sábado, 4 de septiembre de 2010

XXV - Quizá sí

Una gaviota cruzó el cielo, una flecha blanca atravesando el azul puro, inmaculado. Su reflejo estalló en una ola de espuma que rompía en la playa cercana, quebrándose en cientos de gotas cristalinas. El chico entrecerró los ojos, las pestañas negrísimas, larguísimas, espesísimas, curvadas como un marco de cortinas de terciopelo azabache alrededor del destello turquesa de la mirada.

Le gustaba el mar. Suspiró, pasándose de nuevo el cepillo por la larga melena.

La Aldea Cazasombras no era demasiado grande. Las chozas de madera y adobe se apiñaban a lo largo de un par de caminos de tierra húmeda y los adornos de huesos, conchas y brillantes piedras que los trols Lanza Negra utilizaban como fetiches para espantar a los malos espíritus entrechocaban entre sí en la brisa cálida y pintada de sal. En el muelle de madera crujiente, Kalervo Alher Fel'anath, vestido con una toga azul pálido sin cinturón, descalzo sobre las tablas, se peinaba los cabellos, con la mirada navegando entre el océano y la orilla, allí en la lejanía, donde Lazhar estaba limpiando las armas y la armadura.

Su rostro no mostraba ninguna sonrisa en esta ocasión, sino la nostalgia grave de aquellos que esperan en vano, de los soñadores resignados a soñar. Estaba sumido en sus pensamientos cuando Temari se acercó con pasos ágiles y alegres.

- Kale, ¿me prestas ese jabón para el pelo, el de la fragancia de rosas?

El chico torció la boca en un gesto de hastío. Ya estaba ella allí, destrozándole también ese momento con su presencia. Rebuscó en la bolsa y le tendió el estuche de los jabones, sin mirarla.

- Ohm, gracias.

Últimamente, estaba en todas partes. Estaba siempre con ellos, fueran a donde fuesen, hicieran lo que hiciesen. Ella, la chica, la bonita, la rubia, la atrevida, la simpática, la perfecta. No quería ser injusto, Temari era genial y le caía bien. Divertida, buena hechicera y digna de admiración. Era sólo que no podía evitar tenerle envidia.

- ¿Todo bien?
- Claro - respondió el chico al fin. - Todo genial.
- Pareces deprimido.
- Será impresión tuya.

Él la miraba tanto... a veces, los ojos grises y gentiles se entretenían observando descaradamente los escotes de encaje de la bella elfa como si fuera el péndulo de un hipnotizador, lo cual a Kalervo le parecía de una estupidez encantadora, al tiempo que le despertaba un picor, una extraña comezón en el fondo del estómago y un nudo muy flojito en la garganta. Mientras tanto, Kalervo, desde su lugar observaba y anhelaba, consciente de estar presa de un sueño platónico e inalcanzable. Esas miradas nunca se dirigirían a él, el chico, no esas.

- Kale...

Temari le caía bien. Era una buena chica, se portaba bien con él, le trataba con simpatía. Se habían hecho algo así como amigos, porque compartían los artículos de higiene y belleza, como en aquel momento, y eso quería decir algo. Kalervo no le prestaba el jabón a cualquiera. Solo que a veces, sus propios sentimientos hacían que resultara un poco duro estar con ella. Trataba de disimularlo.

La miró de reojo. Estaba guapísima, como siempre, envuelta en una toalla roja y con el cabello dorado ondeando al sol, que le arrancaba destellos cobrizos. Temari le devolvió la mirada y luego observó a Lazhar en la lejanía, luego le miró a él. Y apretó los labios. Kalervo bajó la cabeza e hizo de tripas corazón, tragando saliva y encogiéndose de hombros. Obviamente, Temari se había dado cuenta. Ella no tenía un pelo de tonta, y el arcanista, para qué engañarnos, era un completo negado para disimular sus sentimientos, por mucho que lo intentase.

- No es nada, ya se me pasará.

Se dio la vuelta, sintiéndose invisible, para regresar a la aldea, pero los dedos de la muchacha le detuvieron, sujetándole por el brazo.

- Espera, joder. Espera - le volteó, obligándole a mirarla. - ¿Tanto te gusta?

El chico se ató el cabello a un lado, esbozando una sonrisa amarga y parpadeó, moviendo la cabeza hacia los lados ligeramente al hablar.

- Me dan náuseas cuando nos encontramos de improviso al ir a cruzar una puerta. Si me roza, me mareo. Me tiemblan las manos cuando dice mi nombre. No sé, no tengo ni idea de lo que es esto, si me gusta mucho o poco o si así es como son estas cosas, Temari.

Le había temblado un poco la voz, a pesar de la sonrisa que se esforzaba en mantener. La muchacha le miraba a los ojos y finalmente resopló, chasqueando la lengua.

- Kale, estás colado.
- ¿Qué? ¿Qué es eso?
- Lo que te pasa - insistió ella, arreglándole el flequillo con los dedos. - Que estás colado, coladísimo. Pero olvida esa cara larga, no tienes por qué sentirte mal, estas cosas son... bueno, a veces son bonitas.

Luego sonrió. Kalervo le apartó la mano, meneando la cabeza.

- No, tú no lo entiendes. No tengo nada que hacer.

Temari frunció el ceño y se puso las manos en las caderas, decidida.

- ¿Ah no? ¿Y se puede saber por qué?
- Es... es así, Tem, no es para mí, no... - tartamudeó, suspirando. El corazón le latía muy rápido y el nudo en la garganta apretaba un poco más. - Da igual que sea un colado. A Lazhar no... él no... a él le gustan las chicas - soltó al fin. - SOLO las chicas.

Temari se apartó un mechón de pelo del rostro y arqueó la ceja.

- ¿Y cómo lo sabes?
- Me lo ha dicho. Me lo dijo, vaya. Creo. Una vez.
- Cuéntamelo.

Ella le hizo un gesto y se sentó en el muelle, robándole el peine con descaro y pasándoselo por las finas hebras rubias. Kale le dejó hacer y se sentó delicadamente a su lado. Los trols que limpiaban el pescado miraban a la chica con poco disimulo, y algunos peces de brillante estela cruzaban el agua bajo los pies de ambos, los de Temari cruzados con elegancia a unos metros del mar, los de Kalervo, balanceándose como los de un niño en un columpio. Empezó a hablar en voz bajita, con cierto alivio.

- Fue en el Refugio Roca del Sol... le pregunté si tenía novia... me dio a entender que ahora no, pero que había tenido - dijo, con timidez. - Luego me preguntó él a mí. Le expliqué lo que pasa conmigo, que a mi las chicas no... pues... eso.
- Que te gustan los chicos, sólo los chicos.
- Sí.

Ella lo dijo con toda naturalidad. Escucharlo de aquella manera en sus labios le resultó agradable. Normal. Retomó la narración con más ánimos.

- Él me dijo que si tenía novio y le dije que no. Creo que le pregunté, y me aseveró que los muchachos no le atraen.
- ¿Ha estado con alguno?

Kalervo parpadeó, se sonrojó un poco y miró a Temari, algo escandalizado.

- No. Es decir, no me lo ha dicho pero según él, tuvo tres o cuatro novias. No dijo nada de chicos.
- Bien - asintió ella, entrecerrando los ojos. Parecía estar analizando la situación sin dramatismos. - En ese caso, no está todo perdido. No tienes motivos para rendirte.
- ¿Qué quieres decir?

La muchacha dejó el peine y le cogió las manos, mirándole con vehemencia. Sus ojos verdes brillaban con intensidad.

- Quiero decir que puede que le gustes.
- Imposible - negó él, bajando la cabeza.
- No es imposible.
- Eso no puede ser, Tem.
- Quizá sí. Nunca ha estado con ningún chico, así que, realmente, no puede saber si le gustan o no.
- Querida, no te ofendas, pero yo no necesito estar con ninguna chica para saber que no es mi opción en el menú. No tengo que probar la caca para comprobar si su sabor me agrada.
- ... ¿Estás llamándome caca?
- ¡No, no! - negó de inmediato - No quería decir eso. Fue un mal símil.

Ella arqueó la ceja, meneó la cabeza y continuó.

- Lo que quiero que entiendas es que no lo has intentado. ¿Él te ha rechazado?
- Pues... no, no literalmente. Tampoco le he dicho nada.
- ¿Entonces por qué te deprimes?

Kalervo suspiró y pestañeó repetidamente, bajando la mirada hacia las manos de ambos.

- No sé si quiero luchar. Me asusta un poco esto que me pasa, lo del colado. Quizá sería mejor olvidarme.
- Kale... la cara que tenías cuando he venido, esa manera de suspirar y la expresión de tus ojos cuando hablas de esto... no creo que vayas a olvidarle, ni aunque quieras. Estás colado, corazón. Asúmelo. Sólo puedes hacer dos cosas, sufrir en vano o al menos intentarlo.

El arcanista pensó un instante en sus opciones. Dioses. Eso de ser un colado parecía algo terrible. Desde luego, los síntomas eran alarmantes, pero lo único que tenía claro es que mataría o moriría por conseguir que el apuesto paladín le mirase una sola vez como en sus sueños lo hacía, como narraban en los libros, con "los ojos anegados de pasión ardiente" o siendo "ventanas abiertas que reflejaban el remolino de sentimientos que su imagen le provocaba". No tenía muy claro qué clase de miradas eran esas, pero sospechaba que si algún día le miraban así, se daría cuenta.

- ¿Tú crees?

Ella sonrió y le estrechó los dedos.

- El "no", ya lo tienes. ¿Qué puedes perder?

Visto así, casi parecía fácil. Luego parpadeó y se frotó la nariz, mirándola directamente.

- ¿Y qué hay de tí? A tí también te gusta.
- ¡No! - exclamó ella. Luego bajó la voz, con una sonrisa inmediata, aunque el chico ya había captado su expresión de alarma anterior. "Lo sabía". - No, tranquilo. A mi no me gusta, demasiado mayor. Yo te apoyaré. Y si sale mal, podrás venir a llorar en mi hombro y a que pongamos verdes a los chicos.

Kalervo no pudo evitar contagiarse de su risa maliciosa y chocó la mano cuando ella la levantó, ofreciéndosela.

- Vale. Lo intentaré.
- Genial, así me gusta. Tú vales mucho - le guiñó el ojo y abrió el estuche de los jabones. - ¿Nos hacemos las uñas cuando me lave el pelo?
- Claro.

Siguieron charlando hasta que llegó el atardecer. El ánimo de Kalervo volvió a ser el de antes al poco rato, y su risa infantil y contagiosa volvió a escucharse en la aldea, porque cuando un sol ardiente consigue abrirse paso entre las nubes de la tristeza, ninguna flor, por pálida que sea, puede evitar abrirse para recibir sus rayos revitalizantes. Y a la luz de ese sol, Kalervo comprendió que, si había esperanza para sanar, esperanza para vivir y esperanza para llegar a ser lo que quería ser, ¿Por qué no iba a haberla para amar? No es que fuera muy probable. Todos sus cálculos indicaban lo contrario.

Pero la esperanza le daba un quizá, y podía agarrarse a él todo el tiempo que durase en pie.

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