miércoles, 8 de septiembre de 2010

XXX - Fiestas (II)

¿Habéis sentido alguna vez como si el mundo sonriera? Los edificios, el suelo, las casas, los árboles, los kodos, los renegados... Me refiero a esa sensación de estar hecho de aire, sentir el cuerpo ligero como una pluma y el espíritu elevado, sentir que el sol brilla para tí y te guiña el ojo, que el universo está de tu parte y que todo tiene que salir bien. Esa mezcla de euforia absoluta y optimismo estúpido que solo provoca el consumo de drogas psicotrópicas y el amor. Bien, en el caso de Kalervo Alher Fel'anath, mientras caminaba hacia los portales de Dalaran con su flor en el pelo y la sonrisa puesta, contoneándose animadamente como una colegiala escapada del internado, su felicidad se debía a dos motivos: El primero, que eran fiestas, y el segundo, que había tomado una decisión.

Atravesó el portal hacia Entrañas y avanzó alegremente entre la mugre y la peste, convencido de que todo saldría bien. Los consejos de Temari no caerían en saco roto, sus ilusiones y esfuerzos, sus esperanzas que un día fueron remotas, se veían cada vez más claras como posibilidades posibles, y así lo había declarado su amiga hacía un par de días.

- Es una posibilidad posible - le había dicho, mientras se rizaba las pestañas. - Dame los datos otra vez, cielo.

Kalervo dejó la crema de manos a un lado y miró a Temari a través del espejo de la habitación del Descanso del Caminante, donde estaban pasando el rato ocupados en ponerse guapos.

- Pues... a veces me mira cuando no miro - respondió, dubitativo. - Le di un masaje en los hombros y se quedó quieto. Tenso, pero quieto.
- ¡Perfecto! ¿Qué más?
- Uh... - se puso un poco rojo - en Vallefresno, le besé.

Temari le había mirado con sorpresa, dejando el rizador de pestañas a un lado.

- ¿Qué? ¡Vaya, sí que le echaste valor! ¿Y qué hizo?
- Nada - Kalervo se encogió de hombros. - Abrió mucho los ojos y luego seguimos el camino.
- ¿No dijo nada?
- No
- ¿No hizo nada?
- No

Temari volvió a coger el rizador y sonrió con seguridad.

- No te ha rechazado, así que es una posibilidad posible.

Kalervo había dudado al principio. Con lo buena persona que era Lazhar, lo más probable es que no le hubiera rechazado para no herir sus sentimientos, pero aunque Temari tuviera razón, hasta entonces las cosas no habían sucedido como el joven arcanista esperaba. No había habido abrazos bajo la luna ni confesiones mirándose a los ojos, no había habido palabras tiernas... bueno, sí, Lazhar era mudo. Raramente podrían realizarse todas sus locas fantasías si él no podía hablar, pero no importaba, ya estaba en ello. Pronto, el paladín recuperaría esa capacidad y podría decirle que le amaba. Hasta entonces, y animado por la seguridad de que iba a aprobar todos los exámenes de la Academia y su renovada autoestima, Kalervo había decidido que de las fiestas no pasaba: Iba a hacerlo. Conquistaría a Lazhar.

Sus síntomas de colado habían empeorado. Empezaban a afectarle en la concentración y a veces le hacían sentirse triste sin motivo, abatido, apático, deprimido... pero las señales estaban ahí, casi podía verlas. A veces dudaba de ellas, pero en su fuero interno se convencía de que el paladín le amaba, solo que no se daba cuenta. Haría que él también pudiera verlo. Y todo iba a salir bien.

Atravesó la ciudad de Entrañas sin que el hedor le molestara, sonriendo a todo el mundo. Las mandíbulas descolgadas y las entrañas expuestas de las abominaciones le resultaban encantadoras, casi románticas, aunque al cruzar el Orbe y poner el pie en Lunargenta, que el entorno acompañara su ánimo requiso menos esfuerzo.

La ciudad estaba preciosa. Engalanada con muérdago y luces de colores, árboles con bolas de cristal y caramelos colgando de las ramas. Había gnomos vestidos de verde que vendían chocolate caliente y bizcochos. Oh, sí, y ahí estaba él. Lazhar sonrió y le saludó con la mano, vestido con la armadura, como siempre, despeinado, como siempre. El corazón de Kalervo tembló y le dieron náuseas.

- Hola, Lazhar - saludó, con una sonrisita - Son fiestas.

El paladín asintió y le devolvió otra sonrisa enorme. Kalervo mantuvo la suya. "Ya eres mío". Le agarró por el brazo y, sin darle tiempo a sentirse azorado, le arrastró. Puede que aquello no fuera una cita, pero pensaba convertirlo en una.

Un par de horas después, ambos estaban en la taberna del Frontal. Lazhar seguía sonriente, con la oreja vendada, dando sorbos a su jarra de bourbon mientras escuchaba conversar a la gente. Kalervo, hundido en el diván, se preguntaba qué demonios estaba haciendo mal. El optimismo flotante y casi estupefaciente del mago había decaído a mínimos, sus recursos se habían agotado y el desastre había hecho presencia sucesivas veces. Repasó, en silencio y pensativo, mareando el hidromiel, sus catastróficas desdichas:

Merendar chocolate había sido buena idea, habían pasado un buen rato, pero esa era la parte fácil. Era sencillo hacer feliz a Lazhar con la comida. Su exhibición de toga nueva, al igual que su acicalamiento especial para la ocasión que incluía purpurina y brillo de labios había pasado desapercibido para el paladín. Sólo cuando le hizo notar, prácticamente a gritos y forzando una sonrisa de desesperación, que si le gustaba SU NUEVA TOGA AZUL, Lazhar respondió con una sonrisa sencilla y gesticuló que "estaba guay", para pasar a ocuparse de los bizcochos nuevamente. Respecto al muérdago, Kalervo estaba empezando a preguntarse seriamente si el paladín era tonto o se lo hacía. Le había arrastrado sin pudor debajo de cada viga, farola o arcada de las que pendían verdes hojitas, se había puesto delante suya y le había sonreído encantadoramente, arqueando las cejas. Lazhar, con cara de no entender nada, se había limitado a mirarle perplejo, devolviéndole el gesto y con una interrogación amarilla bailándole sobre la cabeza, aunque en este caso no había misión que entregarle ni recompensa que recoger, sólo simbolizaba su absoluta falta de comprensión acerca de lo que estaba sucediendo. Exasperado, Kalervo había ido a buscar su caña de pescar, colocado una rama de muérdago en el anzuelo y paseado por la ciudad con la plantita sobre la cabeza de Lazhar sin que el muy cazurro - aunque encantador - se diera cuenta de nada. Al menos hasta que le enganchó la oreja con el anzuelo y casi se la arranca. Después hubo sangre, un momento embarazoso en el que el mago intentaba sacar el anzuelo y el paladín tiraba hacia el otro lado y la fatal pregunta, "¿Qué demonios haces?", que había obligado al chico a reír nerviosamente e inventarse alguna excusa absurda. Ahora, agotado y frustrado, en la taberna del Frontal, la noche estaba entrada y su tiempo se acercaba al final.

Pronto habría que irse a la cama. Kalervo casi podía masticar su fracaso. Sólo le quedaba confiar en la última esperanza de aquellos que aman desesperadamente: el alcohol. Sentado y silencioso, observaba a Lazhar bebiendo tranquilamente, animándole de vez en cuando.

- ¡Vamos, son fiestas! - decía, llenándole el pichel cuando lo vaciaba un poco.

Pero nada. El alcohol no parecía convertir a Kalervo en algo a lo que prestar atención, no hacía que la mirada gris se dirigiese a él ardientemente, no despertaba en Lazhar lo que se suponía, según Temari y las novelas románticas, que debía despertar: La deshinibición y la aceptación de que te gusta alguien en quien no te habías fijado antes de esa manera. Lo único que estaba consiguiendo el bourbon era que Lazhar se riera con más frecuencia y que empezara a bostezar.

Y los minutos pasaron. Y llegó la hora fatal.

Lazhar suspiró, se dio la vuelta y miró a Kalervo. El chico aguantó el aire y alzó el rostro, puso la espalda recta y le observó, expectante, con los ojos muy abiertos. "Ahora. Es el momento. Dioses." Una hormiga estaba bailando el minueto dentro de su barriga y le dieron ganas de hacer pis, pero se aguantó.

- Kevo
- ¿¿¿SI???

El paladín levantó la mano libre y gesticuló lentamente, sonrientemente, inocentemente.

"Voy a dormir"

Fue como si una nube negra descargara su tormenta sobre la cabeza del maguito, mientras sonaba música triste y las moscas daban vueltas a su alrededor. Miseria absoluta.

- Pe...pero... - balbuceó - ¿ya? Son fiestas...

Lazhar sonrió y le revolvió el pelo, dirigiéndose a la rampa. "Dormimos aquí", signó torpemente, mientras se alejaba con su roja cabellera y su jarra de licor en la mano. Kalervo tragó saliva.

No había otra opción. Tendría que actuar directamente, sacar la artillería y conquistar aquella plaza de una vez por todas. Se encomendó a todos los dioses que conocía, tomó aire, lo expulsó, se levantó y siguió al paladín hasta el piso de arriba, sintiendo todas las miradas del universo sobre sí y la clara impresión de ir a saltar por un acantilado. Posiblemente, con la suerte que tenía, se abriría la cabeza con una roca. Pero no tenía más alternativas.

Había que saltar.

2 comentarios:

  1. "se había limitado a mirarle perplejo, devolviéndole el gesto y con una interrogación amarilla bailándole sobre la cabeza, aunque en este caso no había misión que entregarle ni recompensa que recoger, sólo simbolizaba su absoluta falta de comprensión acerca de lo que estaba sucediendo." Lolazooooooooooo. Mira que sé como acaba ¡Pero quiero leerlo!!!!!

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