jueves, 31 de diciembre de 2009

XII - Una historia de terror

Cuando el joven magistrado y ahora aprendiz de arcanista Kalervo Alher Fel'anath era un niño, le gustaba mucho leer cuentos. También escucharlos de los labios de su madre, la dulce y sobreprotectora Lady Alystrea, antes de dormir. Sus cuentos favoritos, como el lector ya debería saber, eran los de aventuras y los de amor, porque el sensible y emocional Kalervín de entonces, al igual que el de ahora, solía asustarse mucho con las historias de terror. Ahora, sin embargo, entre la febril neblina de la consciencia, le parecía estar viviendo en uno.

Encerrado desnudo en la húmeda celda, aguardaba el paso de los días y las noches, sollozando a solas, mientras los castillos de arena que construía en su imaginación se venían abajo con el discurrir del tiempo. "Buscaré un modo de escapar", así se llamaba el primero. Infructuosamente, lo buscó, tratando de empujar piedras inamovibles, de colar hechizos arcanos en la cerradura de la puerta que sólo hacían enfadar más a los guardias, incluso intentando incendiar la paja que, húmeda, nunca llegaba a prender. "Pediré socorro por el ventanuco", se llamaba el segundo. Pero desde la breve oquedad enrejada, sólo podía ver una vasta extensión de praderas y colinas verdes, donde los osos rugían y los lobos aullaban. Lejanos. Demasiado lejanos, al otro lado del mar. Pues la torre se encontraba en una isla, y nadie podía escuchar sus gritos de auxilio, sólo el mar, el viento y las gaviotas. "Lazhar vendrá a salvarme", fue su última esperanza. Que nunca llegó a derruirse del todo, y que de alguna manera, le proporcionó la fortaleza suficiente para mantenerse firme, al menos espiritualmente.

- Lazhar vendrá a salvarme - estaba repitiendo, febril y sudoroso, con el cuerpecillo aovillado en un rincón y la voz temblorosa. Al menos escuchar su propia voz le recordaba que seguía vivo, que era real, mas allá de la bruma de la enfermedad que le provocaba náuseas muy reales, le ardía en la sangre y le hacía vomitar pura bilis. - Lazhar vendrá a salvarme... se dará cuenta... de que no estoy... también el Señor Ysbald... se darán cuenta... me buscarán... vendrán a salvarme... me buscarán... me encontrarán... Lazhar vendrá a salvarme... me curará con la Luz... me dirá que he sido muy valiente...

Un acceso de tos que le desgarró los pulmones le hizo callar. Tosió, convulsionando sobre las losas, y lloró amargas lágrimas al ver la sangre que manchaba, con cinco gotas en forma de estrella, el suelo de su prisión.

- Nadie va a venir, Alher. - Replicó la voz suave, casi dulce, engañosa como un escorpión, del Archimago Arugal, que le observaba desde detrás de las rejas. Levantó los ojos turbios hacia él, empañados de lágrimas. ¿Era real? ¿Era sólo una imagen? ¿Era un sueño? Nunca llegó a saberlo. Pero sus palabras no las olvidó jamás.

- Nadie vendrá a por ti. Estás completamente solo... esto es lo único que tienes. Y ahora me perteneces, para siempre. - dijo la pesadilla de Arugal, sacando la mano de las mangas de la toga, entre la penumbra de los mortecinos cirios, y mostrándole dos viales. Uno amarillento, otro anaranjado. - En mi mano está todo, tu presente y tu futuro. Te he dado una bendición... un motivo para tus estúpidos lloriqueos, una razón para tu tonta cobardía. ¿No te sientes morir?

Kalervo se estremeció, tosiendo de nuevo. Esta vez, la virulenta bocanada de sangre le inundó la boca, haciéndole abrir los ojos como platos y temblar, sobrecogido por un violento dolor. El líquido rojo le supo metálico sobre la lengua apelmazada, se derramó en el suelo húmedo, reluciendo con demasiado realismo ante su mirada vacía, perdida. Arugal le observaba, las guadañas de sus ojos, heladas, le atravesaban, haciendo patentes aquellas palabras de condena. Sí. Se sentía morir.

- Así es, gusano - la voz del archimago, suave, casi paternal. - Te sientes morir porque te estás muriendo. Cada día te entrego la muerte, cada noche te entrego la vida.

La puerta enrejada giró sobre las bisagras y los ojos entrecerrados, arrasados en lágrimas del joven Kalervo, se fijaron ausentes en los pliegues de la negra toga con bordados de runas de plata. El brazo de Arugal le incorporó a medias, sin encontrar resistencia alguna. Sintió que sus huesos se clavaban en la carne del mago cuando alzó su liviano peso y el tacto cristalino del vial despertó el frío en sus labios.

- Aquí tienes tu vida, una noche más. Mañana volveré a traerte la muerte, hasta que aceptes a quién has de servir.

"Vendrán a rescatarme", se dijo una vez más, tragando el espeso líquido. Sabía a hierbas y a algo engañosamente dulce, y al engullirlo una explosión de calor ardió en sus entrañas, haciéndole apretar los dientes y tensarse por completo.

Kalervo pasaba mucho miedo cuando le contaban historias de terror. Ahora, cuando su vida se había convertido en una, cuando el miedo era su estado natural y la locura acechaba a cada lento segundo, ni siquiera asustarse tenía sentido.

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