jueves, 3 de junio de 2010

Atta - El laberinto

- ¿Has llevado los planos a los ebanistas?
- Esta mañana.
- Estupendo. ¿No será muy caro?
- No es problema.

Malande sonrió, y Kalher le devolvió la sonrisa. Su esposa era bella como una criatura féerica, o así se lo parecía. Bonita y delicada, con el pelo rubio y esos preciosos ojos violetas, y tan imaginativa que convertía su existencia en un paraíso. Estaban sentados en el salón, él trabajando en sus relojes, ella leyendo, como siempre. O casi siempre.

- ¿Por qué quieres hacerla así, Kalher? ¿No sería más fácil una normal? - preguntó Malande, alzando la mirada de las páginas, con un mohín curioso que a él le resultó encantador.
- Si, melenya, sería más fácil. Pero esta será más bonita... como un camino en la vida misma.

Tomó una de las piezas con las pinzas y la colocó cerca del engranaje principal. No era relojero, pero no le hacía falta. Le bastaba mirar aquellas ruedas, su posición, sus formas, para comprender instintivamente cómo funcionaban. Era esa capacidad analítica y deductiva, además de su excelente memoria, lo que había transportado al magistrado Fel'anath desde el humilde origen de su familia de jurisprudentes de poca monta hasta la magistratura de la capital del Reino.

- No me tortures más. Dime, ¿Qué tienes entre manos?

Khaler rió entre dientes y miró de reojo a su amada.

- Redonda.
- ¿Redonda?
- Básicamente, sí. Con caminos que se entrecruzan y estantes diferentes, con formas, tamaños y labrados distintos. - Giró una ruedecita diminuta con la uña y cerró la tapa del reloj de bolsillo. - Lo llenaremos todo con poesía, relatos, tratados, metodologías...
- ¿Pondrás tus tediosos libros de leyes también?
- Por supuesto. Son lo bastante aburridos como para despertar sopor y disipar todo interés o atención.
- Sí, igual que tú.
- Exacto. Igual que yo.

Malande rió entre dientes. Dejó el tomo que tenía entre las manos sobre el sillón y se acercó a sentarse en las rodillas de su esposo. La toga verde hizo un sonido crujiente al levantarse las mangas de brocado para rodearle el cuello con los brazos, y Khaler se recostó hacia atrás, abrazándola a su vez.

- No entiendo cómo lo haces - dijo ella.

Khaler arqueó la ceja, fingiendo no comprender de qué hablaba. Ella le puso un dedo en la nariz.

- Ya sabes. Fingir. Fingir constantemente. Creo que nadie te conoce de verdad, salvo yo.
- Es lo que intento. Ya sabes que mis ideas no son bien recibidas. Los soñadores ya no tienen cabida en este mundo, por eso estamos juntos, ¿no?

Malande sonrió, asintiendo con la cabeza. Luego bajó la voz.

- Ya casi he terminado de transcribirlo todo.
- ¿Ya? Sólo han pasado dos años, has sido rápida - respondió Khaler, con semblante grave.
- Han merecido la pena las noches en las que no hemos compartido el lecho por tu trabajo atrasado, laital. - dijo ella con una sonrisa pícara. - Y cuando tu biblioteca redonda y laberíntica esté construida, ¿dónde guardaremos todo lo que he rescatado?
- Allí no, desde luego.

Malande frunció el ceño.

- Piénsalo. En el improbable caso de que alguien descubriera tus orígenes... muy improbable caso - insistió, al ver la palidez incipiente de la joven - y buscaran los conocimientos que conservas, mirarán, sin duda, allí. Los libros se guardan en bibliotecas.
- Pero no son libros...
- Tenemos que destruir la materia original.

Malande se levantó de un salto y le miró, horrorizada.

- No podemos hacer eso. De ninguna manera. Son objetos incunables, son... las esferas, los cristales, todo, no podemos destruirlo. Mi familia lo ha rescatado generación tras generación y lo ha protegido. Me niego.
- Son un peligro, melenya - dijo él con suavidad, extendiendo una mano hacia adelante. La elfa le miraba como si acabara de escupirla, y su expresión le dolía... pero sabía que era lo mejor. - Nosotros no viviremos para siempre. ¿Y si alguien lo encuentra? ¿Y si caen en malas manos?
- Nuestros descendientes lo protegerán, ya sabes cómo son las cosas. Te lo conté todo antes de casarnos, Khaler. - replicó Malande, señalándole con el dedo, lívida. - Sabías como eran las cosas. No puedes decirme ahora que tenemos que destruirlo todo.
- Has hecho transcripciones...
- ¡Eso no importa!

Khaler suspiró y asintió, mirándola con tristeza. Podía haberle dicho "Sí importa. A quien quiero proteger es a ti, no a las reliquias." Pero sabía que no serviría de nada, porque Malande Auranath era una guardiana y siempre había sido consciente de eso. No hay nada más difícil que proteger a un protector.

- De acuerdo. Perdona. Buscaremos otra manera.
- La encontraremos... - dijo ella, volviendo a un tono suave, y regresó a su lado. Los ojos color violeta rezumaban afecto cuando la elfa se arrodilló y le tomó la mano. - Ocultaremos las transcripciones y los objetos en un laberinto. Como...como un gigantesco puzzle...
- Guardaremos claves y pistas que sólo los descendientes de tu sangre puedan comprender.
- Y de la tuya, Kalher.

El elfo miró a su esposa con gravedad. Ella le besó la mano.

- Me casé contigo porque te apreciaba... por lo que me ofreciste. Pero también porque eres inteligente, mucho, igual que yo. - De nuevo sonrió, dulce. - Y esa es una de las cosas que me enamoraron. Los descendientes de mi sangre también serán los tuyos... tú eres ya parte de mí, y de todo esto. Juntos hasta el final.

Khaler tragó saliva y asintió. A ella no podía ocultarle su emoción, y menos en aquel instante. Le acarició la mejilla.

- Hasta el final, írima.
- Todo irá bien - asintió ella.
- Tu... nuestra estirpe será iniciada en los misterios, aunque no lo sepan. Ellos podrán continuar con tu legado.
- Y hablando de eso... ¿no crees que es buen momento para probar a concebirla?

Malande pestañeó inocentemente, mirándole con gesto ingenuo que ya no le engañaba. Había un fondo de picardía misteriosa, casi mística, en aquel semblante delicado, quizá en el suave brillo de las pupilas. Le sonrió, levantándose y tomándola en brazos, meneando la cabeza.

- ¿Hoy podemos intentarlo? - preguntó con cierta ironía, mientras se la llevaba escaleras arriba - Ayer me dijiste que no.
- Ayer no era luna azul. Ya conoces las normas.
- ¿Y qué pasa si no lo concebimos en luna azul?
- Eso nunca sucede, querido.
- Entonces no hay peligro en hacerlo en cualquier momento.

La risa cantarina de la dama se perdió por los pasillos. En el salón, tras la ventana abierta, una sombra de ojos incandescentes se escurrió entre los setos y se perdió en la lejanía, bajo el resplandor de la luna llena.

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