miércoles, 30 de diciembre de 2009

VIII - El instructor

La taberna del Frontal, de todos era sabido, era un lugar poco recomendable en la calle menos recomendable de la ciudad de Lunargenta. El oscuro callejón que daba cobijo al Sagrario de los brujos y la sincrética y misteriosa academia de agentes de inteligencia - que era una manera elegante de llamar a los espías, asesinos y ladrones - rara vez era visitado por la gente decente. Kalervo, como magistrado que era, no era una persona decente en el más estricto sentido de la palabra, por lo que había acudido con frecuencia al Frontal de la Muerte en busca de información para sus casos.

Lo que no había pensado jamás es que se iba a sentar en aquella taberna a media luz, con su mejor traje y su maletín, enfrente de una persona como el Señor Albagrana. Se removía inquieto en su asiento, tratando de aparentar la seguridad y amabilidad que se esperaba de un representante, sin embargo, el enorme paladín que tenía enfrente le imponía de alguna manera. No era miedo exactamente. Era... como si de pronto estuviera delante de su padre, algo parecido. Casi tan alto como Lazhar, era más ancho de hombros y espalda, su corpulencia era mayor y le hacía parecer más grande que su compañero. La armadura que llevaba, reluciente y de buen acero, también contribuía en hacer más patente su envergadura, y la expresión severa del rostro anguloso, aunque revestida con cierta placidez, no dejaba de apocarle cada vez que le miraba a los ojos.

- Así que estás buscando un instructor - dijo el elfo rubio, mirándole directamente.

Kalervo asintió con la cabeza, carraspeó y echó un vistazo a la enorme maza que reposaba junto a la silla.

- S... si, señor. Busco un instructor para mi representado.
- Para tu representado. ¿Y a quién representas?
- A Lazhar el Bravo, futuro héroe de los sin'dorei y... a Lazhar, señor.

Tragó saliva, parpadeando de nuevo. Atento a cada gesto de su interlocutor, observó cómo la mano grande se cerraba en el asa de la jarra de cerveza, le vio tragar, chasquear la lengua, lamerse los labios y pasarse el dorso sobre la barba y la boca, asintiendo, pensativo.

- Cuando te vi en el Centro de Mando, los Caballeros de Sangre se estaban riendo. ¿Por qué?

Kalervo arrugó la nariz. "Porque son tontos", pensó.

- Porque les parece extraño - respondió, en cambio - Les parece extraño que busque... que busque a alguien que ayude a Lazhar a desarrollar sus capacidades.
- Dijiste que es mudo. No puede hablar.
- Si, señor.

Al menos, el señor Albagrana no se había reído de él en el cuartel y tampoco lo hacía ahora. Cuando le había visto, Kalervo estaba enfrascado en la dura actividad de hacer comprender a los Caballeros lo que estaba buscando. Como todo el mundo sabe, hacer comprender cualquier cosa a un Caballero de Sangre es una tarea ardua y, la mayoría de las veces, inútil. Sus cerebros no están preparados para entender casi nada, mas allá de las tres premisas básicas de su orden, los axiomas en los que se sustentan: Que son los más guapos, que son los más chulos y que son capaces de manejar la Luz a voluntad, lo cual les da derecho a ser tratados como reyes y castigar a quien no lo hace.

Kalervo podría haber estado de acuerdo en las dos primeras, pero tenía sus dudas respecto a la tercera, y en cualquier caso, no entendía por qué cuando decía que Lazhar estaba mudo, todos sus interlocutores parecían volverse de repente sordos. Cuando la paciencia de los Caballeros empezaba a tocar fondo y las miradas se volvían hostiles, el señor Albagrana, que se encontraba en un rincón apartado conversando con uno de los instructores, había avanzado hacia él y le había levantado por el cuello de la chaqueta desde la nuca, había dicho adiós a todo el mundo y le había arrastrado a aquel lugar. Luego, le había invitado a un zumo - Kalervo no bebía alcohol - y se había sentado para pedirle que le hablara de Lazhar. Y por lo que parecía, había prestado atención a sus cuitas en el interior del Centro de Mando.

- ¿Por qué es mudo?
- Le... le cortaron la lengua, señor.

El señor Albagrana asintió con la cabeza y miró de reojo a Kalervo.

- ¿Y dices que puede usar la Luz?
- Un poco, señor. Le he visto hacerlo... pero... bueno, claro, no puede recitar hechizos ni invocar, ni eso.
- Comprendo.

Kalervo miró alrededor, tirándose de las mangas del traje, luego observó al paladín con curiosidad. Llevaba un tabardo negro con un sol bordado en hilo de plata en el centro, y los ojos estaban cubiertos por un resplandor dorado. Tenía cicatrices. Y emanaba un aura casi venerable que le obligaba a bajar los ojos de cuando en cuando. Se había presentado como paladín, pero no estaba seguro de si era eso lo que Lazhar quería... ni siquiera estaba seguro de que quisiera un instructor. Pero tampoco debería importarle, total, lo iba a pagar él.

- Entonces... ¿usted qué cree? - dijo al fin, mirando al señor Albagrana.
- ¿Sobre qué?
- Pues... que si cree que es posible que desarrolle sus capacidades aunque no pueda hablar.

El paladín arqueó la ceja y dibujó una sonrisa sesgada con gesto pícaro, casi travieso. Kalervo se puso un poco rojo. El señor Albagrana también era muy apuesto, aunque impusiera tanto respeto.

- No hay nada imposible, señor representante. Me gustaría conocer al tal Lazhar.

¡Qué maravilla! Kalervo se puso en pie de un salto, casi tirando la silla, y le tendió la mano.

- Gracias, señor - exclamó, estrechando la suya con ímpetu. - Muchas gracias. No se preocupe por los honorarios, yo me encargo de todo. Solo dígame cuánto y...
- Eh, eh, frena, rey - replicó el paladín. Kalervo le soltó la mano, carraspeando. - He dicho que quiero conocerle. Si la Luz le asiste, entonces ya hablaremos de honorarios. Pero no te prometo nada. ¿Entendido?
- Entendido, señor - respondió Kalervo, conteniendo el extraño impulso de ponerse firme y saludar como un soldado.
- Bien. Cítale mañana en Entrañas y veremos qué tal. Ahora, en marcha.
- Sí, señor.

Kalervo se marchó a su habitación en la casa de huéspedes, con el maletín en la mano y una sonrisa tan grande como una media luna, sin poder contener su emoción. ¡Tenía que escribir a Lazhar cuanto antes para comunicarle la noticia!

Mucho después, Kalervo se preguntaría por qué cuando Lazhar ya llevaba tiempo recibiendo instrucción del señor Albagrana, jamás había llegado ninguna factura ni el paladín les había reclamado ninguna clase de honorarios. Sin embargo, no encontró queja de ello. Por entonces ya se había acostumbrado a ese modo de actuar de ciertos paladines: Impulsivos, generosos, tozudos como mulas y muy ilógicos. Pero al fin y al cabo, como también descubriría más adelante, encantadores.

1 comentario:

  1. Irresistibles es la palabra, más bien... porque a veces no hay quién los pare ni quién los aguante! ;D

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