jueves, 31 de diciembre de 2009

X - Trabajo a tiempo completo

Los renegados son gente muy especial. Kalervo había podido darse cuenta de ello a la perfección durante los últimos tiempos, ah, sí. El pueblo de la Dama Sylvannas no era simpático, de acuerdo, y tampoco especialmente agradable a la vista. Sin embargo, la no - muerte había hecho de ellos personas con una serie de características comunes que no le parecían del todo censurables. Una de ellas era su carácter en extremo vengativo. Eso ofrecía múltiples oportunidades de negocio, sin lugar a dudas. De cuando en cuando podía conseguir pequeños trabajillos entre el noble pueblo de la vieja Lordaeron, consistentes en su mayor parte en robar viejos tesoros que les habían sido expoliados tras su muerte, vengarse de viejos enemigos y, no menos interesante, utilizar toda clase de potingues mortales contra los humanos.

Kalervo era demasiado sencillo en sus conclusiones como para darse cuenta de la soterrada envidia de la vida, el rencor y la ira malévola que poblaba la mayoría de los marchitos corazones de aquella gente, y si se daba cuenta, no prestaba demasiada atención a ello. Casi todos tenían cuentas pendientes en su no muerte, y eso era conveniente. Significaba que no era complicado encontrar encarguitos para Lazhar en esa tierra.

Lo que no esperaba y abrazó con entusiasmo, fue la propuesta de aquel renegado ciego tan extraño llamado Ysbald, quien, educado y cortés, les ofreció pasar a formar parte de su emporio comercial y negocio de transportes. Kalervo había jugado bien sus cartas para asegurar un contrato bien redactado cuando el Señor Ysbald contrató a Lazhar como guardaespaldas, si. Lo único que le resultaba vagamente molesto de aquella situación era el hecho de que su estimado representado debiera seguir al renegado allá donde iba mientras él, como administrador, escriba y encargado del para otros tedioso papeleo, debía permanecer casi siempre en ciudades tan variopintas como Trinquete, Entrañas o Bahía del Botín.

Todo en el negocio del Señor Ysbald parecía legal. Lo parecía, sin duda, gracias a él. Falseando documentos, retocando contrataciones, el contrabando ilegal se había convertido en comercio lícito cuando los pergaminos pasaban por sus manos, y la pobreza que amenazaba con llamar a la puerta de su vida y ya campeaba en la de Lazhar, habían sido esquivadas con gran habilidad usando la inteligencia. ¿No era maravilloso? Lo era.

Estaba pensando en ello mientras caminaba hacia el bosque, con la faltriquera de hierbas a un costado y la toga arremangada, canturreando alegremente. Era de día. Hacía sol. No había nada que temer, y necesitaba un poco más de sangrerregia para elaborar las tinturas que necesitaba para su trabajo. No apreciaba especialmente el bosque de Argénteos, pero no tenía tiempo de buscar la planta en las regiones de quel'thalas si quería llegar a tiempo para tomar el barco.

- El pequeño conejiiito saltando, saltando - cantaba, inclinado sobre uno de los arbustos con la tenacilla. Estaba de buen humor. - Tan blancas orejas, colita de algodón...

El viento soplaba suavemente entre los árboles, olía a flores silvestres y a plantas. La peste pútrida de los ríos contaminados y de los cadáveres no llegaba hasta allí. Y además, Kale estaba un poquito resfriado, así que no fue capaz de reconocer el familiar olor a perro mojado.

- Pequeño conejito, saltando, saltando...

Se dio cuenta demasiado tarde. Cuando una risa leve se escuchó a su espalda y de pronto le pareció que la quietud era demasiado intensa en torno a sí. Se puso pálido y se le cayeron las tenacillas al suelo. ¡Oh no! ¡Condenación! La voz gutural y gorgoteante completó la canción.

- Solito se fue al bosque... y el lobo se lo comió. ¡MWAHAHAHA!
- ¡IIIIIH!

Las zarpas se abalanzaron sobre él. Una masa de pelo y fauces babeantes, y después, la alocada carrera hacia el lugar que ya conocía, mientras el terror se apoderaba de su corazón y una sensación de terrible desgracia le golpeaba en plena cara, recordándole que su mala estrella no se había apagado todavía.

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