miércoles, 30 de diciembre de 2009

VI - Hacer un héroe

Kalervo suspiró, enroscó la tapa de su frasquito de sales y se miró en el espejo de cuerpo entero, reflexionando profundamente. Pasó la manga sobre el cristal polvoriento. Había traído aquel espejo desde Lunargenta, en los Claros de Tirisfal nadie quería mirarse para ver qué tal le sentaba la ropa. Cosa que comprendía a la perfección, los renegados tenían la desagradable costumbre de ser feos y aterradores, y dudaba que encontraran ningún placer en observarse a sí mismos.

Pero Kalervo gustaba de contemplarse. Se cepilló el pelo, atento a las suaves ojeras que circundaban su mirada verdeante, la palidez enfermiza de la piel y los huesos de las clavículas, que se le marcaban más de lo que le gustaría. Una cosa era conservar la línea y otra ser sólo líneas. Se imaginó a sí mismo como un monigote hecho con palotes y arrugó la nariz. Se estaba quedando en los huesos.

- Pronto acabaré pareciéndome a uno de los renegados - suspiró, con un pitido rasposo al exhalar el aire entre los dientes.

Recogiéndose el cabello, se ajustó la toga nueva y contempló su imagen. Si. Casi parecía un hechicero. Una oleada de nostalgia le hizo saltar las lágrimas.

Tiempo atrás, en un pasado lejano, en un verano imposible, sus padres le habían enviado a la Academia Falthrien durante tres meses. Era un elfo de Quel'thalas, era un descendiente del pueblo que había visto nacer la magia y la había desarrollado hasta límites imposibles de imaginar. Y pertenecía a una familia acomodada y prestigiosa, de la baja nobleza. Tenía que aprender algo de magia. Nunca pensó que tuviera que usarla, pero ahora había llegado el momento.

- Vamos, Laz - se dijo en el espejo, señalándose - no puedes depender de los demás. Estás haciendo un héroe, y tienes que acompañarle. ¿Qué clase de representante serías si no? Pues un desastre, eso digo yo.

Asintió a su propio rostro, con las cejas levemente fruncidas, y se ajustó el cinturón, recogiéndose los faldones. Abrió el estuche con su bastón nuevo y lo tomó entre los dedos, haciéndolo girar como había visto hacer a veces a las bailarinas. Sonrió a medias. Luego se colgó el grimorio elemental que le habían regalado al cumplir la mayoría de edad, con los hechizos básicos de cualquier principiante pardillo.

Se apresuró en bajar las escaleras, correteando algo nervioso, y saludó alegremente con la mano a los renegados del Mesón la Horca, que le miraron con una mezcla de indiferencia y desprecio. Para variar. En fin, ellos eran así. Al salir al exterior, el enorme guerrero le esperaba allí.

- ¡Hola Lazharillo! - Exclamó muy ufano.

Lazhar sonrió afablemente, y Kalervo sintió como si un ratón le mordiera en la barriga al verle. Su propia sonrisa se dibujó sola, más ancha, en respuesta a la del elfo.

Además de guapo, Lazhar era muy agradable. Sonreía a menudo, y le trataba bien. Puede que no fuera un conversador excepcional, pero dadas las circunstancias, Kal se lo perdonaba. Además, nunca le interrumpía cuando se ponía a contarle todas las cosas... lo que fuera que le contaba, ni él mismo lo sabía. El caso es que le caía de maravilla y era muy feliz teniéndole cerca. Sobre todo ahora.

Repasó con la mirada el aspecto de Lazhar el Bravo, para evaluar su trabajo. Se había cortado el pelo, aunque el resultado era un tanto irregular. Los trasquilones eran visibles, pero había mejorado comparado con el aspecto que presentaba semanas atrás. La roja cabellera brillaba como una llama, tenía un aspecto sano y lustroso y la piel levemente atezada resplandecía, los dientes relucían, blancos y bien alineados cuando mostraba aquella sonrisa encantadora que le provocaba cortes de digestión. Y la armadura nueva era mucho mejor que la anterior. Bueno, si, unas piezas eran distintas de otras y tenía un aspecto un poco bárbaro, pero sin duda, su presencia imponía.

A Kalervo así se lo parecía, y se lo hizo saber.

- Jolin, ya pareces un héroe.

Lazhar asintió a medias, sin perder la sonrisa optimista. Luego dio un mordisco al enorme pastel de carne que estaba comiendo. Había sido un poco caro costear tanto acero, e invitarle a comer no era moco de pavo. Lazhar tragaba como no había visto a nadie comer en su vida. Parecía que no se llenaba nunca, pero Kal consideraba que un cuerpo tan grande necesitaría mucho alimento para mantenerse en forma. Además, consideraba aquello una inversión.

Lazhar le hizo un gesto, señalándole la toga y el bastón y arqueando la ceja con curiosidad.

- ¿Eh? Ah. ¡Oh! - Kal se tiró del cinturón, pisándose las puntas de las botas. - Bueno, ya tenemos un trabajito en Quel'thalas. Y voy a acompañarte, claro. Soy tu representante, y tengo que cuidar de ti.

En el universo de Kalervo, aquella frase no era nada absurda. Quizá porque en su universo, el hecho de que Lazhar midiera dos metros y su brazo fuera más ancho que la pierna del magistrado, eran cosas completamente irrelevantes para necesitar protección. Sin embargo, Lazhar tampoco parecía ofendido por ello. Se limitó a sonreír otra vez y poner cara de tío duro, flexionando los músculos.

- Ya sé que eres muy fuerte, pero aun así. Además, tendré que decirte a quién hay que matar y todo eso, ¿Verdad?

Lazhar arqueó la ceja. Kalervo carraspeó y rebuscó en la bolsa, mostrándole un papelito con algo escrito.

- Trabajo para un campeón, Lazharillo. Hay problemas con los trols en el bosque Canción Eterna ¿Qué me dices? ¿Vamos allá?

Lazhar asintió y se puso en camino hacia la Ciudad de Entrañas, seguido por su representante y abogado, que esta vez empuñaba un bastón en lugar de un maletín y se recogía los faldones para no pisar los charcos. Kalervo observó a Lazhar. Sin ninguna duda, ahora parecía un poquito más presentable. Ahora tendrían que enfrentarse a la parte más complicada en el proceso de hacer un héroe...

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