando la cabeza. Luego se inclinó sobre la mesa, y moviendo los dedos de la mano izquierda, le dio a Kalervo la chispa que necesitaba. Lo único que necesitaba, en realidad, para sentirse seguro y capaz de cualquier cosa.

"No sólo promesa. Quiero estar contigo. Juntos siempre mejor todo"

Kalervo parpadeó y se quedó mirándole la mano. Su corazón volaba en un trineo con cascabeles, tirado por renos de nariz roja. Los dedos de Lazhar siguieron dando forma a sus palabras. El paladín había dejado de comer y le miraba con seria gravedad.

"Te hice llorar. No sé que pasó. Te hice daño y no quería. Espero me perdones. Siento mucho haberme portado así. Lo que hice. Y sobre todo haberte herido".

Kalervo asintió, negó y volvió a asentir.

- Te perdono, te perdono, ya te he perdonado. No me fui por castigarte... - tragó saliva, sin saber cómo explicar las cosas en aquel momento.

"Siento mucho todo"

Kalervo dio un sorbo a su pajita y miró al enorme y apuesto elfo a través de las espesas pestañas. Lazhar parecía seriamente arrepentido, y si bien eso era como un bálsamo para él que borraba todos los fantasmas, era consciente de que, en una parte, el pelirrojo estaba muy equivocado. En su carta le había escrito cosas muy turbias sobre que se había aprovechado de él y otras tonterías que Kalervo no conseguía entender. Y aquellas disculpas que ahora le dirigía, no eran sólo por haberse marchado de la habitación, no. No eran por eso ni por la reacción de Kalervo, también se disculpaba por haberle besado como lo hizo.

Y sin poder evitarlo, el joven arcanista Kalervo Alher Fel'anath parpadeó afectadamente y esbozó una sonrisilla equívoca, mirando hacia otra parte con cierta timidez, mientras sentía el calor subir a sus mejillas.

- Ya te perdoné. Pero yo no lo siento por todo.

Cuando dijo aquello, la expresión entre embobada y sorprendida de Lazhar le resultaron completamente fuera de lugar. Si hubiera sabido a qué se debía, probablemente Kalervo se hubiera sentido halagado. Pero en aquella sala no había espejos. Kalervo no podía verse, así que no era consciente de que en ese momento no tenía nada que envidiarle a una corista seductora, con las piernas cruzadas y la pose lánguida, el pestañeo coqueto y los labios brillantes de zumo.

Para él, el mundo era mucho más sencillo. Las cosas sucedían de manera sorprendente, y aquel día, la estrella de invierno le había concedido su deseo. No pensaba desaprovecharlo.

Puede que sus planes de pescar a Lazhar con muérdago al principio de las fiestas no hubieran salido bien, pero el paladín estaba allí, había venido por él. Y ese era un buen motivo para mantener la esperanza y seguir alimentando el fuego.

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