jueves, 3 de junio de 2010

Minë - Una boda bajo los sauces

El viento era suave en la pradera. La mañana hacía resplandecer las hojas doradas del Bosque Viviente, y los tiernos agitaban sus ramas con calidez, ocultos entre los troncos de los árboles de estío que guardaban. La primavera eterna se mostraba solemne y más brillante que nunca, y el cielo estaba azul, sin una sola nube.

- ...y es en los brazos de Belore donde hemos de encontrar consuelo. Serás el sol para tu esposa, y ella será tu sol en la tiniebla...

Las palabras del sacerdote vibraban en el aire, sin embargo, Malande no las escuchaba. Se había hartado de oírlas en los ensayos, durante días enteros en los que habían acudido al templo para repasar lo que tenían que decir, cuándo callar, dónde debían colocarse. Además, era evidente que el oficiante no se encontraba cómodo. No era la boda que debía ser, no estaban en el Templo de la ciudad, como correspondía a un magistrado de la corte, por escasa que fuera la nobleza de su nombre. En medio del bosque, como los salvajes o los primos kaldorei. Aquello no era lo usual.

Miró de reojo a su prometido. Aún no eran marido y mujer, pero en unos minutos, todo estaría hecho. Kalher permanecía sereno y serio, con el cabello oscuro recogido en lo alto, imitando el estilo de las Altas Casas. Sus ojos azules permanecían fijos en el sacerdote y su porte era el más regio que se podía esperar en un jurisprudente, enfundado en la toga roja con los bordados de oro y con ese aire de altivez en la manera en la que alzaba la barbilla. Malande reprimió una sonrisa. Realmente, las palabras que acababa de escuchar eran ciertas. Kalher era su sol, siempre lo había sido desde que se conocieron. Le recordaba poniéndole flores blancas en el cabello, diciéndole que era una joya, que era un duende mágico, que era una ninfa. Le recordaba escuchando, sereno y serio, cuando ella le habló de sus deberes y de su obligación, de su vida y su familia, como nunca había hablado a nadie. Le recordaba pidiéndole que se casara con ella.

- Khaler Fel'anath, ¿Aceptas a Malande Brisaclara como tu esposa en las bendiciones de Belore y te comprometes a amarla, cuidarla, protegerla y ser su sol hasta el fin de los días?
- Sí, acepto.

La elfa suspiró y miró al magistrado, sonriendo con suavidad. Le pareció que le guiñaba un ojo, aunque él disimulaba muy bien. Siempre lo había hecho.

- Malande Brisaclara, ¿Aceptas a Khaler Fel'anath como tu esposo en las bendiciones...?

Un escalofrío leve, como una lengua insidiosa e insistente, le recorrió la espalda. ¿Y si descubrían que su apellido no era real? ¿Y si todo se desvelaba? ¿Alguien recordaría las viejas historias, alguien sabría aún acerca de los destinos de los que escaparon de la Torre? Quizá ni siquiera fueran conscientes de la existencia de aquel lugar. Pestañeó y tomó aire, debía pronunciar los votos, y aquel miedo inconsciente no era real. Sólo un fantasma. Un espectro. No pasaría nada. Nada en absoluto.

- Sí, acepto.

El viento agitó las ramas de los dos sauces, que actuaban como cortinajes, paliando el resplandor del sol. El viento traía el olor del bosque. Y otro más. El aroma chispeante que Malande reconoció, ese perfume mentolado y ácido, fresco y ozónico que corría mezclado en la misma sangre de sus venas.

- Yo os uno así como marido y mujer, esposo y esposa, bajo la mirada de Belore y con su bendición eterna - dijo el sacerdote, tomando la mano de la elfa y dejándola sobre la del magistrado. - Desde ahora, vuestros destinos caminan parejos. Que la lealtad, la fidelidad, el amor...

Volvió los ojos hacia él, y él la contemplaba. No había inseguridad en su mirada azul, y aquello era un alivio para Malande, que se relajó y esbozó una sonrisa cálida. Al fin y al cabo, era afortunada. Aunque no era un asunto de amor lo que la llevaba a unirse en esponsales, sabía que podrían amarse, si es que no lo hacían ya, en el largo y tortuoso camino que les aguardaba en los años venideros.

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