jueves, 3 de junio de 2010

Nelde - Todo lo que puede salir mal

Amathia corrió escaleras arriba, tratando de no tirar nada. El balde de agua se tambaleaba, las toallas estaban a punto de caérsele del hombro al suelo, y ya estaba sudando. Los gritos de su señora la ponían nerviosa. ¡Diablos! ¿De qué estaban hechas las elfas ahora? No era para tanto.

- ¡Ya sale!¡Ya sale!¡Empujad, señora!

Dunille y el señor Fel'anath estaban junto a la cama, donde la elfa paría haciendo todo el escándalo posible. Sí, y aún tenían suerte de haber cerrado bien puertas y ventanas, porque parecía que la estaban matando. Amathia dejó la palangana y se apresuró a limpiar la sangre entre las piernas de su señora, torciendo el gesto. Bueno, tal vez sí era para tanto.

- Respira, mi amor. Respira.
- ¡ESTOY RESPIRANDO!
- Calmaos y empujad...
- ¡ESTOY CALMADAAAAH!
- Oh, por Belore...

Hacía más de doce horas que Lady Malande se esforzaba en expulsar de su interior a la criatura que había vivido en su vientre durante los últimos meses. El parto se había adelantado mucho, y el bebé seguramente sufriera malformaciones, pero además, todo se estaba complicando. Los líquidos se habían expulsado demasiado rápido. El pequeño o pequeña estaría secándose y debilitándose ahí dentro a medida que el tiempo pasaba sin que pudiera salir, y Amathia se temía que hubiera que abrir el vientre de la madre si querían salvarle. Además, la última hemorragia descontrolada de la señora amenazaba con no detenerse.

- Deberíamos llamar a los sacerdo...
- ¡NO!

Malande agarró a su criada de la pechera, furiosa, despeinada y cubierta de sudor, con la expresión de un animal acorralado.

- ¡He dicho que NO! ¿ENTENDIDO? ¡SI ALGUIEN LLAMA A UN SACERDOTE, DAOS POR MUERTAS!
- S...si, seño..ra...
- Cálmate, mi vida. Inténtalo de nuevo.
- ¡Me calmaré cuando me la saquéis!

Amathia parpadeó.

- ¿Como?
- ¡Sacádmela!

Las criadas miraron atónitas a su señora.

- ¡No puede salir sola! ¡Y yo no puedo más, me estoy desangrando! ¡Sacádmela!

Pero ninguna movió un dedo. Fue el señor Fel'anath quien se apartó de la cabecera de su esposa y se situó entre sus piernas, hurgando con los dedos en la dilatada abertura de su esposa, ante la mirada confundida de las doncellas.

- La cabeza está aquí. Empuja un poco más, para que pueda ayudarte.

El grito de Malande fue agudo y desgarrador, acompañado por las palabras de ánimo de su marido, y finalmente, un cuerpecito diminuto y sanguinolento apareció entre las manos de Kalher Fel'anath. Cubierto de fluidos, inmóvil, e inerte.

- Dioses... al...fin - resolló Malande, derrumbándose sobre los almohadones.

Amathia lo estaba viendo perfectamente, junto al señor de la casa. El bebé no se movía y no respiraba. Kalher lo contemplaba con ojos llameantes, pero cuando su esposa alzó el rostro, sólo dijo tres palabras.

- Voy a limpiarlo.
- Espera... espera, Kal...¿Por qué no llora?

La criada siguió a su señor fuera de la habitación, sin entender qué demonios hacía frotándole el pechito al pequeño cadáver.

- Amo, el bebé...
- Calla.

El magistrado colocó la boca sobre la boquita diminuta y sopló. Luego volvió a masajearle el pecho. Amathia no era chapada a la antigua, pero eso de robarle a su criatura muerta a una madre, besarla en la boca y apretarle el pecho le parecía un sacrilegio. ¿Es que creía que podría resucitarle?

- Amo, está muerto. Déselo a la señora para que lo llore - exigió, tajante.
- ¡He dicho que te calles! - escupió. - Vamos, pequeñín... vamos...
- ¡Ya basta!

Amathia no era chapada a la antigua, pero hay cosas que hay que hacerlas como se debe. Si el bebé estaba muerto, su amo tenía que dejarlo con su madre, para que pudiera lamentar su pérdida en la intimidad, y después se limpiaría el cadáver y se enterraría. Alargó la mano y tiró de la toalla donde su señor sostenía a la criatura.

- ¡Qué haces!
- ¡Esto no...!
- ¿Qué pasa, Kalher? ¡Quiero ver a mi niña! ¿Por qué no la oigo?

El recién nacido cayó al suelo. Se estrelló de espaldas contra la alfombra mullida, con un golpe muy suave, como si se hubiera caído un fardo de ropa. Y se removió. Y entonces dejó oir un llanto leve, muy fino, ahogado y diminuto, como todo él.

Amathia recibió una bofetada antes de que su amo recogiera a su pequeño del suelo y corriera junto al lecho de su esposa, donde las voces de las doncellas y los padres se entremezclaron.

- Es un niño, mi vida. No es una niña. Es un niño.
- No puede ser... ¿un niño?
- Qué pequeño es.
- No está sano, mirad, señora, apenas respira. Hay que llamar a los sacerdotes.
- Si...si, llamadles. ¿Un niño? Increíble...
- Es cierto, es muy pequeño.
- Está temblando, querido... ¿Qué le pasa?
- No está bien. Ha nacido débil.

Khaler Fel'anath miraba a su hijo diminuto mientras Amathia lo limpiaba. Malande parecía no podérselo creer. Ella le había asegurado que sería una niña, aduciendo que en su familia toda la descendencia era femenina, y sin embargo, ahí estaba esa pequeña cosita entre las piernas como palillos. Era un niño. Un crío moribundo que apenas era capaz de tomar aire.

- ¿Cómo lo vas a llamar? - dijo el magistrado.
- No... no lo sé...quizá es pronto para ponerle nombre... - replicó su agotada esposa. - Es tan débil... quizá no...
- Malande, no digas eso. Pase lo que pase, debe tener un nombre.
- Pero todo ha salido mal, Kalher... todo es... lo que no debía ser... no... algo hemos hecho mal...

El magistrado chasqueó la lengua. Miró a la dama y luego al niño. Una suave pelusilla morena, de un color negro azulado, le cubría la coronilla. Sonrió a medias.

- Alher - sentenció. - Se llamará Alher. Mi hijo.
- ¿Kalher, como tú?... - replicó la dama, con los párpados entrecerrados y semiinconsciente.
- Kalher no, Alher.
- Kalervo Alher. Vale... lo que tu quieras.

Atta - El laberinto

- ¿Has llevado los planos a los ebanistas?
- Esta mañana.
- Estupendo. ¿No será muy caro?
- No es problema.

Malande sonrió, y Kalher le devolvió la sonrisa. Su esposa era bella como una criatura féerica, o así se lo parecía. Bonita y delicada, con el pelo rubio y esos preciosos ojos violetas, y tan imaginativa que convertía su existencia en un paraíso. Estaban sentados en el salón, él trabajando en sus relojes, ella leyendo, como siempre. O casi siempre.

- ¿Por qué quieres hacerla así, Kalher? ¿No sería más fácil una normal? - preguntó Malande, alzando la mirada de las páginas, con un mohín curioso que a él le resultó encantador.
- Si, melenya, sería más fácil. Pero esta será más bonita... como un camino en la vida misma.

Tomó una de las piezas con las pinzas y la colocó cerca del engranaje principal. No era relojero, pero no le hacía falta. Le bastaba mirar aquellas ruedas, su posición, sus formas, para comprender instintivamente cómo funcionaban. Era esa capacidad analítica y deductiva, además de su excelente memoria, lo que había transportado al magistrado Fel'anath desde el humilde origen de su familia de jurisprudentes de poca monta hasta la magistratura de la capital del Reino.

- No me tortures más. Dime, ¿Qué tienes entre manos?

Khaler rió entre dientes y miró de reojo a su amada.

- Redonda.
- ¿Redonda?
- Básicamente, sí. Con caminos que se entrecruzan y estantes diferentes, con formas, tamaños y labrados distintos. - Giró una ruedecita diminuta con la uña y cerró la tapa del reloj de bolsillo. - Lo llenaremos todo con poesía, relatos, tratados, metodologías...
- ¿Pondrás tus tediosos libros de leyes también?
- Por supuesto. Son lo bastante aburridos como para despertar sopor y disipar todo interés o atención.
- Sí, igual que tú.
- Exacto. Igual que yo.

Malande rió entre dientes. Dejó el tomo que tenía entre las manos sobre el sillón y se acercó a sentarse en las rodillas de su esposo. La toga verde hizo un sonido crujiente al levantarse las mangas de brocado para rodearle el cuello con los brazos, y Khaler se recostó hacia atrás, abrazándola a su vez.

- No entiendo cómo lo haces - dijo ella.

Khaler arqueó la ceja, fingiendo no comprender de qué hablaba. Ella le puso un dedo en la nariz.

- Ya sabes. Fingir. Fingir constantemente. Creo que nadie te conoce de verdad, salvo yo.
- Es lo que intento. Ya sabes que mis ideas no son bien recibidas. Los soñadores ya no tienen cabida en este mundo, por eso estamos juntos, ¿no?

Malande sonrió, asintiendo con la cabeza. Luego bajó la voz.

- Ya casi he terminado de transcribirlo todo.
- ¿Ya? Sólo han pasado dos años, has sido rápida - respondió Khaler, con semblante grave.
- Han merecido la pena las noches en las que no hemos compartido el lecho por tu trabajo atrasado, laital. - dijo ella con una sonrisa pícara. - Y cuando tu biblioteca redonda y laberíntica esté construida, ¿dónde guardaremos todo lo que he rescatado?
- Allí no, desde luego.

Malande frunció el ceño.

- Piénsalo. En el improbable caso de que alguien descubriera tus orígenes... muy improbable caso - insistió, al ver la palidez incipiente de la joven - y buscaran los conocimientos que conservas, mirarán, sin duda, allí. Los libros se guardan en bibliotecas.
- Pero no son libros...
- Tenemos que destruir la materia original.

Malande se levantó de un salto y le miró, horrorizada.

- No podemos hacer eso. De ninguna manera. Son objetos incunables, son... las esferas, los cristales, todo, no podemos destruirlo. Mi familia lo ha rescatado generación tras generación y lo ha protegido. Me niego.
- Son un peligro, melenya - dijo él con suavidad, extendiendo una mano hacia adelante. La elfa le miraba como si acabara de escupirla, y su expresión le dolía... pero sabía que era lo mejor. - Nosotros no viviremos para siempre. ¿Y si alguien lo encuentra? ¿Y si caen en malas manos?
- Nuestros descendientes lo protegerán, ya sabes cómo son las cosas. Te lo conté todo antes de casarnos, Khaler. - replicó Malande, señalándole con el dedo, lívida. - Sabías como eran las cosas. No puedes decirme ahora que tenemos que destruirlo todo.
- Has hecho transcripciones...
- ¡Eso no importa!

Khaler suspiró y asintió, mirándola con tristeza. Podía haberle dicho "Sí importa. A quien quiero proteger es a ti, no a las reliquias." Pero sabía que no serviría de nada, porque Malande Auranath era una guardiana y siempre había sido consciente de eso. No hay nada más difícil que proteger a un protector.

- De acuerdo. Perdona. Buscaremos otra manera.
- La encontraremos... - dijo ella, volviendo a un tono suave, y regresó a su lado. Los ojos color violeta rezumaban afecto cuando la elfa se arrodilló y le tomó la mano. - Ocultaremos las transcripciones y los objetos en un laberinto. Como...como un gigantesco puzzle...
- Guardaremos claves y pistas que sólo los descendientes de tu sangre puedan comprender.
- Y de la tuya, Kalher.

El elfo miró a su esposa con gravedad. Ella le besó la mano.

- Me casé contigo porque te apreciaba... por lo que me ofreciste. Pero también porque eres inteligente, mucho, igual que yo. - De nuevo sonrió, dulce. - Y esa es una de las cosas que me enamoraron. Los descendientes de mi sangre también serán los tuyos... tú eres ya parte de mí, y de todo esto. Juntos hasta el final.

Khaler tragó saliva y asintió. A ella no podía ocultarle su emoción, y menos en aquel instante. Le acarició la mejilla.

- Hasta el final, írima.
- Todo irá bien - asintió ella.
- Tu... nuestra estirpe será iniciada en los misterios, aunque no lo sepan. Ellos podrán continuar con tu legado.
- Y hablando de eso... ¿no crees que es buen momento para probar a concebirla?

Malande pestañeó inocentemente, mirándole con gesto ingenuo que ya no le engañaba. Había un fondo de picardía misteriosa, casi mística, en aquel semblante delicado, quizá en el suave brillo de las pupilas. Le sonrió, levantándose y tomándola en brazos, meneando la cabeza.

- ¿Hoy podemos intentarlo? - preguntó con cierta ironía, mientras se la llevaba escaleras arriba - Ayer me dijiste que no.
- Ayer no era luna azul. Ya conoces las normas.
- ¿Y qué pasa si no lo concebimos en luna azul?
- Eso nunca sucede, querido.
- Entonces no hay peligro en hacerlo en cualquier momento.

La risa cantarina de la dama se perdió por los pasillos. En el salón, tras la ventana abierta, una sombra de ojos incandescentes se escurrió entre los setos y se perdió en la lejanía, bajo el resplandor de la luna llena.

Minë - Una boda bajo los sauces

El viento era suave en la pradera. La mañana hacía resplandecer las hojas doradas del Bosque Viviente, y los tiernos agitaban sus ramas con calidez, ocultos entre los troncos de los árboles de estío que guardaban. La primavera eterna se mostraba solemne y más brillante que nunca, y el cielo estaba azul, sin una sola nube.

- ...y es en los brazos de Belore donde hemos de encontrar consuelo. Serás el sol para tu esposa, y ella será tu sol en la tiniebla...

Las palabras del sacerdote vibraban en el aire, sin embargo, Malande no las escuchaba. Se había hartado de oírlas en los ensayos, durante días enteros en los que habían acudido al templo para repasar lo que tenían que decir, cuándo callar, dónde debían colocarse. Además, era evidente que el oficiante no se encontraba cómodo. No era la boda que debía ser, no estaban en el Templo de la ciudad, como correspondía a un magistrado de la corte, por escasa que fuera la nobleza de su nombre. En medio del bosque, como los salvajes o los primos kaldorei. Aquello no era lo usual.

Miró de reojo a su prometido. Aún no eran marido y mujer, pero en unos minutos, todo estaría hecho. Kalher permanecía sereno y serio, con el cabello oscuro recogido en lo alto, imitando el estilo de las Altas Casas. Sus ojos azules permanecían fijos en el sacerdote y su porte era el más regio que se podía esperar en un jurisprudente, enfundado en la toga roja con los bordados de oro y con ese aire de altivez en la manera en la que alzaba la barbilla. Malande reprimió una sonrisa. Realmente, las palabras que acababa de escuchar eran ciertas. Kalher era su sol, siempre lo había sido desde que se conocieron. Le recordaba poniéndole flores blancas en el cabello, diciéndole que era una joya, que era un duende mágico, que era una ninfa. Le recordaba escuchando, sereno y serio, cuando ella le habló de sus deberes y de su obligación, de su vida y su familia, como nunca había hablado a nadie. Le recordaba pidiéndole que se casara con ella.

- Khaler Fel'anath, ¿Aceptas a Malande Brisaclara como tu esposa en las bendiciones de Belore y te comprometes a amarla, cuidarla, protegerla y ser su sol hasta el fin de los días?
- Sí, acepto.

La elfa suspiró y miró al magistrado, sonriendo con suavidad. Le pareció que le guiñaba un ojo, aunque él disimulaba muy bien. Siempre lo había hecho.

- Malande Brisaclara, ¿Aceptas a Khaler Fel'anath como tu esposo en las bendiciones...?

Un escalofrío leve, como una lengua insidiosa e insistente, le recorrió la espalda. ¿Y si descubrían que su apellido no era real? ¿Y si todo se desvelaba? ¿Alguien recordaría las viejas historias, alguien sabría aún acerca de los destinos de los que escaparon de la Torre? Quizá ni siquiera fueran conscientes de la existencia de aquel lugar. Pestañeó y tomó aire, debía pronunciar los votos, y aquel miedo inconsciente no era real. Sólo un fantasma. Un espectro. No pasaría nada. Nada en absoluto.

- Sí, acepto.

El viento agitó las ramas de los dos sauces, que actuaban como cortinajes, paliando el resplandor del sol. El viento traía el olor del bosque. Y otro más. El aroma chispeante que Malande reconoció, ese perfume mentolado y ácido, fresco y ozónico que corría mezclado en la misma sangre de sus venas.

- Yo os uno así como marido y mujer, esposo y esposa, bajo la mirada de Belore y con su bendición eterna - dijo el sacerdote, tomando la mano de la elfa y dejándola sobre la del magistrado. - Desde ahora, vuestros destinos caminan parejos. Que la lealtad, la fidelidad, el amor...

Volvió los ojos hacia él, y él la contemplaba. No había inseguridad en su mirada azul, y aquello era un alivio para Malande, que se relajó y esbozó una sonrisa cálida. Al fin y al cabo, era afortunada. Aunque no era un asunto de amor lo que la llevaba a unirse en esponsales, sabía que podrían amarse, si es que no lo hacían ya, en el largo y tortuoso camino que les aguardaba en los años venideros.